La emperatriz virgen

25.

Capitulo 25: La Reina Humillada, la Carta y la Serpiente de Alzira

Palacio de Drakkar – Última noche antes del solsticio

El viento azotaba los vitrales como si intentara colarse en el corazón del castillo. Las llamas danzaban inquietas en los braseros. Todo parecía contener la respiración.

Bjorn estaba solo en la sala de guerra, el puño apretando una carta arrugada. La había leído tres veces. Y cada palabra le quemaba.

Entró Bella, silenciosa como una sombra. Vestía de blanco, el cabello recogido en trenzas rituales. Su sola presencia parecía calmar el fuego de los braseros. Era la Reina del Norte. Su reina.

Bjorn no la miró al principio. Caminó hacia la gran mesa donde descansaba el mapa de guerra y soltó la carta arrugada sobre él.

—Lee esto —dijo simplemente.

Bella se acercó. Tomó el pergamino y lo leyó en silencio. Sus ojos se movieron con rapidez, hasta detenerse. Alzó la mirada.

—¿Es real?

—Mei Lin no se equivoca —gruñó Bjorn—. Cael me traicionó.

Bella dejó el pergamino con cuidado sobre la mesa.

—¿Qué harás?

—Parto al sur al amanecer.

Ella se giró, clavando la mirada en el mapa cubierto de runas. Su voz fue firme.

—No deberías ir. El enemigo no está allá. Está aquí. En la casa vecina.

Bjorn se acercó, la capa ya colgada sobre sus hombros, la espada lista.

—Cael no atacará Drakkar. Es la casa de su hermana. Tiene demasiado orgullo para profanar su propio linaje.

—¿Orgullo? ¿Eso creés? El orgullo se lo rompiste tú cuando me hiciste tu esposa. Cuando relegaste a su hermana y a la madre de tu hijo.

Bjorn apretó los dientes.

—En el sur está Singrid. Y los guerreros. Vikingos y guerreros nayaris luchan juntos sin saber que uno de ellos ya vendió su alma. Cael matará desde adentro. Y cuando el sur caiga, vendrán por aquí. Solo que no tendremos a nadie que defienda las puertas.

Bella se acercó al mapa. Señaló una marca con el dedo.

—Y mientras tanto, aquí, Drakkar, tu fortaleza, queda expuesta. Conmigo dentro.

—Si me muevo, pensarán que tú te mueves conmigo. Irán tras de mí. Seré el anzuelo. Saben que no voy a dejarte sola.

—Pero lo harás —replicó ella, con la voz baja pero firme—. Y cuando lo hagas, ¿qué crees que dirán si Cael llega y no me encuentra contigo? Aunque me hayas hecho tu esposa, aunque me hayan bendecido los dioses… para muchos sigo siendo lo que fui. La del sur. La bruja. La cruzada.

Bjorn la miró en silencio. Se acercó, y le tocó el rostro con suavidad.

—Ya no. Eres la Reina del Norte. Mi reina. Y eso lo saben todos. Incluso los dioses.

Bella bajó la mirada un segundo. Cuando volvió a alzarla, tenía los ojos brillantes. Pero no de miedo.

—Esta no es mi casa, Bjorn. Me toleran. Me obedecen. Pero no me aman. Mi casa eres tú. Si te vas… yo no soy suficiente.

El silencio cayó de nuevo.

—Haz con ellos lo que has hecho conmigo.

—¿Que he hecho contigo?

— Me has marcado con tu fuego. Tu fe me ha tocado como un dios toca a un mortal. Has tejido conjuros en mi carne… y en mi espíritu. Ya no hay regreso. Me perteneces, cruzada del sur… así como este pagano y su norte te pertenece.

Entonces Bella dio un paso al frente, con voz serena pero cargada de todo el deseo contenido:

—Antes de que te vayas… tómame como lo que soy. Tu mujer.

Bjorn parpadeó. Como si ese pedido tuviera más peso que toda la guerra.

—Eso no es necesario, ya te he dicho que no debes explicaciones a nadie.

—No lo digo por lo que susurran las mujeres… —añadió ella—. Ni por lo que murmura Freya. Lo digo porque yo lo deseo.

Y esta vez, él no dudó. La abrazó. Como si fuera la última vez. Como si supiera que quizás lo era.

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El crepitar de las llamas era lo único que rompía el silencio solemne de la habitación. Las sombras bailaban en las paredes, proyectando figuras que parecían cobrar vida propia. Bjorn y Bella estaban solos, pero no lo sentían así. El peso de sus almas ya entrelazadas colgaba en el aire, invisible pero inquebrantable.

Bella sentía cómo el miedo se colaba en cada fibra de su ser. Era la primera vez. La pura, la virgen, aquella que no había sido tocada por ningún hombre antes. Su cuerpo temblaba, no solo por la anticipación, sino por el miedo a lo desconocido, al dolor, a no ser suficiente. La vulnerabilidad la envolvía como un manto pesado y hermoso a la vez.

Bjorn la observaba, sus ojos oscuros y profundos clavados en ella con una mezcla de deseo primitivo y ternura contenida. Él, el guerrero feroz, salvaje en el campo de batalla, estaba calmado frente a ella, como si entendiera que ese momento requería más que fuerza bruta.

Con manos firmes pero delicadas, comenzó a desabrochar las hebillas que sujetaban el vestido de Bella. Cada pieza de tela que caía al suelo era un pequeño paso hacia la entrega total, hacia lo desconocido.

Cuando sus manos rozaron la piel descubierta de su hombro, Bella contuvo la respiración. Un estremecimiento recorrió su cuerpo, un temblor que era mezcla de frío, miedo y deseo.

Bjorn inclinó su cabeza y besó con suavidad la curva del cuello, sintiendo el latido acelerado bajo sus labios. Su respiración se mezclaba con la de ella, cada inhalación un puente invisible que los unía.

Ella cerró los ojos, aferrándose a la sensación, mientras sus manos temblorosas se aferraban a la capa de Bjorn, buscando ancla en medio de la tormenta de emociones.

—Estaré contigo —susurró él, con voz ronca, casi un juramento.

Bjorn la tomó entre sus brazos con cuidado, como si cargara algo frágil y precioso. Su cuerpo era fuerte, poderoso, pero con ella era diferente; cada movimiento estaba medido, lleno de respeto.

Cuando por fin se unieron, el miedo de Bella explotó en un instante de llanto contenido, en un gemido suave que se ahogó contra el pecho de Bjorn. Él la sostuvo firme, la abrazó como si pudiera protegerla de todo el mundo, y la guió con paciencia y ternura a través de cada nuevo y desconocido movimiento.




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