La Espía

Capítulo 15

Lía

Un día más en mi aburrida rutina de amante del rey. Al menos salía todos los días y me sentaba junto a él mientras realizaba sus actividades, que no eran pocas. El primer día solo había estado en la sala de audiencias, una especie de espectáculo grotesco donde los súbditos fingían respeto mientras le entregaban sus problemas envueltos en palabras medidas. Pero luego descubrí que también tenía largas sesiones de trabajo administrativo, reuniones con sus consejeros, y ratos eternos en los que revisaba documentos, hologramas, y planes que yo no entendía del todo. En cada uno de esos momentos, mi lugar era el mismo: sentada en el suelo, junto a sus pies, como si fuera parte del mobiliario.

Obviamente, luego de unos días empecé a quejarme. Le pregunté si también pretendía que ladrara cuando llegaran los invitados, pero él solo dijo que cuando yo tuviera la actitud correcta, la situación cambiaría. Me contuve de decirle algo desagradable porque sabía que a eso se refería.

Le había comentado a Iana que su hermano era un loco con complejo de dios, pero ella solo se encogió de hombros y dijo que actuaba como había aprendido de su padre. Que no sería siempre así. Como si eso significara algo para mí. Qué me importaban a mí sus traumas de infancia, sus códigos familiares, o si iba a cambiar algún día. Lo único que me interesaba era reunir suficiente información para irme.

— Ya no quiero acompañarte — declaré un día, harta de que me humillara.

— Como quieras.

— ¿No tendrás hoy a nadie ante quien queras exhibirme?

— No me interesa exhibirte, Lía, por mí si te quedas aquí me haces un favor.

Me quedé observando la puerta cerrarse tras de sí. El eco de sus pasos se apagó rápidamente, dejándome sola con mis pensamientos, otra vez. ¿Qué quería decir que le estaba haciendo un favor al dejarme en la alcoba? Me hervía la sangre de solo pensar en su lógica torcida. ¿Acaso él mismo no me había traído aquellos vestidos lujosos, dorados, escarlatas, con telas suaves y cortes tan precisos como ofensivos, solo para exhibirme como si fuera un trofeo? ¿A qué jugaba?

Apreté los puños sobre mis rodillas. Tal vez lo hacía solo para complacerme, ¿porque yo había insistido tanto en salir? Pero eso no tenía sentido. Nada tenía sentido. Cada gesto que parecía una concesión terminaba siendo otra forma de control.

Me senté en la cama y esperé, como una idiota, que regresara por mí. Que tal vez me llevara de nuevo a alguna de sus actividades. Que me dijera algo que revelara sus verdaderas intenciones. Pero no lo hizo. Las horas pasaron lentas, vacías. El silencio de la habitación se volvió pesado, casi hostil.

Cada segundo allí encerrada era una advertencia: él tenía el control absoluto del cuándo, del cómo y del por qué. Y yo solo contaba con lo que pudiera deducir, con lo poco que pudiera ver entre líneas.

— ¿Qué pasó que te dejó aquí hoy? — indagó Iana cuando me trajo de comer.

— Le pedí quedarme y me dijo que era mejor así.

— ¿Y eso por qué?

— ¿Cómo voy a saberlo?

— Me refiero a por qué le pediste quedarte.

Ella había colocado la comida en la mesa, en el centro de la habitación, y nos habíamos sentado enfrentadas.

— Es aburrido.

— Igual que estar aquí, me imagino.

— No eres simpática, Iana.

Ella se rio.

— Bueno, pero debes saber que él te sacó porque se lo pediste.

— ¿En verdad?

— Sí, me lo dijo cuando me pidió que le recomendara a alguien que se ocupara de tus vestidos.

— ¿Sabes qué? Lo odio.

Ella se volvió a reír y yo me concentré en la comida.

Claro que no lo odiaba. Y no podía decir que me maltratara, ni siquiera con una palabra. Me protegía, me cuidaba. Y ahora descubría que incluso me había llevado con él, fuera de la alcoba, solo porque yo se lo había pedido. ¿Realmente era así de simple? Era una revelación que me descolocaba.

Aquí, encerrada de nuevo, lo único que hacía era repasar cada gesto, cada palabra. Me venían dudas, muchas. Dijo que me hacía un favor al dejarme en la habitación, y ahora Iana me contaba que él buscaba complacerme. ¿Por qué? ¿Qué obtenía de ello? ¿Era solo una forma de manipularme o había algo genuino detrás?

Me sentía confusa. Completamente. Porque, además de ser un amante excepcional, atento a cada rincón de mi cuerpo, a cada suspiro que no podía evitar, también tenía ese lado protector, silencioso, que no esperaba reconocimiento. Y eso me desarmaba más que cualquier caricia. Mi interior era un caos. Una maraña de emociones que no sabía cómo ordenar. Por un lado estaba mi deseo profundo de marcharme, esa certeza punzante de que no pertenecía a este lugar, que mi libertad estaba en otra parte. Por otro, mis deseos hacia él se intensificaban cada día, como una ola que no podía contener.

Y aunque todavía lo negaba ante mí misma, empezaba a temer que, en algún momento, la balanza se inclinara hacia el otro lado. Y cuando eso ocurriera, ¿quién sería yo?

— No te ofusques, Lía. Deja suceder las cosas y no te compliques, así será más fácil para ti.

— ¿Más fácil cómo? Esto no es fácil.

— Bueno, creo que puedo imaginarme bastantes situaciones mucho peores a la que estás viviendo tú.

— Lo sé, sin ir más lejos, mi situación previa a Azazel, era terrible. Pero no me refiero a eso.

— Entonces, ¿a qué te refieres?

— Me refiero a tener que ceder, soy una esclava y no quiero serlo, lo peor es que, fuera de que me hizo sentarme a sus pies todo el mes, él no me trata de mala manera. Para mí, es difícil admitirlo y mi ego está muy herido. Es decir, ¿está bien tener sentimientos compasivos por alguien que me tiene presa?

— Creo que deberías verlo de otra manera: ¿puedes tener sentimientos compasivos por alguien que te salvó de un destino terrible?

Abrí la boca dos veces antes de lograr responder algo que más o menos me complaciera.

— Lo haces ver como un héroe, pero ¿olvidas que estuve forzada a actuar como un maldito clon?




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