La esposa falsa del protagonista

Capítulo 7

Diana estaba acostumbrada a fingir.

Fingía amor hacía sus padres y aprecio a los regalos que estos le daban, fingía que su dolor era mucho menor siempre que las enfermeras le preguntaban si se sentía mal, fingía que no le importaba quedarse sola en las festividades que se suponía reunían a la familia y fingía que era feliz siempre y cuando tuviera un libro en manos.

No estaba segura si eso la convertía en una vil mentirosa o en una diestra actriz, pero definitivamente fingir la había protegido de su cruel realidad. Ahora que su vida dependía completamente de ella y no del cuidado de terceros o de medicamentos, pondría en práctica todo lo que consiguió aprender.

Sabía que su apuesta era arriesgada, que provocar a Rania no era una buena idea si deseaba vivir plenamente, pero con la cuenta regresiva y un irascible Dante viviendo con ella, era mejor ir por el todo o nada.

Diana no estaba lista para enfrentar a la nobleza, había mucho que desconocía y su nula interacción social en el hospital la volvieron una persona reservada y con el mismo carisma de una patata. Era un repelente social.

Por eso decidió que fuera de casa, bajo la estricta lupa de los demás, encarnaría el papel que todos estaban ansiosos por juzgar: el del supuesto reemplazo de Rania.

Estaba segura que Dante la odiaría por eso, incluso que llegaría a pensar que lo hacía en forma de venganza, sin embargo, todo lo que podía hacer Diana en ese momento era aferrarse a lo que conocía y ella había sido de esa parte de lectoras que realizó rigurosos análisis sobre la personalidad de Rania.

La hija del duque Clifford y ahora princesa heredera de los Baskerville, era un personaje que dejó a toda la comunidad de lectoras intrigada. Algunos argumentaban que era una mártir víctima de las circunstancias y otros una caprichosa narcisista. Diana jamás llegó a un consenso sobre ese tema. Aunque sí tenía muy presente que detrás de esa sonrisa angelical había una astuta mujer.

—Cariño, démonos prisa. —Diana sujetó a Dante del brazo y tiró de él hacia adelante. 

Dante le lanzó una mirada de desconcierto a Diana, aún así ella hizo su mejor esfuerzo para dibujar una alegre sonrisa en su rostro. 

Al cruzar el arco de flores las miradas de los invitados se dirigieron hacia ellos, la mayoría se mantenía a la expectativa de lo que su presencia significaba y no dudaban en cuchichear entre ellos, mientras que otros estaban genuinamente cautivados por la belleza y la elegancia que desprendían.

El sonido suave de las risas y las melodías de un grupo de músicos en vivo flotaban en el aire, creando una atmósfera encantadora. Los invitados disfrutaban de la compañía, saboreando sorbos de té caliente y degustando deliciosos pasteles y bocadillos.

Diana observó con genuino asombro cada uno de estos detalles, el escenario sin duda era maravilloso, prácticamente salido de un cuento de hadas.

—Dante, no te atrevas a huir de mí de nuevo. —De entre la pequeña multitud apareció un joven de cabello castaño y mejillas pecosas en compañía de una dama de gruesos bucles dorados.

Dante se detuvo en seco y apretó ligeramente la mano de Diana.

—Compórtate —susurró a la par que sonreía.

Al parecer ella no era la única que tenía que fingir para sobrevivir a las reuniones sociales.

—Henry —dijo en forma de saludo—. No pretendía huir de ti, simplemente las circunstancias no habían sido las mejores para reunirnos.

El tal Henry asintió y de inmediato su atención cayó sobre Diana, aunque él pudo disimular mejor su asombro y volvió a concentrarse en Dante. Caso contrario de su esposa, quién barrió de pies a cabeza a Diana sin recato alguno.

Diana se limitó a sonreír.

—Escuché que te casaste —continuó Henry—. ¿No te parece una falta de respeto haber mantenido a esta belleza escondida? —Volvió a dirigir su atención a Diana.

—Cierto. —Dante señaló con la mirada a su esposa—. Lord y Lady Sinclair, les presento a mi querida esposa, Diana Wright.

—Es un placer conocerlos. —Diana hizo una pequeña reverencia.

—El placer es de nosotros. —Henry sonrió con gallardía—. Hemos escuchado varios rumores sobre ti así que conocerte puede ser considerado un logro. ¿No crees, Lottie?

—¡Henry! —La rubia miró con reproche a su esposo—. Es impropio que hables de los rumores frente a ellos. —Regresó la mirada a Diana y sonrió—. Querida, solo ignoralo. 

A pesar de que Dante mantenía la calma en el exterior, Diana podía ver en sus ojos un atisbo de molestia. Incluso ella, que recién tenía su primera conversación del día, ya se sentía exhausta. 

Por alguna razón, a los nobles les gustaba la teatralidad, convertían todo en un espectáculo por más banal que fuera y proclamaban falsa modestia cada vez que tenían la oportunidad.

—Somos conscientes de los rumores que circulan. —Dante habló con voz firme—. Agradecería que los ignoraran, no son más que habladurías.

Henry se echó a reír.

—Tienes razón, los rumores no son más que una forma de distracción de las mujeres. ¿Verdad, Lottie? —Le dio un codazo a su esposa—. Es por eso que te recomiendo mantener a tu mujer ocupada, de lo contrario le sobrará el tiempo y terminará esparciendo chismes sin sentido.




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