Lía
¿Cómo era posible que quien me llevaba fuera este hombre? Esa pregunta se repetía una y otra vez en mi mente. Mi memoria no me fallaba: quien había irrumpido en la habitación era Zhartrea, con su mirada cruel y sus acompañantes imponentes. Fue ella quien me roció con aquel gas y me sumió en la oscuridad. Entonces, ¿por qué ahora era este hombre, este renegado, quien estaba frente a mí? ¿Acaso ellos habían hecho tratos?
La idea me revolvía el estómago. No podía imaginar qué clase de acuerdo perverso habrían sellado, pero una parte de mí temía la respuesta. ¿Había Azazel consentido esto? ¿O tal vez había sido traicionado por su propia prometida? Ninguna opción me tranquilizaba. Todo parecía más turbio de lo que yo podía comprender desde la escasa información que tenía.
Y aun así, algo no cuadraba. Si Azazel hubiera estado al tanto, ¿me habría dejado sin vigilancia, sin su brazal, sin protección? Aunque me parecía una posibilidad lejana, no podía descartar el hecho de que mi dueño anterior pudiera haber accedido a los deseos de Zhartrea, después de todo ella era su prometida y yo no era más que una esclava.
Lo único que sabía con certeza era que estaba sola, y que si quería sobrevivir, necesitaba respuestas... y pronto.
Ahora que estaba más calmada, empecé a pensar en el escape de otra manera. El miedo y la adrenalina iniciales se habían disipado un poco, lo suficiente como para que la lógica tomara el mando. No podía actuar precipitadamente, no ahora. Mi vida podía depender de cada decisión, de cada segundo bien calculado.
No sabía dónde estaba, y esa era la primera gran desventaja. Si esto era un transbordador pequeño, probablemente no contaría con naves auxiliares para escapar. En ese caso, lo único que podría hacer sería esperar una oportunidad en tierra firme... si es que llegábamos a algún planeta. Por otro lado, si estaba a bordo de una nave más grande, una clase superior con pequeñas embarcaciones o cápsulas de emergencia, entonces tal vez habría una salida, pero aún no podía saber cuánto me llevaría encontrarla o activarla sin ser detectada.
Además, debía considerar si esa hipotética nave estaba tripulada por muchos, o si se trataba de una operación sigilosa. Si había otros como él, el riesgo se multiplicaba. No tenía información, y esa ignorancia era una venda que debía quitarme cuanto antes.
Lo que sí sabía era que no podía confiar en nadie. Ni en sus palabras, ni en su comportamiento, ni en su aparente falta de vigilancia. Tal vez todo esto fuera una trampa cuidadosamente tejida. O tal vez... solo tal vez... no todo era lo que parecía. Por ahora, debía observar, escuchar, ganar terreno en silencio. Tendría una sola oportunidad, y cuando llegara, no podía permitirme fallar.
No. No podía realizar mi plan, al menos no todavía. No con tantas incógnitas y tan pocas certezas. Mi instinto me gritaba que esperar era la única opción sensata, y en esta situación, sensatez era sinónimo de supervivencia. Debería aguardar a que llegáramos a un puerto, a algún tipo de estación o planeta donde el movimiento de personas y actividades me diera una mínima cobertura para escabullirme sin ser detectada.
No sabía cuánto tiempo faltaba para eso, ni en qué condiciones me encontraría al llegar, pero lo que sí tenía claro era que, una vez allí, tendría solo una sola oportunidad. Una. Y debía ser perfecta. Cualquier error me costaría la libertad… o la vida. Tendría que analizar cada detalle: los movimientos del personal, las rutas de escape, las posibles interferencias. Estar atenta a los gestos, a las miradas, a los descuidos.
Debía fingir sumisión, dejar que pensaran que me rendía, dejar que se sintieran cómodos en su supuesto control sobre mí. Y cuando bajaran la guardia, en el momento exacto... me marcharía. Sin mirar atrás.
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Azazel
La nave de Zhartrea, para mi sorpresa, pronto disminuyó la velocidad y pude alcanzarla sin mayores obstáculos. Eso, de por sí, ya me pareció sospechoso. Era evidente que ella sabía que la seguía, así que ¿por qué no huir? ¿Por qué no acelerar aún más o esconderse en alguna de las rutas secundarias que cruzan los sistemas menos regulados? En cambio, redujo su marcha como si me estuviera esperando.
Y cuando pedí abordar, me permitió el ingreso sin objeción alguna. Eso fue lo más extraño de todo. Si realmente tenía a Lía, si su intención era arrebatarme lo que más valoraba, ¿por qué no había esperado a llegar a su planeta, donde el terreno le sería más favorable, donde sus soldados y sus estructuras le brindarían defensa y respaldo?
No. Todo esto tenía un matiz demasiado calculado. Como si estuviera jugando una partida que ya tenía prevista, paso a paso, como si hubiese anticipado cada uno de mis movimientos. Pero ¿para qué? ¿Qué buscaba realmente?
Lo que más me perturbaba no era su aparente calma… sino la certeza de que ella no había perdido el control ni por un segundo. Y eso solo podía significar una cosa: aún no sabía qué tan profundo era el juego al que me estaba enfrentando.
— ¿Dónde la tienes? — indagué directamente cuando estuvimos frente a frente.
— No sé de qué hablas — la sonrisa que bailaba en sus comisuras me enervaba, pero debía ser prudente si quería información.
— Claro que lo sabes, la mujer de mi recámara, ¿dónde la tienes?
— ¿Se te ha perdido? Pues, no sé. Yo no la he visto.
— No provoques mi ira — mascullé ante sus palabras burlonas.
— Puedes revisar toda la nave si piensas que yo la tengo aquí — estas palabras me golpearon.
Ella no la tenía, pero no podía creer que no tuviera nada que ver, no había muchos que pudieran entrar en mis instalaciones privadas, ni tampoco que tuvieran la forma de quitar el brazal de Lía.
— Dime qué has hecho con ella — ordené.
— Ya te dije que no sé nada.
— Qué poco amor por tu vida tienes — dije antes de tomarla por el cuello y estamparla contra la pared con toda la rabia que me ardía por dentro.