Capitulo 22
Templo de las Nueve Runas – Afuera, en la explanada
Las puertas del templo se abrieron como si los propios dioses hubieran empujado los goznes. Una brisa helada descendió de la colina. Los clanes, reunidos a la luz de las antorchas, alzaron la vista.
Freya salió primero, los ojos llameando, seguida de Dreyar, Dreik, Solveig, Ulf e Ingrid.
Las miradas se cruzaron. Todos sabían que no había muerte.
Y eso, en la noche del sacrificio, era más aterrador que una cabeza cortada.
Dreyar alzó el bastón ritual. Su voz, retumbante:
—El sacrificio ha sido suspendido. Porque los dioses ya han tomado su decisión.
Murmullos. Negación. Incredulidad. Una voz se alzó:
—¡¿Qué significa esto?! ¡¿Y la sangre?! ¡¿Y la redención?!
Solveig dio un paso al frente. Su túnica ondeaba con el viento como si llevara la tormenta en la espalda.
—No ha habido muerte… porque ha habido unión.
El silencio cayó. Cientos de rostros se congelaron.
—Lo que ocurrió allí dentro —continuó Dreik el Blanco— no pertenece al juicio de los hombres.
Fue una Voluntad Antigua.
La sangre de Bella y la de Bjorn… se ataron por un pacto que solo los dioses pueden sellar.
Los clanes estallaron.
—¡Supersticiones! —¡Es un truco! —¡El Norte no puede unirse a sangre extranjera!
Entonces Solveig alzó los brazos y su voz se quebró el cielo:
—¡Escuchen! ¡La Profecía ha despertado!
Los ancianos se sobresaltaron. Los niños se callaron. Incluso los lobos dejaron de aullar.
La Völva recitó en lengua antigua, y luego tradujo al pueblo:
> “Cuando la sangre del sur toque la tierra de hielo,
y la luna nazca entre dolor y espada,
los antiguos pactos serán renovados.
El cuervo dejará de volar solo.
Y el Norte… recordará su propósito.”
Silencio absoluto.
—¡Imposible! —bramó un jefe de clan—. ¡Eso es mito! ¡Eso es del tiempo de Skjold y las nieves eternas!
—¿Y acaso el trueno es mito cuando golpea tu barco? —replicó Solveig—. ¡Las señales están aquí!
Freya se adelantó, el rostro helado como una reina de ceniza.
—¿Y si es verdad? ¿Entonces debemos someternos a esto? ¿Una unión impuesta? ¿Una mujer que nos dividió?
La Völva giró la mirada lentamente hacia ella.
Su voz bajó, pero cada sílaba fue un clavo en carne viva:
—Tu destino también está escrito en esta historia, Reina.
Mecerás la luna entre tu sangre…
Y cuando caigas, entre gritos y manos que odiaste,
te arrepentirás de haber negado tu apoyo a los dioses,
de haber traicionado tu linaje por orgullo.
Tus lágrimas serán tardías. Tu redención… llegará por otras manos.
Freya palideció. Algo en sus ojos se quebró.
—No lo permitiré —susurró. Pero ya no tenía fuerza en la voz.
Un trueno estalló a lo lejos. Una lluvia fina empezó a caer. Helada. Inesperada. Como si los dioses mojaran la tierra con juicio.
El águila chilló desde lo alto del templo. Tres veces.
> No por muerte.
Sino por boda.
Dreyar, Ingrid y Ulf asintieron al unísono.
—El Blót se hará —anunció Dreik—. Pero no será de sangre.
Será un Blót de Unión.
Y quienes lo nieguen… que se atrevan a desafiar a los que ya hablaron desde más allá del velo.
Los clanes dudaron. Murmullos. Un viejo cayó de rodillas. Una madre cubrió a su hijo.
El miedo —no el amor, no la razón— hizo que los hombres inclinaran la cabeza.
Aceptaron.
No por convicción.
Sino por temor a la ira de los dioses.
La preparación del Blót comenzó. La piedra fue lavada. El altar encendido. Las runas reescritas no con sangre… sino con ceniza sagrada.
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Castillo Nayari – Cámara del Lobo de Hielo
El vino era amargo. Cael no bebía, pero se lo ofrecía a sus enemigos para ver cómo lo sostenían.
Zayna aceptó la copa sin titubeo.
—¿Y entonces? —preguntó él, con voz de piedra—. ¿Qué harás exactamente en Drakkar?
Zayna ladeó la cabeza, como si fuera obvio.
—Entraré por los túneles. Me llevaré a la cruzada. Le daré al pueblo del Norte el símbolo que le han negado: su enemiga, de rodillas, pagando.
Cael no se inmutó.
—¿Y luego?
—Luego marcharé hacia el sur con la cabeza de la emperatriz clavada en mi estandarte. Que lo vean los cruzados. Que recuerden que la venganza aún respira.
Cael giró apenas el rostro. Una sombra de sonrisa cruzó su boca.
—No tengo problema con la sangre del sur derramada. La prefiero así. Caliente. Entre mis dedos.
Zayna se acercó un paso. Midió el tono.
—¿Y con la de tu cuñado?
Cael la miró. Sus ojos no tenían fondo.
—No soy hermano de un hombre que trajo la cruz del sur al norte…
y la defendió con su vida.
Zayna sonrió.
—Entonces tenemos un trato.
Cael no se movió.
—Yo no he dicho que sí.
Zayna entrecerró los ojos. Dio un lento rodeo alrededor del trono bajo de piedra donde él estaba sentado.
—¿Qué más debo hacer para convencerte?
—No necesito motivos. Necesito garantías.
—Las tendrás.
—No me hagas repetirlo —dijo Cael, clavando su voz como una lanza—. Si tocas a Freya, te partiré el cuello con estas manos. Si traes guerra a Nayari… la guerra se te devolverá. Y si fallas…
La mirada de Zayna se encendió.
—No fallaré.
Cael se incorporó apenas. Y ella, sin permiso, se sentó sobre él como quien desafía al oso en su propia cueva.
—No funcionan esas cosas conmigo —gruñó Cael, seco, helado.
—Lo sé —susurró ella, acariciando su pecho como quien invoca el peligro—. Pero es que yo sí tengo muchas ganas de divertirme.
—Yo no muchas, la verdad.
—Eres fuerte… —dijo en voz baja—. Pero estás solo.
Cael no respondió.
Zayna deslizó los dedos por la tela gruesa. No lo desnudaba. Solo lo sentía. Como si pudiera leer su historia a través del calor que despedía su piel.
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Editado: 21.06.2025