Lía
Hacía un mes que había llegado, y ahora sabía que el planeta en el que me había asentado se llamaba Emerald, se encontraba en los territorios libres. Era un punto de comercio pequeño, pero bastante concurrido, gracias a las minas de piedras preciosas que poseía.
Mirena tenía una casa en las afueras del pueblo, desde donde todos los días nos trasladábamos para armar el puesto de venta de ropa, alguna era nueva y otra refaccionada, incluso había artículos que ella misma confeccionaba. El hecho de que yo la ayudaba le daba tiempo para realizar esto, que era lo que en verdad le gustaba hacer.
Yo, por mi parte, no tenía idea de qué podía ser lo que me gustara, pero por lo pronto, sobrevivir y mantenerme oculta era mi prioridad, no dudaba que cualquier día pudiera aparecer por allí el traficante. Gracias a la ayuda de Mirena, mi ropa ahora era muy discreta, un enterizo marrón y un pañuelo envuelto en la cabeza con el que camuflaba perfectamente mi extraño cabello blanco.
Había aprendido el arte del regateo, y también otras actividades que jamás imaginé realizar, como cocinar, lavar ropa y otras tareas que se realizaban en las casas donde no había tecnología de asistencia doméstica.
Aunque esta vida era relajada y me gustaba vivir en un lugar con aire y naturaleza verdadera, tenía que admitir que cada noche, al acostarme, Azazel volvía a mi mente y había días en que incluso lloraba por la añoranza que sentía. Un mes era mucho, ¿no debería olvidarlo ya?
— ¿Puedo preguntarte algo? — Mirena y yo estábamos almorzando, en un momento que tuvimos libre.
Esta era mi primera comida, puesto que en la mañana despertaba con terribles náuseas, por lo que evitaba desayunar.
— Claro — acepté porque ella había confiado en mí de inmediato y era correcto que yo respondiera con confianza también; no obstante, debía admitir que me daba miedo lo que me preguntaría.
— ¿Por qué lloras? En las noches. ¿No eres feliz de ser libre?
— Sí... es solo que... Bueno, mi historia es un poco complicada, antes de los traficantes estaba con alguien...
— ¿Y por qué no regresas?
— No sabría cómo hacerlo, además no sé si él quiere que regrese.
Un nudo se apoderó de mi garganta. ¿Azazel desearía que yo regresara? ¿Me buscaría? Preguntas sin respuesta que me hacía a diario.
— ¿El hijo que esperas es de él?
Sus palabras me golpearon como una bofetada, dejé caer el tenedor sobre el plato. ¿Por qué me decía que yo esperaba un hijo? ¿Eso era posible en verdad?
— ¿Hijo? — pregunté con confusión.
— ¿No te has dado cuenta de que estás embarazada?
— ¿Cómo... cómo podría saberlo?
— Pues, tienes malestares matutinos, lloras, tus pechos parece que revientan...
— ¿Y tú como sabes esas cosas? ¿Has tenido hijos?
— Yo no puedo tener hijos, pero en mi familia somos muchas mujeres y la mayoría han tenido hijos.
— ¿Hay alguna forma de que esté segura? Esto... de donde yo vengo esto no es normal.
— Hay una comadrona en el pueblo, podemos visitarla al regreso y que te vea.
— Está bien.
— ¿De dónde vienes que no sabes algo tan básico?
— Soy militar, nací, crecí y viví toda mi vida en una estación espacial, los niños son creados en laboratorio y cultivados en úteros artificiales.
— Qué horrible, ¿es decir que no tienes padres?
— No los tengo.
— Con razón, ahora entiendo que no supieras nada de la vida. Yo soy de Burshi, es un planeta de la confederación.
— Creo que he oído de él, pero está muy lejos de aquí, ¿verdad?
— Así es, está muy lejos.
— ¿Cómo llegaste hasta acá?
— Bueno, como te dije, no puedo tener hijos, eso hizo que no pueda conseguir un matrimonio bueno.
— ¿Los matrimonios dependen de si puedes o no dar hijos? Eso también es terrible.
— Sí, por eso me escapé.
En ese momento una mujer se acercó a mirar la ropa y yo me levante, caminando hacia ella, para ofrecerle mi ayuda.
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Azazel
Luego de descargar toda mi ira, Stardom me observaba desde el suelo, con el rostro lleno de sangre. Él había estado huyendo de mí todo este tiempo, pero finalmente lo había encontrado. Ahora estábamos solos, y aunque el traficante había intentado defenderse, no había podido contra mí. No necesitaba amenazas. Sabía que no tenía salida.
— Ahora habla.
— La princesa Zhartrea me contactó y me ofreció a la chica, no pude negarme, la vendió a un precio ridículo.
— No necesito que me digas lo que ya sé. Quiero saber dónde está Lía.
— No lo sé — hice un gesto de volver a golpearlo. — ¡Espera, es verdad! Ella se escapó, en el puerto de Conrhfin.
— No te creo.
— Es la verdad, la subestimamos, ella fue comandante de escuadrón en la confederación, pero estaba tan débil que no creímos que fuera un problema. La bajamos caminando y al terminar de cruzar la rampa derribó a mis guardias y a mí y se perdió en la multitud, no la pudimos encontrar. Lo juro.
Escupió todo demasiado rápido. Esto no me sorprendió. Stardom nunca había tenido estómago para la presión, mucho menos cuando se encontraba sin su séquito de rufianes o sus múltiples rutas de escape. Sabía que decía la verdad, pero me frustraba. Me quedé de pie, observándolo con los músculos tensos y un gran deseo de seguir aporreándolo, y si no tuviera los escrúpulos que me había inculcado mi madre, lo habría golpeado hasta matarlo.
— ¿Qué llevaba puesto?
— Un mono blanco, pero a estas alturas difícilmente vista igual.
— Lárgate.
Él tenía razón, ya había pasado cuatro meses. Y era poco probable que ella permaneciera en Conrhfin. Salí de la bodega, detrás de Stardom, mi hermana estaba allí esperándome.
— ¿Y bien?
— La perdió en Conrhfin.
— Ya estuvimos allí, es el puerto más grande de los territorios libres.
— Lo más probable es que ella haya tomado algún transbordador, y la mayoría de los que cargan allí no regresan, sino que esparcen sus mercancías en los territorios liberados, debería estar en alguno de esos planetas.