La Espía

Capítulo 20

Lía

Comenzaba a adormecerme cuando la puerta se abrió. Parpadeé y me hubiera levantado para atacar si no fuera por la sorpresa de encontrarme frente al renegado. Aunque quería mi libertad, la curiosidad pudo más, por lo que no moví ni un músculo y fingí que mis ojos no podían abrirse.

Él entró en silencio, y nadie lo acompañaba. No lo oí respirar con fuerza, ni hacer movimientos bruscos. Solo el leve siseo del cierre de la puerta detrás suyo. No me moví, pero como ya había parpadeado no tuve que mirarlo.

—No estás tan rota como quieren creer —murmuró, con una voz grave, que parecía cargada de resentimiento… ¿o era lástima? Pocas veces le había oído hablar antes de que se presentara en el salón de audiencias de Azazel.

Mi corazón latía con fuerza, pero logré mantenerme inmóvil. Quería saber más. Quería saber si venía a matarme, a rescatarme… o a usarme. Él se inclinó para continuar hablando.

— Es una pena que Azazel no haya querido venderte, siempre me gusta hacer negocios con él y ambos habríamos salido beneficiados de esto —susurró, y se alejó tan silenciosamente como había entrado.

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Azazel

Mi hermana llegó corriendo a mi oficina, minutos después de que despidiera a Zhartrea.

— ¡Azazel! Lía ha desaparecido.

Tomé el dispositivo de rastreo, y continuaba marcando su ubicación en mi recámara.

— Se lo han quitado! Fue la maldita de Zhartrea — hablé entre dientes golpeando la mesa. — Haz que preparen la nave, la seguiremos.

Mi hermana corrió a preparar la nave para seguir a Zhartrea, si ella pretendía robarme y que todo quedaría así sin más, estaba muy equivocada, realmente me conocería. Lía tendría a mi hijo y eso era prioridad para mí. No importaban los convenios, ni las apariencias, ni los pactos forjados para fortalecer alianzas. En este momento, lo único que contaba era Lía y lo que representaba.

Zhartrea había cruzado una línea de la que no podría regresar, y si pensó que mi silencio era una forma de sumisión, pronto descubriría su error. Podía ser paciente, incluso estratégico, pero cuando algo mío era amenazado, la furia ancestral que habitaba en mi sangre despertaba con una claridad aterradora. No permitiría que nada ni nadie tocara lo que yo había elegido, y mucho menos que lo destruyera.

Cada fibra de mi cuerpo ardía con la necesidad de acción, pero me obligué a mantener la mente fría. Este no era momento de impulsos, sino de precisión. Lía no era una simple compañera ni una distracción momentánea. Había algo en ella, algo que había despertado una parte de mí que ni siquiera sabía que estaba dormida. La sola idea de perderla me crispaba los músculos, me alteraba el pulso. Si Zhartrea quería guerra, guerra tendría. Y yo no perdía. Jamás.

Me apresuré hacia el puerto, cada minuto contaba, la incertidumbre de lo que sucedería con Lía me latía por dentro como si mi corazón bombeara veneno. Lo peor era que con las velocidades estelares, no sabía cuánto tardaría en alcanzar a Zhartrea, al menos sabía que se dirigía a su planeta.

Cada paso que daba se sentía como una eternidad, como si el espacio entre el deseo de actuar y la acción misma se estirara cruelmente ante mis ojos. El eco de mis botas resonaba en los pasillos de metal como un tambor de guerra que solo yo escuchaba. No podía permitirme el lujo de detenerme, ni siquiera para pensar con claridad. Lo único que me sostenía era la certeza de que ella me necesitaba, y de que yo no fallaría.

Afortunadamente, el transportador estaba listo y mi hermana y Hactan ya estaba ahí esperándome. El tumulto de mis pensamientos logró que el tiempo hacia la nave se pasara en un borrón, mi hermana intentaba distraerme, pero no lo logró.

El puerto se abrió ante mí con su inmensidad de luces y actividad frenética. Di las órdenes precisas, sin margen para preguntas. Quería la nave lista, abastecida, calibrada para salto estelar inmediato. El tiempo era mi enemigo y también mi única esperanza.

Zhartrea... si alguna vez tuve intención de tratarla con diplomacia, ese momento ya había quedado atrás. Tocó lo que no debía, se atrevió a desafiarme en lo más íntimo, y esa osadía tendría consecuencias.

Cuando por fin estuvimos en marcha, la busqué en los radares y pude verla en el camino que esperaba, pero su velocidad era demasiado alta, eso solo confirmaba que ella se la había llevado. No había margen para dudas ni espacio para ilusiones: Lía estaba en esa nave y se alejaba de mí a una velocidad que ni siquiera mi furia podía igualar.

No me gustaba esta impotencia que me quemaba por dentro. Saber dónde estaba y no poder detenerla aún, me carcomía. El trayecto no era eterno, pero cada minuto que ella pasaba lejos de mí, en manos de esa mujer, me resultaba insoportable, y lo peor eran todos los escenarios nefastos que planteaba mi mente en cuanto a lo que podría hacer a Lía.

No podría alcanzarla antes de que llegara a su destino, y eso cambiaba todo. Tendría que enfrentarla en su propio terreno, y eso era peligroso. Zhartrea no era estúpida, estaba jugando sus cartas con precisión. Sabía lo que hacía, sabía a quién estaba provocando. Y eso solo aumentaba mi rabia.

Tenía que prepararme para lo peor, para todas las posibilidades. Pero por encima de todo, tenía que mantener la cabeza fría. No podía perderla. No a ella. No ahora.




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