La gira de Richard Ellsworth marchaba sobre rieles. Auditorio tras auditorio, la gente gritaba su nombre y las encuestas subían un punto cada día.
En los corredores del hotel, el equipo festejaba en voz baja: el escándalo de Daniel Whitmore estaba “controlado”. Él figuraba en la prensa como un esposo que cuidaba a un familiar enfermo; nadie sabía que, en realidad, sudaba la abstinencia en una clínica privada. La secretaria que podía hundirlo—Melanie Brooks—ya había aceptado un cheque y un billete de avión. Su esposa, Margaret, sonreía ante las cámaras y callaba en casa.
Todo lucía perfecto.
Pero había una grieta. Y se llamaba Annette Dufresne.
—Nos sigue a cada acto —gruñó Derek Vaughn, arrojando un dossier sobre la mesa de estrategias—. Es la misma que hundió al senador Ross. No se cansa.
Nathan Holloway hojeó los recortes.
—¿Qué busca?
—A Richard —respondió Derek—. Quiere una entrevista sin condiciones.
Helena Lancaster, sentada a un costado, cruzó las piernas.
—¿Ha pedido hablar conmigo?
—Ni una vez. Va directo por él.
Helena apretó el borde del sillón.
—Pues le daremos algo que publicar… pero escrito por nosotros.
—¿Cuál es el plan? —preguntó Nathan.
—Hablaré con ella. Sola. —Se levantó—. Si no puede romper el cerco, empezará a sospechar de todo. Prefiero encauzar su curiosidad.
Derek chistó, nervioso:
—Helena, si metes la pata—
—No voy a meterla —lo cortó—. Solo voy a recordarle quién manda la historia.
Encuentro en Greystone
Greystone estaba radiante bajo el sol. Richard pronunciaba su discurso, la plaza rugía. Annette, entre la multitud, anotaba cada gesto. Entonces el mensaje vibró en su celular:
“Gran Hotel. Salón de mármol. 16:00. —H.L.”
A la hora señalada, entró. Dos guardias cerraron la puerta. Helena la esperaba con dos copas intactas y una mirada que podía serruchar el aire.
—Siéntese, señora Dufresne.
—Pensé que preferiría evitarme —respondió Annette, acomodándose.
—Evitar no sirve. Usted siempre vuelve —dijo Helena—. ¿Qué quiere saber?
—Todo lo que su marido evita. ¿Por qué nunca me concede diez minutos?
Helena apoyó las manos en la mesa.
—Porque en campaña una frase mal cortada se vuelve un molotov. Y porque no confío en un titular que decida usted sola.
Annette sostuvo la mirada.
—Todos los políticos esconden algo.
—Tal vez —concedió Helena—. Pero aquí la pregunta es si puede probarlo.
Silencio. Luego, Annette cerró la libreta y se puso de pie.
—Aún no —admitió—. Pero encontraré la grieta. Siempre la hay.
—Buena suerte —respondió Helena, fría—. Mientras busca, no olvide que también la estamos mirando.
Annette se marchó. Helena bebió el vino al fin, sin saborearlo.
El mismo día, los noticieros anunciaron que el presidente Templeton había chocado con Valmont, el socio energético clave. Las bolsas temblaron. Richard convocó a su equipo.
—Esto nos puede hundir o impulsarnos —dijo.
Helena tomó la palabra:
—Templeton luce débil. Carlisle va a martillarlo. Nosotros debemos ser la opción firme, no el segundo atacante. Habla de puentes, no de golpes. Ofrece arreglo, no revancha.
Richard asintió, aunque tensaba la mandíbula.
El regreso de Daniel Whitmore
El clima en Westhaven era gris y pesado aquella tarde cuando Daniel Whitmore entró en la sede de campaña.
El senador y candidato a vicepresidente llevaba un traje impecable y su andar era confiado, pero todos en la sala sabían lo que había costado traerlo de vuelta.
Cuando cerró la puerta, un silencio incómodo se apoderó de la sala de estrategia.
Derek Vaughn, jefe de campaña, fue el primero en hablar.
—Espero que vengas con la cabeza en el juego, Whitmore. Porque las próximas semanas van a ser un infierno.
Daniel dejó caer su maletín sobre la mesa y sonrió con su característico aire de cinismo.
—Qué cálida bienvenida, Derek. Realmente extrañaba este lugar.
Derek cruzó los brazos sin inmutarse.
—No estamos para bromas.
Richard Ellsworth, que hasta entonces había permanecido en silencio, apoyó las manos sobre la mesa y miró a su compañero de fórmula con una expresión seria.
—No necesito explicaciones, Daniel. Solo necesito saber si estás listo para hacer tu trabajo.
Daniel exhaló con calma y se ajustó el puño de la camisa.
#2077 en Otros
#359 en Novela histórica
#162 en Aventura
politica chantaje, politica y sexo, politica romance y accion
Editado: 12.08.2025