Janet salió molesta de la oficina de su novio. Algunos empleados la miraban con curiosidad y luego bajaban la cabeza. Sabían que ella era la novia del jefe y que podía hacer que se quedaran sin trabajo.
—Dejen de ver lo que no les importa y sigan en lo suyo, pinches chismosos —vociferó molesta.
Sus tacones hacían un ruido horroroso en el mármol, lo que llamaba aún más la atención de los presentes. ¿Cómo era posible que la dejara vestida y alborotada solo por ir tras su esposa? Eso era realmente inaceptable. Él jamás la había rechazado de esa manera.
Entró al ascensor y observó al asistente de su novio. Era obvio que el tipo la odiaba, pero eso poco le importaba. Le lanzó una mirada de pocos amigos. Ese m*ld*t*… Era su primo. Su familia no tenía tanto dinero como la suya, pero trabajaba con Leo, y eso le abría muchas puertas.
—Al parecer, te dejaron en medio de algo importante. Por lo menos disimula y arréglate la ropa, mujer. ¿Qué pensarán las personas si te ven así? ¿Qué dirá mi tía si se entera de que no eres virgen?
—Vete a la m**rd*, Richard —gritó molesta—. Eres un completo imbécil. Deja de meterte en mis cosas.
—Tus palabras no me afectan, querida prima. Conocí a la esposa de mi jefe. Es una mujer muy hermosa. Pensé que te amaba, pero al parecer no es así. Salió prácticamente corriendo del edificio cuando se enteró de que su esposa salió a beber un poco.
—Ese no es tu puto problema. Él me ama a mí y tiene que fingir ante su familia que ella le interesa. Ese matrimonio es una farsa, y todo el mundo lo sabe.
Observó a la mujer salir furiosa del ascensor *p*n*s este se detuvo.
Una sonrisa divertida se formó en los labios de Richard. La odiaba por ser una mujer falsa. Fingía ser una buena persona frente a Leo, pero a sus espaldas era como Shrek: horrible. Él la conocía mejor que nadie; era su prima, por desgracia.
Janet subió a su costoso auto y comenzó a conducir como loca por las abarrotadas calles de la ciudad. Las personas, al verla, le daban el paso. Nadie quería rayar por accidente un auto tan lujoso.
¿Acaso esa mujer era mejor que ella? Jamás, se dijo a sí misma. Aceleró a fondo. Iba a la mansión de su novio porque necesitaba respuestas, y esta vez no iba a permitir que la echara del lugar. A fin de cuentas, ella tenía una habitación allí.
Esto no lo iba a pasar por alto. Primero la echó de la mansión y ahora la dejaba como un volcán en llamas. ¿Qué tenía esa mujer que no tuviera ella? Gritó furiosa dentro del auto y golpeó el volante como una desquiciada. Pamela no era más que una rubia tonta.
Se detuvo frente a la mansión. El guardia abrió el portón y le permitió el paso. Guardó su auto en la cochera y entró caminando de manera elegante. Se sentó en el sofá. Conocía bien el lugar, ya que a menudo visitaba a Leo, pero al parecer él había olvidado que ella era su novia y que debía prestarle toda la atención posible.
Se quedó esperando a que él regresara. No le importaba cuánto tiempo tomara. Le debía una explicación. No era estúpida. Leo jamás había actuado de esa manera por ninguna mujer. Eso encendió por completo sus alarmas.
Paola estaba sentada con sus amigas. Habían ordenado algunas botellas de licor, cortesía de su esposo falso, ya que las había pagado con su dinero.
—Un brindis por aquello que nos pertenece —habló Olivia, levantando su trago.
—Por los amores que se han ido —agregó Ana—. Y por los que han de venir.
—Por lo estúpidas que somos las mujeres cuando nos enamoramos —dijo Paola, levantando su copa con una sonrisa triste.
—¡Salud!
Dijeron las chicas al unísono, llamando la atención de las personas en el lugar.
Las chicas continuaron bebiendo entre risas y chistes. Hacía mucho que no se divertían de esa manera.
Para Paola, todo era trabajo y más trabajo. Ni siquiera podía salir a tomar aire. No se arrepentía; lo hacía por amor a su madre.
—Tu hermana es una p*t* sin sangre y tu tía, una maldita bruja. Las dos son idénticas.
—Te apoyo, Ana. Esa mujer es como Lucifer en persona: lindo por fuera, horrible por dentro.
—La muy estúpida me tiene en sus manos —se quejó la rubia—. Ni siquiera puedo librarme de ellas.
—Habla con tu esposo. Él podrá ayudarte —sugirió Olivia.
Paola era su esposa. Él debía ayudarla.
—Olivia, te recuerdo que ella tiene a mi madre. Si hablo, difícilmente volveré a verla. Ni siquiera sé dónde la tienen. Todo es demasiado complicado.
—Tienes razón —murmuró su amiga, tomándose otro trago.
Un grupo de chicos entró al lugar. Todos vestían prendas costosas. Paola los observó por unos segundos, pero no sabía quiénes eran.
—¿Viste qué cosas más lindas? —Ana estaba algo emocionada—. Necesitas algo como eso para olvidar tus penas, mujer.
Paola negó rápidamente con la cabeza. No estaba interesada en ligar con nadie. Continuó bebiendo tranquilamente. Después de unas cuantas copas, se sentía algo ebria, pero todavía podía caminar.
Uno de los chicos se acercó a su mesa e invitó a Olivia a bailar. Ella aceptó sin pensarlo.