La Espía

Capítulo 28

Lía

— Insisto en que deberías quedarte, no creo que sea necesario ya que trabajes, tu embarazo está avanzado y...

— Basta de tonterías, Mirena, no estoy enferma, y ni llego a los siete meses.

— Cómo eres terca, te lo digo por tu bien.

No le respondí y salí de la casa para dirigirme a la feria con ella por detrás refunfuñando. Al llegar comenzamos a armar todo. Alo ya estaba allí y la miraba con suspicacia, era obvio que había pasado algo, su sonrisa lo delataba, pero eso estaba bien, no entendía cuál era el punto de tanto secretismo.

— ¿Cómo estás, Alo? — lo saludé acercándome, escudriñando la reacción de mi amiga, pero ella actuó como si nada y se metió a la trastienda. Supuse que una de sus razones era que tenía miedo de que Alo me dijera algo o que sentía vergüenza de declarar su relación públicamente.

— Bien, Tary, ¿y tú?

— Bastante bien. Es una hermosa mañana, ¿no crees?

— Sí, pero... lo sería más si no tuviera que fingir que nada ha cambiado.

— No necesitas hacerlo, Mire ya me lo dijo todo.

— ¿Te... te lo dijo...?

— ¿Qué... qué es lo que te dijo exactamente?

— Que están saliendo.

— S... Sí... bueno... pensé que se enfadaría si alguien lo sabía.

— Bueno, pero yo soy su amiga.

— ¿Me... permites un minuto?

— Claro.

Alo irrumpió en la trastienda con su torpeza habitual, y solo escuché un "¡oye!", ofendido, de parte de Mirena, como una reprimenda cargada de fastidio. No pude evitar sonreír como una niña que atestigua una travesura ajena. Los dejé a solas, entretenidos en su tira y afloja silencioso, y me dediqué a doblar las prendas sobre el mostrador con movimientos lentos, casi automáticos.

Fue entonces cuando lo sentí. Una presencia pesada, perturbadora, como un peso invisible que me recorrió la espalda. Alcé la mirada, escaneando a mi alrededor, entre la gente, pero no había nadie. Nadie… hasta que lo vi. Estaba frente a mí. Finalmente.

Era Azazel. Sus ojos verdes, de reptil, me capturaron por completo. Como cuchillas afiladas, sus pupilas alargadas escrutaban cada rincón de mí, no solo viéndome, sino desarmándome. Sentí cómo me recorría entera con la mirada, buscaba algo. ¿Una señal? ¿La confirmación de una sospecha? Su atención se detenía en mi vientre, aunque mi ropa holgada no dejaba entrever nada. Aun así, su expresión se tensó. Él lo sabía. O, al menos, lo intuía.

Azazel dio un paso más, acortando la distancia entre nosotros. Yo no me moví. Su sombra me cubrió por completo, como un manto antiguo que había esperado demasiado para envolverme. A pesar de su imponente estatura y el porte musculoso que para cualquiera sería una amenaza, yo anhelaba ese instante, ese roce, aunque fuera mínimo, aunque fuera accidental. Pero no dijimos nada. Ni una palabra. Solo nos mirábamos, atrapados en ese abismo entre el reencuentro y la herida. Quizá él pensaba que yo me había escondido, que había huido, pero la verdad era otra, una que ni siquiera sabía cómo comenzar a explicar.

Uruk se removió en mi vientre, como si pudiera sentir la tormenta en mí, como si reconociera el alma que tenía delante.

— Azazel...

Él levantó la mano en señal de que me callara.

— Ven aquí.

Obedecí sin protestar. Rodeé la mesa en la que había dejado las prendas y me paré frente a él.

— ¿Disfrutas de tu libertad?

— Solo en parte — respondí mirando fijamente su esternón, sin atreverme a levantar la cabeza, ya que las lágrimas se habían agolpado en mis ojos y me costaba contenerlas.

Sentí su mano fuerte cerrarse sobre mi muñeca.

— Vámonos.

— Espera —. Intenté regresar a la tienda, pero no me lo permitió. — Por favor, no voy a escaparme.

— No te soltaré.

— ¡Mirena! — llamé.

Ella se asomó y sus labios estaban hinchados, al igual que los de Alo, quien salió detrás de ella. Ambos se quedaron sorprendidos, mirando a Azazel.

— Tary...

— Milena, debo irme, puedes llevar mis cosas a...

— El transbordador llegó antes de ayer, es el más grande en el puerto. Lleva la insignia de Tyrxon.

Azazel señaló un logo rojo con una letra "T" en su chaqueta.

— Bien, pero...

— Te esperaré.

Azazel y yo nos abrimos paso entre la multitud. Aunque la ansiedad me latía en el pecho como un segundo corazón, había una luz en mí que no podía apagar: él me había encontrado. No solo eso… él me había buscado. Y yo no quería que mi hijo creciera lejos de él. La sola idea de que Uruk no conociera a su padre me había quitado el sueño durante meses.

Pero más allá de eso, estaba yo. Mi propia necesidad, profunda y desgarradora, de no estar lejos de Azazel. Lo pensé mientras caminábamos, recordando todas esas noches en las que había llorado en silencio, mucho antes de saber siquiera que estaba embarazada. Si no fuera por Uruk, este tiempo habría sido un infierno insoportable. Él había sido mi ancla, mi salvación.

Al llegar a la nave, Azazel no dijo palabra. Me condujo directamente a su alcoba. Y una vez allí, por fin volvió a mirarme, en esta ocasión, al analizar su rostro, vi el cansancio en sus facciones, parecía más alto porque estaba más delgado. ¿Era posible que hubiera sufrido mi ausencia? ¿Que me hubiera extrañado tanto como yo a él?

— ¿Cómo llegaste hasta aquí?

— Huía de los traficantes y me metí en un depósito, allí me escondí en una caja y un robot la trasladó a la bodega de un mercante, descargaron aquí y, mientras huía, conocí a Mirena. Ella me ayudó hasta ahora.

Él seguía mirándome como si me estudiara, y yo no sabía qué decir, ni cómo decirlo.




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