Paola despertó por los ruidos en su habitación. ¿Quién era tan estúpido como para molestarla cuando todavía tenía sueño? Se removió incómoda.
Abrió los ojos de golpe y enfocó al chico sin camisa frente a ella; solo tenía una toalla enredada en la cintura.
Sintió la cara caliente en segundos y esquivó la mirada, algo avergonzada. Se dio cuenta de que no estaba en su habitación; los tonos oscuros de los muebles le quitaban vida al lugar y lo hacían ver triste y frío.
Obviamente, estaba en la habitación de su esposo. El hombre se acercó a ella y le extendió unas pastillas junto con un vaso de agua.
—Tienes gripa. Necesito que te recuperes pronto.
Tomó lo que le estaba entregando, tratando de no observar al hombre semidesnudo.
—Gracias —murmuró.
Se tomó las pastillas y se levantó rápidamente. No quería seguir en el mismo lugar que su querido esposo. Le extrañaba que se portara de manera noble esa mañana. Caminó en dirección a la puerta cuando escuchó su voz.
—No puedes salir de la mansión sin mi autorización. Espero que te quede claro.
Se giró con cara de pocos amigos. ¿Acaso había escuchado bien? ¿Iba a tenerla encerrada? Definitivamente, Leonard estaba loco, pensó para sí misma.
—No soy tu mascota. Lo siento mucho, pero no pienso obedecerte, majestad —murmuró molesta.
—No quiero ser grosero contigo. Estoy hablando muy en serio, Pamela. Mira lo que sucedió anoche por tu imprudencia.
—No me interesa. Contento, gracias por salvarme.
—No pongas a prueba mi paciencia —le dijo con una mirada fría—. Si me haces enojar, no te gustará el resultado. Quédate en casa, es lo mejor.
Leo se dio la media vuelta y entró a la ducha. Esa mujer tenía agallas para desafiarlo, y eso lo hacía enojar a cada momento. Era terca. Janet era una chica diferente, fácil de tratar, pero su esposa era un dolor de cabeza.
Paola salió de la habitación de su esposo prácticamente corriendo. Su corazón latía como loco. Era demasiado estúpida como para fijarse en él de esa manera.
¿Acaso los tragos de la noche anterior estaban haciendo efecto tardío? Leo era realmente s*xy y su cuerpo, lo mejor que sus ojos habían visto.
Caminó por los pasillos con la respiración acelerada. Necesitaba a sus amigas en ese momento; quería escuchar sus consejos. Estaba volviéndose loca. Definitivamente, no podía sola con tanto.
Le envió un mensaje a sus dos amigas. Ana era la que siempre estaba libre por las mañanas. Fue a su habitación, tomó una ducha, se arregló y salió en su auto. No iba a obedecer a su marido.
Leo bajó las escaleras, entró al comedor, pero no observó a Pamela por ningún lado. Esto tenía que ser una broma. ¿Dónde estaba? Sabía que debían desayunar juntos para mantener las apariencias.
—¿Has visto a Pamela? —le preguntó al mayordomo.
—La señora King salió de la mansión hace unos minutos, señor. Tenía algo de prisa, eso creo.
Respiró profundamente y negó con la cabeza. Tenía que hacer algo con esa mujer o terminaría en más problemas. Se sentía molesto por su actitud desafiante.
El auto de Pamela se detuvo a las afueras de un pequeño café. Respiró profundamente y salió. Tenía que hablar con las chicas o iba a volverse loca.
Entró y observó a sus dos únicas amigas. Se acercó y las abrazó con fuerza. Quería volver a su humilde hogar, pero no era posible en ese momento.
—¿Dónde estabas? —la interrogó Olivia—. ¿Y por qué llevas esa ropa tan costosa? ¿De dónde la sacaste?
—Estábamos preocupadas por ti —le dijo Ana.
—Chicas, estoy bien. En realidad, es una historia muy larga y complicada.
Así fue como Paola empezó a contarles a las chicas lo que había sucedido en los últimos días. Sonaba como una locura sacada de uno de los libros que tanto leía todas las noches.
—Voy a matar a esa maldita si logro verla —dijo Olivia, molesta—. ¿Cómo puede obligarte a tomar el lugar de tu hermana?
—Chicas, esto no puede saberlo nadie. Ella tiene a mi madre, y debo hacer lo que me diga. No tengo opción.
—¿Quién es tu esposo? —preguntó Ana—. ¿Acaso lo conocemos? Debe de ser alguien importante para que esas arpías te utilicen.
—Leonard King —respondió, soltando un suspiro—. Es un hombre odioso, amargado e insoportable.
Las chicas la observaron como si estuviera loca. Ese hombre era el sueño de cualquier mujer. ¿Cómo podía su amiga estar tan triste con tremendo bombón en casa?
—Paola, ese hombre es el sueño de cualquier mujer. He visto su foto en las revistas de moda y me parece todo un dios griego, demasiado ardiente —dijo Olivia con una sonrisa coqueta.
—Pero no es mi sueño —respondió la chica, molesta—. Tengo que darle un hijo. Es parte del contrato que más odio —se quejó.
Las chicas se observaron entre ellas. No parecía un castigo, más bien suerte, pero para su amiga resultaba como una tortura.
—No soy experta en contratos, Paola, pero si está en el documento, no tienes opción. Dale el heredero que necesita, cobras el dinero y te alejas de esa maldita que tienes como hermana —habló Olivia.