La esposa falsa del protagonista

Capítulo 3

El universo de «Rosas de oro y lágrimas de vino» tenía toques de fantasía. Cuando la avalancha de críticas cayó en contra de la autora, uno de los argumentos era que estos elementos fantásticos fueron colocados para facilitarle la vida a los protagonistas, para entorpecer los planes de los villanos o para darle más drama a la historia.

Diana nunca pensó demasiado en ese tema mientras leía hasta esa noche, cuando no pudo conciliar el sueño y en su lugar comenzó a enlistar todo lo que podía recordar de la novela que pudiera servirle para sobrevivir. Después de todo, «Rosas de oro y lágrimas de vino» tenía más de doscientos capítulos y era imposible que recordara todo lo que sucedía a detalle. 

Entre uno de los datos más relevantes era que en ese mundo existían contratos mágicos con los cuales las personas se veían obligadas a cumplir su parte del trato, de lo contrario, morirían. También, existían alquimistas capaces de crear elixires, algunos tenían beneficios medicinales, pero también creaban venenos o artefactos con cualidades mágicas, pero lo más relevante era la existencia de los profetas.

En el último arco, el mayor enemigo de Dante era un profeta aliado del príncipe Alaric, ya que este hombre tenía visiones de los planes de Dante y ayudaba al príncipe a arruinarlos. 

Aunque Diana no estaba segura de cómo funcionaba la magia a ciencia cierta, estaba dispuesta a mentir para convencer a Dante de que la necesitaba como una aliada.

Al final del día, era una mujer en un mundo medieval donde su valor se medía según su grado de belleza, juventud y si era fértil o no. Si intentaba huir de él, no tendría a dónde ir y sus posibilidades de conseguir un empleo serían muy bajas, considerando que técnicamente vivió en un hospital y solo tenía conocimientos teóricos.

Tras meditarlo, determinó que lo mejor era ayudar a Dante, no solo a recuperar el corazón de su amada, sino en su lucha en contra del príncipe heredero. De este modo, y de forma consecuente, podría pedirle recompensas que le sirvieran más adelante. Así, cuando los protagonistas finalmente estuvieran juntos, ella podría irse sin remordimiento ni pena alguna.

Dante, finalmente, soltó una burlona carcajada.

—¿Crees que soy estúpido? —dijo, aumentando la presión de su agarre. 

Diana no sabía si lo estaba haciendo adrede o el hombre simplemente no podía medir su fuerza, pero si no se detenía, estaba segura que terminaría con la muñeca rota.

—En esta era ya no quedan profetas —continuó Dante—. Eso solo puede significar una cosa: eres una espía.

Ciertamente, Diana nunca contempló la posibilidad de que fuera señalada como una informante del palacio real, pero considerando el panorama político de Galdoria, tenía sentido que Dante desconfiara de ella.

En esa parte de la novela, el príncipe heredero era descrito como alguien noble y de buen corazón, pero ya se mencionaba que el patriarca de los Wright no estaba satisfecho con él. Es decir, no lo veía como el indicado para ocupar la corona. Esto era consecuencia de que la reina provenía de la familia Kingsley, quienes siempre codiciaron el poder y fortuna de los Wright.

Sin importar que el príncipe Alaric tuviera sangre real, también pertenecía a los Kingsley, y eso solo volvía incierto el futuro de los Wright.

Además de Alaric, también habían dos príncipes más, hijos de concubinas del rey. Y aunque ellos podían aspirar al trono no lo hicieron por diferentes razones: Christian, el hermano de enmedio, murió cuando la embarcación en la que viajaba fue destruida en una tormenta; y Oliver, el hermano menor, quien no tenía mucha presencia en la corte porque era muy tímido y retraído, simplemente renunció a su estatus real y huyó de Galdoria cuando la lucha entre Dante y Alaric inició.

Diana no sabía cómo, pero tenía que impedir la muerte de Christian e impulsar a Oliver para que se involucraran en la lucha por el trono. Al final de cuentas, Diana nunca supo el desenlace de la novela, así que no estaba segura de quién ocupó la corona tras la derrota de Alaric. Tener a los otros dos príncipes en la batalla, aumentaba las posibilidades de éxito.

—Ponme a prueba. —Diana frunció el ceño—. Te diré algo que aún no sucede y nadie sabe qué pasará, y una vez que mi profecía se cumpla, te diré los términos que exijo para que recibas mi ayuda.

—Adelante, y cuando eso no suceda serás ejecutada por ser una espía. —Dante se mostró entre divertido y retador.

Diana respiró hondo, ese era el momento en el que tenía que recurrir a toda la información que logró aprender de la novela. Le diría un suceso que si o si tenía que pasar, era inevitable porque formaba parte de los acontecimientos más importantes de la obra.

—El príncipe Christian regresará a la capital la siguiente semana. —Sonrió—. ¿El motivo? Su Majestad, el rey, caerá de su caballo en medio de una cacería y aunque en un inicio se creerá que su vida está en peligro, solo terminará con una lesión en el brazo.

Diana sonrió cuando el agarre de Dante se aflojó y su mirada se volvió monótona, aunque le resultaba imposible descifrar sus pensamientos, sabía que sus palabras habían sido suficientes para hacerlo dudar.

En primer lugar, porque el príncipe Christian era descrito como un hombre libertino que solo buscaba el placer propio y huía de sus responsabilidades reales. En ese punto de la historia debía estar en el extranjero, viajando a costa de las riquezas de la familia real.




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