El día había comenzado con tensión. En el Palacio Presidencial, Richard Ellsworth se preparaba para una reunión clave, una que podría evitar una crisis diplomática o empujar a Lexington al borde del conflicto con las grandes potencias occidentales.
Henry Lancaster, su cuñado y embajador en Albión, había logrado organizar una videoconferencia con los presidentes de Arcadia, Albión y Meridia. No sería una conversación fácil. Estos líderes habían estado financiando insurgentes dentro del país y su objetivo era claro: frenar la creciente influencia autoritaria de Lexington.
En la sala de crisis del Palacio Presidencial, solo estaban Richard, Henry y el secretario de Defensa, James Calloway. No había asesores políticos ni periodistas, solo las figuras que realmente manejaban la seguridad y el destino del país.
Cuando las pantallas se iluminaron y los presidentes de las tres naciones aparecieron en la transmisión en vivo, Richard se inclinó levemente hacia la mesa, con las manos entrelazadas.
—Señores —saludó con voz firme, sin perder ni un ápice de autoridad—. Agradezco que hayan aceptado esta reunión.
El presidente de Arcadia, un hombre de semblante serio y cabellos grises fue el primero en hablar.
—No estamos aquí para saludos diplomáticos, Ellsworth. Su gobierno ha cruzado demasiadas líneas y sabemos lo que están haciendo.
Richard sonrió con frialdad.
—Y yo sé lo que ustedes están haciendo.
El presidente de Meridia, una mujer con gesto impenetrable entrecerró los ojos.
—Si insinúa que estamos interfiriendo en sus asuntos internos, se equivoca.
—No insinuó nada —replicó Richard—. Lo afirmo. Mi servicio de inteligencia tiene pruebas claras de que están financiando grupos insurgentes dentro de mis fronteras. Han estado enviando dinero, armas y logística a células que buscan desestabilizar mi gobierno.
Hubo un breve silencio, pero nadie negó la acusación.
El primer ministro de Albión, un hombre elegante pero distante, tomó la palabra.
—Lo que ocurre en Lexington es alarmante. No podemos seguir ignorando que han pasado de ser una democracia a un régimen que militariza sus ciudades y elimina la disidencia.
Richard entrecerró los ojos.
—No necesito que me den lecciones de política. Lo que ocurre en mi país es asunto mío, y si ustedes creen que pueden jugar con mi administración como si fuera un gobierno débil, están cometiendo un error grave.
—¿Nos está amenazando, presidente Ellsworth? —preguntó el mandatario de Arcadia con un tono que desafiaba la paciencia de Richard.
Henry Lancaster, que había permanecido en silencio hasta ese momento, se inclinó ligeramente hacia la cámara.
—No es una amenaza. Es una advertencia. Lexington tiene la capacidad de responder con la misma fuerza. Si continúan financiando a la insurgencia, consideraremos esto como un acto de agresión y responderemos en consecuencia.
James Calloway intervino en ese momento, con su voz grave y calculadora.
—Mi equipo ya tiene estrategias militares diseñadas para bloquear sus rutas comerciales en nuestras zonas de influencia. Podemos hacer que su interferencia les cueste más de lo que ganan con ella.
Los tres presidentes intercambiaron miradas. No esperaban que Lexington respondiera con tanta firmeza.
El primer ministro de Albión suspiró.
—Supongamos que aceptamos dejar de apoyar a estos grupos. ¿Qué nos ofrece a cambio?
Richard sonrió de lado.
—El restablecimiento gradual de nuestras relaciones económicas. Sé que han perdido dinero desde que cortaron lazos con nosotros. Si deciden cooperar, podríamos encontrar una manera de recuperar la estabilidad sin necesidad de conflictos innecesarios.
Los mandatarios parecieron considerar la oferta. No les gustaba, pero tampoco querían una guerra diplomática con un Lexington dispuesto a tomar represalias.
Finalmente, la presidenta de Meridia habló.
—Lo discutiremos. Esperamos una segunda reunión en los próximos días.
La videoconferencia terminó, y la sala quedó en silencio.
Henry se inclinó hacia Richard con una expresión seria.
—No se confiarán tan fácilmente.
Richard asintió.
—No lo espero. Pero ahora saben que no pueden subestimarnos.
James Calloway cruzó los brazos.
—Si aceptan, podremos manejar el resto con el tiempo. Pero si se resisten…
—Entonces estarán obligándonos a dar el siguiente paso —respondió Richard sin titubear.
Mientras la política internacional se debatía entre la diplomacia y el conflicto, en la Casa Presidencial Victoria Langley regresaba a su oficina tras semanas de mantenerse al margen. Aunque oficialmente seguía siendo parte del gabinete, había notado cómo su influencia había disminuido poco a poco.
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Editado: 12.08.2025