—Vamos, tienes que regresar a casa. —Phillip se recargó en el umbral de la puerta con los brazos cruzados—. Ahora eres un hombre casado, disfruta de tu esposa antes de que tengan un montón de bebés que le roben tu atención.
Dante lo ignoró, en su lugar, continuó puliendo la colección de cuchillos delante de él. La colección descansaba sobre una elegante funda de cuero, formando un tesoro de herramientas afiladas y distintivas, cada una de ellas diseñada para un propósito específico. Algunos se destacaban por su hoja larga y afilada, estos cuchillos eran perfectos para cortar, picar y rebanar. También había pequeños cuchillos con hojas curvas y afiladas, aunque su tamaño parecía modesto, su destreza y versatilidad eran indiscutibles.
La hoja de acero inoxidable del cuchillo que Dante limpiaba reflejó la luz, revelando una serie de marcas de batalla que atestiguaban las vidas que arrebató y el propio reflejo del hombre. Dante contuvo la respiración al recordar las manchas de sangre de la noche anterior y se preguntó si Diana sería capaz de mantener su temple serio si alguna vez lo viera cubierto de sangre.
—Deja de ignorarme. —Phillip se quejó—. Me lo agradecerás más tarde.
Dante apartó la mirada del cuchillo y lo miró.
—Necesita una dama de compañía, tu hermana servirá.
Phillip puso los ojos en blanco.
—La señorita Valeria no es mi hermana —aclaró—. Y no hables de ella como si fuera una herramienta, aunque sí, creo que a ella le encantará asistir a tu esposa.
En un inicio, Dante quería proporcionarle lo mínimo indispensable a Diana con la intención de ser muy claro respecto a sus sentimientos, pero si lo pensaba con cuidado, la propia Diana era un medio por el cual sus enemigos podrían acercarse a él. Era mejor si ponía personas de confianza a su alrededor.
Por el estatus de Leonor, la mujer no podría acompañar a Diana a eventos de la aristocracia y tampoco podía solicitarle a su padre que enviara a alguna de sus aprendices, la mejor opción era Valeria.
Dante dejó el cuchillo en la funda y la cerró.
—Dile que se presente la próxima semana.
Phillip abrió ligeramente los ojos.
—Pero aún no concluye tu luna de miel…
Dante pasó junto a él, empujándolo ligeramente a su paso.
Era su mejor amigo, la persona en la que más confiaba, pero por los términos del contrato no podía decirle lo que estaba sucediendo realmente con Diana.
•••
Bajó del caballo y observó atentamente la residencia frente a él, gracias a la penumbra nocturna la arquitectura resaltaba bajo la intensa luz amarillenta de los faroles. Jamás imaginó que regresar a casa le produciría la misma sensación de cuando era castigado de pequeño. Era asfixiante vivir bajo el mismo techo de una persona que le interesaba en lo más mínimo.
Jenkins lo recibió en la entrada, lo ayudó a quitarse su abrigo mientras le informaba que Diana había conseguido acoplarse rápidamente a su nuevo hogar. Dante gruñó en respuesta.
—Cenaré en mi estudio —dijo mientras subía las escaleras—. Que nadie me moleste.
Jenkins lo siguió a paso veloz.
—Entendido, su excelencia, sin embargo, temo decirle que la señora lo está esperando en el estudio.
Dante frunció el ceño.
—¿Por qué?
Sin darle la posibilidad de responder, apresuró el paso y entró al estudio empujando la puerta sin consideración alguna.
Diana, su incomprensible esposa, estaba sentada frente al escritorio. Parecía una pintura, inmovil e inmaculada en los metros de tela satinada que la cubrían, con su cabello ligeramente alborotado y su pálido semblante. No se movía, tan siquiera parpadeaba, todo lo que hacía era observar un trozo de papel.
—¿Qué haces aquí? —exigió saber exasperado. Se suponía que el estudio era su espacio personal y seguro, la única habitación en la que podía colocar una pared mental entre él y su nueva vida.
—Llegó una invitación del palacio. —Diana no lo miró—. De Rania.
Dante se acercó para arrebatarle el papel, de inmediato identificó la pulcra y armoniosa caligrafía de su amada. El tono era formal, pero amistoso y aunque la invitación estaba dirigida a ambos, la misiva se sentía más para Diana.
Lo más llamativo —doloroso, quizá— era que Rania ya no firmaba con su apellido de soltera. Era predecible, si, después de todo era una mujer casada, pero Dante seguía sin estar preparado para enfrentarse a esa realidad.
—No es para tanto. —Dejó la invitación en el escritorio.
Diana lo miró directamente a los ojos, era difícil saber si estaba molesta o nerviosa y la duda lo estremeció. ¿Por qué era tan difícil leerla?
—¿No es para tanto? —repitió en tono mordaz—. No estoy preparada, ni siquiera sé porqué hay tantos cubiertos de diferentes tamaños en la mesa…
Dante puso los ojos en blanco, era una mujer después de todo, por supuesto que sería superficial.
—Le diré a Jenkins que llamé a la modista y agende una cita con la joyería, nadie se atreverá a decirte algo mientras luzcas costosa.