La Espada y la Rosa

Capítulo 1: El Primer Encuentro

Reino de Valthenor — Jardines Altos,
Glorieta de los Reyes Fundadores, Terraza de los Cipreses,

El murmullo del viento primaveral serpenteaba entre los setos labrados, cargado del perfume almizclado de las rosas blancas que sólo florecían en los Jardines Altos una vez cada década. Las hojas de los cipreses —altivos centinelas que custodiaban la terraza,— se mecían con un susurro casi ritual, como si recitaran de memoria de los juramentos de antaño. Bajo su sombra se alzaban doce estatuas de mármol, cada una representando a un monarca fundador de Valthenor: figuras imponentes cuyas miradas pétreas parecían vigilar la ceremonia privada que estaba a punto de dar comienzo.

En el centro del círculo, una pequeña Elaerith, permanecía muy quieta, junto a su madre, la Marquesa Yrindela Courtevan. Con apenas nueve años, la niña sentía cómo el corazón le golpeaba en las costillas al ritmo de los tambores ceremoniales que resonaban desde la lejanía del palacio. El vestido color marfil —bordado con hilos de oro viejo— se le antojaba una coraza demasiado pesada para un cuerpo tan menudo; aun así, su postura era perfecta, tal y como su institutriz le había enseñado: espalda recta, barbilla elevada y los dedos enlazados a la altura de la cintura. Ni una sombra de temblor, ni un solo parpadeo de más. Debía parecer un blasón viviente.

—Recuerda, mi niña —susurró la Marquesa, sin apartar la vista del camino empedrado por donde llegarían los invitados—: los Darvelion se nutren de la fuerza bruta, pero subestiman la sutileza. Sonríe sólo lo necesario y observa cada gesto con lupa. Cada inclinar de cabeza revela más que un pergamino firmado.

Elaerith asintió. Tras su madre se alzaba un séquito reducido: un chambelán de guantes níveos que sostenía un relicario de plata; dos doncellas portando bandejas de pétalos recién cortados; y el anciano maestro de etíqueta, Lord Myren, con su bastón de ébano coronado por la insignia de la Casa Courtevan. Todos aguardaban en silenciosa expectación.

A pocos metros, en una fuente de tres niveles —construida en cuarzo rosa— vertía agua aromatizada con lavanda. El rumor cristalino apenas conseguía distraer a Elaerith del peso de las miradas: cualquier fallo sería recordado por las crónicas de la corte. Ella había leído lo suficiente para saber que los libros de historia son cuchillas en manos de cortesanos.

El redoble de un cuerno de bronce anunció la llegada del carruaje de Darvelis. Dos corceles negros —crines teñidas con aceite— tiraban de una carroza forrada en cuero azul oscuro, adornada con láminas de acero bruñido que reflejaban la luz de las antorchas. Un escudero saltó del pescante y abrió la puerta con ceremonia. Descendió primero el Duque Arvad Darvelion, su imponente figura revestida por una capa de piel de lobo gris. Su mirada afilada recorrió el jardín con la parsimonia de un cazador que evalúa su territorio, hasta posarse en la Marquesa y su hija.

Tras él apareció Kaeren Darvelion. Era un niño de diez años, lucía un jubón de brocado plateado y unos botines de montar lustrados hasta el extremo. A diferencia de Elaerith, observaba el entorno con el ceño fruncido, como si cada escultura fuera un adversario potencial. En su puño derecho —cerrado con fuerza— llevaba un pequeño talismán de bronce en forma de león rampante: el emblema de su casa.

—Marquesa Courtevan —saludó el Duque, inclinando apenas la cabeza—. Valthenor sigue oliendo a diplomacia… y a lirios. Un perfume peligroso para los incautos.

—Pero delicioso para quienes saben distinguirlo de la sangre, mi señor —respondió Yrindela, con una sonrisa que no alcanzó a empañar la frialdad de sus ojos. Luego hizo un gesto fluido hacia su hija—. Permitidme presentaros a Elaerith, heredera de la Casa Courtevan y primera flor de Valthenor.

Elaerith ejecutó una reverencia impecable, bajando la mirada el exacto instante requerido por el protocolo. Cuando levantó los ojos, se encontró con la faz curiosa —y ligeramente altiva— de Kaeren. El muchacho respondió a medias, dejando la reverencia inconclusa, como si la etiqueta fuera una correa demasiado corta para su orgullo.

—Yo soy Kaeren Darvelion —dijo, sin titubear—. Mi padre me ha traído para contemplar la… belleza de Valthenor.

El tono sobraba de ironía. Elaerith lo percibió de inmediato y sintió un pinchazo de rabia que se apresuró a sofocar tras una máscara de calma. “Una lengua bien afilada puede herir más que una espada”, recordó. No permitiría que la suya se mellara en el primer cruce.

—Os doy la bienvenida, lord Kaeren —pronunció con voz clara—. Ojalá la belleza no ofenda a los ojos acostumbrados a las llanuras austeras de Darvelis. En Valthenor creemos que el arte fortalece el espíritu tanto como el entrenamiento de las armas.

La pupila del niño se contrajo un instante, pero su sonrisa se mantuvo.

— Entonces, espero encontrar aquí algo digno de fortaleza —replicó.

El Rey Thaernys llegó poco después, acompañado de un reducido destacamento de la Guardia Escarlata. Coronado por un sencillo círculo de hierro negro —símbolo de modestia frente al esplendor ajeno—, saludó a ambos linajes con afectuosa neutralidad. Acto seguido ordenó que comenzara la Fiesta de las Rosas en los salones contiguos, mientras él escoltaría a los Duques hasta la Mesa de Honor. Las antorchas se encendieron, el laúd alzó su canto melancólico y una procesión de doncellas repartió pétalos de clavel en el aire.

Antes de alejarse, la Marquesa inclinó la cabeza hacia su hija.

—Recuerda cada frase, cada silencio. Esta noche sembramos los acuerdos de la década venidera.

Elaerith tragó saliva, sintiéndose de repente tan frágil como una de las flores que decoraban las columnatas. No obstante, su determinación —esa que había heredado de algún ancestro guerrero olvidado— latía firme. Mientras acompañaba a los invitados por el paseo de los espejos, sus ojos se clavaron en las estatuas de los Reyes fundadores. Bajo la pálida luz de los faroles, el mármol cobraba una tonalidad fantasmal; sus rostros grabados parecían esperar algo. ¿Aprobación? ¿Advertencia? Quizá ambas cosas.




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