La esposa falsa del protagonista

Capítulo 2

Dante abrió lentamente los ojos, sintiendo una punzada de dolor en su cabeza mientras los rayos del sol se filtraban a través de las pesadas cortinas de la habitación. Su mente aún estaba nublada por los excesos de la noche anterior, pero a medida que la claridad comenzaba a emerger, una sensación de desconcierto y pesar se apoderó de él.

Se incorporó con torpeza, apoyándose en el borde de la cama mientras intentaba recordar los eventos de la noche anterior. Fragmentos confusos de imágenes y voces resonaban en su mente, pero una sombra inquietante se interponía en su memoria. Luego, como un rayo, el recuerdo lo golpeó con fuerza: se había casado.

Un escalofrío recorrió su espina dorsal cuando se dio cuenta que aquel pensamiento que surgió por mera impulsividad, finalmente, se había concretado. 

En contra de las advertencias de su padre, quien creía que el matrimonio era un peldaño fundamental para la familia, Dante se casó con una mujer muy parecida a su querida Rania con la esperanza de enterrar su recuerdo. 

Conoció a Diana antes de enterarse que Rania había contraído nupcias con el príncipe heredero, Alaric Baskerville. Fue en la clínica de un pequeño pueblo a la que llegó por casualidad, después de resultar herido en la misión que el duque Clifford le encomendó. En aquel momento apenas y pudo conversar con la mujer debido a sus lesiones. Aunque Diana también era una paciente, ayudaba a las enfermeras y doctores con el cuidado de los demás, incluso, cuando su cuerpo se debilitaba, prefería que atendieran a otros antes que a ella.

Si bien, Diana era una joven bondadosa, esa no fue la razón por la que dejó una fuerte huella en la memoria de Dante; sino por el gran parecido que tenía con su amada Rania.

Rania era rubia con ojos verdes y emanaba una belleza etérea y cautivadora. Su cabello dorado caía en ondas suaves alrededor de su rostro, brillando como hilos de oro bajo la luz del sol. Cada mechón parecía capturar la luminosidad del día, aportando un resplandor suave y radiante a su apariencia.

Sus ojos verdes eran como dos gemas preciosas, brillantes y llenas de profundidad. El verde intenso se destacaba en contraste con su cabello rubio, creando una combinación hipnótica que atrapaba la atención de quienes la miraban.

Su amada tenía una presencia angelical, con una figura esbelta y grácil. Mientras que su porte erguido y suave, lleno de confianza y delicadeza, la convertían en el centro de atención dondequiera que fuera.

A pesar de que Diana tenía el cabello oscuro y orbes cobrizas, varios de sus rasgos, y su forma de sonreír, la hacían parecer un familiar lejano de Rania. Sus ojos almendrados, enmarcados por largas pestañas y sus pómulos suavemente contorneados, por ejemplo, le daban una dimensión elegante a su apariencia. Muy similar al porte de Rania.

Conocerla, en aquel entonces, fue lo que mantuvo a Dante despierto y luchando día tras día para recuperarse y regresar a casa. Y, del mismo modo, fue el ancla que lo mantuvo cuerdo tras enterarse de la traición del duque. 

Esa mujer no era más que un sustituto para llenar el hueco que le dejó Rania.

Dante se puso de pie con dificultad, sintiendo la resaca que aún le pesaba. Buscó en la habitación señales de lo que había sucedido, pero solo encontró indicios de la desordenada borrachera que lo había sumido en la inconsciencia. Las mantas estaban en el suelo y en el colchón no había nada más que una sábana arrugada y una almohada.

Se dirigió tambaleante hacia el espejo, mirando su reflejo desaliñado y ojeroso.

«¿Dónde está?», pensó mientras intentaba recobrar los sentidos por completo.

Phillip, su mejor amigo y fiel camarada, le sugirió empezar el matrimonio de una manera adecuada y amorosa. Pero, al no tener a su esposa en brazos, con la habitación en desorden y borrosos recuerdos de la noche anterior, dudaba que así hubiera sido. 

Dante consideró llenar su corazón de determinación y buscar a Diana, mostrar su arrepentimiento por aquella primera noche y hacer todo lo posible para sembrar la semilla de amor y confianza en su interior. De este modo cumpliría el capricho de su padre y fortalecería a la familia.

Pero la simple idea lo llenó de amargura, él era un hombre fiel a sus sentimientos y actuar de ese modo sería fingir una emoción que no sentía. No veía a Diana como a una esposa ni una posible futura madre de sus hijos, todo lo que quería de ella era el consuelo que su imagen podía otorgarle. 

Para él, Diana no era más que una muñeca con la apariencia de Rania a la que se aferraría y con la cual jugaría por mero despecho. 

Suspiró con pesadez, antes de tomar la pequeña campana para llamar a la servidumbre. 

—¡Leonor! —exclamó cuando no atendieron el llamado al instante.

La puerta se abrió y su vieja ama de llaves apareció en el umbral, lucía agitada y nerviosa. Una actitud para nada común considerando sus años de servicio para la familia Wright.

—Su excelencia, disculpe la demora —saludó la anciana en compañía de una breve reverencia.

Dante frunció el ceño.

—¿Dónde está la servidumbre? 

Leonor apretó con fuerza los labios antes de responder.




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