La Esposa Del Presidente

CAPÍTULO 9: LA BATALLA POR EL FUTURO

Habían transcurrido ya tres años desde el momento en que la administración Ellsworth se tambaleó al borde del abismo. Desde entonces, la República de Lexington había recuperado una relativa estabilidad política y económica. En los ojos de la mayoría, Richard y Helena habían logrado encaminar al país tras la muerte de viejos aliados y los escándalos que sacudieron los cimientos del gobierno. Pero el costo en la sombra había sido elevado.

Los medios, cada vez más controlados, apenas se hacían eco de lo ocurrido en aquella etapa oscura, limitándose a ensalzar los logros en infraestructura, la mejora en la seguridad ciudadana y las leves alzas en la economía. Mientras tanto, en la Casa Presidencial, Helena jugaba sus cartas con cautela: exigía disciplina absoluta a su círculo más cercano y tejía alianzas con empresarios e influyentes líderes locales, todo en pos de blindar el poder de Richard.

Para reforzar el andamiaje del gobierno, Helena convenció a Richard de nombrar un nuevo vicepresidente que fuera más fácil de manejar. Alguien sin grandes ambiciones personales, pero con una imagen pública correcta. El elegido fue David Solís, un político de mediano perfil dentro del PLT, agradecido por el ascenso y poco propenso a aliarse con disidentes. Solís, encantado de quedar bajo los reflectores, prometía una obediencia casi servil a Richard y Helena.

En paralelo, se designó a un nuevo jefe de gabinete: Derek Vaughn, un rostro familiar para quienes recordaran las primeras campañas de Richard, pero que se mantenía en un segundo plano desde hacía tiempo. Derek se presentaba como un operador político pragmático, discreto y, sobre todo, leal. Helena lo consideraba un peón valioso: la experiencia de Derek en estrategia electoral y sus buenas relaciones con el Congreso ayudarían a mantener el partido unido de cara al futuro.

Así, en apariencia, el gobierno adquiría estabilidad: un vicepresidente manejable, un jefe de gabinete capaz de aglutinar a los senadores fieles, y Helena supervisándolo todo desde su posición de poder intangible. Bajo la superficie, sin embargo, los traumas de las muertes y conspiraciones anteriores seguían dejando su huella. Algunos enemigos habían aprendido a agazaparse, otros no olvidaban el rastro de sangre en las maniobras presidenciales. Tampoco se desvanecía el murmullo persistente de que, más allá del orden aparente, se estaba gestando un nuevo conflicto.

Aquella tarde, en la luminosa sala de reuniones de la Casa Presidencial, Helena y Richard convocaron a Derek Vaughn y a David Solís. El encuentro, según la agenda oficial, sería para "definir prioridades de cara al cuarto año de gobierno". Sin embargo, todos entendían que se discutiría el futuro inmediato, la manera de consolidar y perpetuar el poder.

David Solís, el vicepresidente, tomó la palabra con un aire de modestia:

—Señor presidente, señora Lancaster, agradezco la confianza depositada en mí. Este último año, la opinión pública ha sido favorable en casi todos los frentes, salvo algunos focos de disidencia. Creo que debemos reforzar la comunicación directa con la gente para sostener ese apoyo.

Derek Vaughn, apoyado en la mesa, asintió:

—Exacto. Desde la jefatura de gabinete, he estado hablando con la bancada del PLT. Les preocupa el surgimiento de un sector crítico que pide mayor apertura y menos mano dura. Creen que, si no atendemos esa demanda, el partido podría fragmentarse.

Richard, con la mirada firme, repasó unos documentos. Helena lo observó, evaluando cada gesto. Aunque él intentaba mostrarse tranquilo, ella notaba la tensión en sus manos. La paranoia que había aflorado en años anteriores no se había desvanecido del todo.

—¿Tenemos nombres concretos de esos "nuevos críticos"? —preguntó Richard, sin disimular su inquietud.

Derek intercambió una mirada con Helena antes de responder:

—Un par de senadores jóvenes, una diputada regional con cierto carisma en el sur y, por supuesto, algunos restos del grupo que en su día simpatizó con Marcus Hargrove. Aun así, la mayoría del PLT sigue alineada con nosotros. La cuestión es contenerlos antes de que se organicen demasiado.

Helena, con un gesto casi imperceptible, invitó a Derek a continuar. Necesitaba detalles que le permitieran mover sus hilos con eficacia. Él lo comprendió y sacó una carpeta.

—He preparado un plan de visitas a las provincias, usando al vicepresidente Solís como imagen conciliadora y amable. La idea es que muestre cercanía a esas voces críticas, prometiendo atender sus inquietudes. Al mismo tiempo, usted, señor presidente, reforzará la línea dura en la capital, recordando que nuestra prioridad es la seguridad y la estabilidad.

Richard ladeó la cabeza:

—¿Crees que con eso frenaremos las aspiraciones de los disidentes?

—Frenaremos, o al menos diluiremos su impacto. Y si no basta, siempre podemos pasar a medidas más... drásticas, como se ha hecho antes. —Derek sonrió con discreción, consciente de que, en esa sala, todos conocían el trasfondo de las palabras "medidas drásticas".

El vicepresidente Solís parpadeó, algo incómodo con la alusión, pero no dijo nada. Helena se irguió:

—Muy bien. David, tú te encargarás de los recorridos. Muestra la cara dialogante del gobierno, promete proyectos de inversión, pequeños favores locales... Y, Derek, tú coordinarás todo con la bancada del PLT y con nuestra gente en las provincias. Sobre mí, no se preocupen: haré lo necesario para que no surjan sorpresas mediáticas.




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