Su coche se estacionó a las afueras de la mansión. Abrió la puerta y salió, tomó a Pamela en sus brazos y la sacó con cuidado del auto.
Se veía tan frágil que sintió la necesidad de protegerla para que nada malo le sucediera, un sentimiento que nunca antes había experimentado, ni siquiera con su novia. Trató de alejar esos pensamientos locos de su mente; era una tontería dejarse llevar por la belleza de su esposa.
Había conocido a tantas mujeres bellas en el pasado, pero la mujer en sus brazos era diferente. Se recordó a sí mismo que tenía tres años de noviazgo con Janet y no quería echarlo a perder.
Estaba seguro de que amaba a su novia; ella tenía muchas cualidades que lo hacían amarla con locura. Con su esposa solo sería s*x* sin ningún tipo de sentimientos de por medio. Si su abuelo quería un heredero, lo tendría.
Estaba en el dichoso contrato, pero no la tocaría a menos que ella estuviera de acuerdo. Entre más rápido diera a luz, más rápido podrían divorciarse y olvidarse de todo ese circo.
Caminó en dirección a la mansión y la pegó más a su pecho para protegerla de la brisa fría que soplaba, anunciando una tormenta. Miró cómo temblaba ligeramente en sus brazos; se veía algo pálida y podía sentir el calor de su cuerpo. Al parecer, tenía fiebre, probablemente se había enfermado.
Apresuró sus pasos. No quería que la chica enfermara más por el frío. Mientras caminaba, se dio cuenta de que había un coche estacionado en la entrada. Frunció los labios. Sabía de quién se trataba: un Ferrari rojo.
¿Pero qué hacía allí? Se preguntó a sí mismo. Le había dejado las cosas muy claras. Ella conocía muy bien las condiciones que él le había impuesto.
Entró a la mansión a pasos rápidos y se encontró con Janet, quien estaba sentada en la sala de estar. Parecía muy tranquila hasta que sus ojos se posaron en la mujer en sus brazos. Pudo notar el disgusto en su mirada.
Se levantó de manera elegante. Su vestido rojo, pegado al cuerpo, la hacía ver muy hermosa. Caminó hasta quedar frente a su novio. Lo miró y luego a la chica inconsciente en sus brazos. Sentía como si le estuvieran arrancando el corazón. No toleraba verlos juntos.
—¿Qué haces con esa mujer en tus brazos? —preguntó sin despegar su mirada de él. Necesitaba una explicación en ese momento.
—¿Acaso alguien más no puede cargarla? ¿No tienes suficiente personal que haga esto por ti, Leo?
No podía creer que él se atreviera a cargar a esa mujer frente a sus ojos. Era algo que no podía tolerar. Empezaba a odiar a la chica. Gracias a ella, no podía ser feliz con su novio. Sintió que el dolor le carcomía el alma lentamente. Nunca había experimentado este tipo de dolor en el pasado. El día que él le anunció su compromiso con Pamela le dolió, pero no tanto como esa noche. Parecían una pareja de enamorados.
—Sabes que no puedes venir aquí —le respondió con algo de impaciencia—. Este lugar es sagrado. Me guste o no, ella es mi esposa y tengo que respetarla. Será mejor que te vayas.
No podía creer que él le hablara de esa manera tan cortante. No a ella. Se atrevió a echarla de su mansión. Eso no se lo iba a permitir.
—No me vengas con eso ahora, Leo. Te llamo y no respondes. ¿Cómo quieres que me sienta? Me preocupo por ti, obviamente. Somos novios.
—No tienes que hacerlo —respondió con molestia en su voz.
Janet sintió que su novio le daba una puñalada por la espalda. Ella lo amaba y no podía aceptar que otra mujer se lo arrebatara. Tenía tres años a su lado, tres años que no podían irse a la basura como si nada.
Lo observó subir las escaleras rápidamente. Al parecer, sí se preocupaba por la estúpida esa, que ni siquiera debería estar allí.
Uno de los guardias le pidió retirarse. Ella le mostró una mirada filosa y salió de allí molesta. Nunca la habían tratado de esa manera. Se sentía indignada.
El doctor subió las escaleras rápidamente. Al parecer, su jefe no estaba de buen humor. Entró a la habitación principal y vio a la mujer acostada en la cama. Su jefe la observaba preocupado.
—Necesito saber que está bien. No ha despertado y, en realidad, no sé quién era su doctor anteriormente.
—No se inquiete, señor King. Voy a examinar a su esposa. Si lo desea, puede marcharse o quedarse.
Entró y empezó con su trabajo. En realidad, la chica estaba bien. Un poco débil, con algo de fiebre, pero bien. Al parecer, la señora no cuidaba su salud como debería.
La realidad era que Pamela pasaba demasiado tiempo trabajando para pagar los gastos del hospital. *p*n*s almorzaba. Su jefe era un hombre demasiado exigente, así que la pobre chica ni siquiera podía comer tranquila. Cuando llegaba a casa, lo único que hacía era descansar.
Nunca le prestó atención a su salud. Lo único que le preocupaba era cuidar bien de su madre, asegurarse de pagar las facturas del hospital y ese tipo de cosas. Pocas veces se preocupó por ella misma.
—Bueno, jefe, su esposa está bien. Un poco débil, en realidad. Creo que no se alimentaba como es debido. Parece anémica.
Leo miró al doctor confundido.
Pamela venía de una familia de clase media. Pensar que pasaba hambre era algo descabellado. O quizás era de esas chicas que tenían problemas con la comida. Eso era más razonable para él, ya que se veía algo delgada.
—Hablaré con ella cuando despierte.
—Tiene un poco de fiebre. Lo más probable es que tenga un resfriado, pero no se preocupe. Aquí están estos medicamentos. Debe tomarlos cada ocho horas. Lo más importante es que descanse y, con suerte y cuidados, en unos días estará bien, señor King.
El doctor salió de la habitación. Leo observó a la chica por unos minutos. Al menos sabía que iba a estar bien. No era nada grave. Le quitó los zapatos de tacón y colocó una manta sobre su cuerpo para evitar que se enfermara más por el frío.