La esposa falsa del protagonista

Capítulo 8

Entre los arbustos frondosos y las flores perfumadas, la mirada de Dante se encontró con la de Rania. El recuerdo de los momentos compartidos los envolvió como una bruma tenue pero persistente, creando un halo de nostalgia en el aire. El palpitar del corazón de Dante se aceleró ante el encuentro solitario con la mujer que aún habitaba en lo más profundo de su ser, pero por alguna razón la emoción no se concretó. 

Ver a Rania parada junto a los lirios blancos, cuya palidez era similar a la de su alba piel, con aquel elegante vestido que no hacía más que resaltar su hermoso rostro y sedoso cabello, no hacía más que evocar imágenes de Diana. 

El contraste era evidente, mientras que una era luz, la otra era sombra. 

—Dante...—susurró Rania, su voz era apenas audible.

La brisa acarició sus rostros y meneó las flores mientras el silencio creaba una atmósfera que era difícil de descifrar. Un destello de dolor pasó por los ojos de Rania, pero su mirada se mantuvo firme y distante. Dante reconocía ese gesto, estaba molesta aunque era difícil determinar el por qué.

El tiempo pareció detenerse a su alrededor y ni los sonidos provenientes del cielo o la fiesta fueron capaces de romper aquella extraña interacción.

—Su Alteza —saludó Dante al recordar la etiqueta e hizo una ligera reverencia.

—Tu esposa es encantadora. —Rania desvió la mirada hacia los lirios.

Dante se preguntó qué cosa haría Diana como para haber puesto de malas a la gentil princesa. Frunció el ceño.

—Me disculpo en su nombre si es que llegó a incomodarla. Hasta hace poco no era más que una simple pueblerina, sus modales no son los mejores.

—Tienes razón, me ha incomodado y dudo mucho que pueda perdonarla.

—¿Disculpe?

Rania arrancó el lirio más cercano a ella y lo sujetó con fuerza, algunos de los pétalos se desprendieron y fueron arrastrados por el viento. Un trueno cayó. 

—Se convirtió en tu esposa, ¿cómo se atreve?

Dante parpadeó lentamente. Las palabras de Rania resonaron en su cabeza en eco y un nudo se formó en su estómago. No consiguió concebir felicidad en su corazón. No podía hacerlo cuando estaba presenciando en primera mano cómo una de las ¿visiones? de Diana se estaba cumpliendo.

En cuanto vea que la persona con la que se había encaprichado mira con la misma intensidad a otra, se acercará a ti.

No, eso no era una visión y ni siquiera una suposición. Diana, de alguna manera sabía que esa sería su reacción y estaba tan segura de ello que ni siquiera titubeó. 

Confía en mí del mismo modo en que lo haces en ella, es todo lo que pido.

¿Qué clase de persona era Diana? ¿No era una torpe pueblerina como creía? ¿A dónde se había ido su sosa sonrisa?

Dante respiró hondo y miró hacia la fiesta de té, esperanzado de poder encontrar en la lejanía la figura de su ahora esposa. 

Al no recibir respuesta, Rania miró a Dante de soslayo y suavizó ligeramente su frío semblante.

—Aunque nuestras vidas nos hayan llevado por diferentes caminos, nunca he dejado de pensar en ti, mi querido Dante.

La última parte bastó para traer de regreso la atención del hombre. Por primera vez, Dante mostró una expresión perpleja y cuando abrió la boca ninguna palabra salió de su boca. Ese era el momento que Diana le prometió, uno que él mismo anheló desde el momento en que se enteró que su amada se casó con otro, sin embargo, su mente se quedó en blanco. ¿Cómo era eso posible?

Unas cuantas gotas de lluvia descendieron del cielo, fue un breve y poco anticipado aviso. Poco después el agua comenzó a caer en abundancia, empapando el suelo y formando pequeños charcos.

Por mera caballerosidad, Dante se acercó a Rania para intentar cubrirla con su saco. Ambos corrieron de regreso hacia el resto de invitados, quienes hasta hace poco disfrutaban del ambiente idílico y se deleitaban con el té y deliciosos postres.

Los sirvientes, rápidos y eficientes, comenzaron a recoger las mesas y los utensilios. Algunos corrieron en busca de sombrillas y toldos improvisados para proteger a los invitados de la lluvia inminente.

La calma se transformó en un caos momentáneo cuando los invitados se apresuraron a buscar refugio, algunos bajo los árboles cercanos, otros tratando de encontrar un espacio bajo los toldos. Los sirvientes trabajaban sin descanso, sosteniendo paraguas y ayudando a los invitados a resguardarse de la lluvia que arreciaba.

Con paraguas en mano y una sonrisa cálida en su rostro, una joven sirvienta se acercó a Rania.

—Por favor, permítame sostener su paraguas, Su Alteza —dijo la doncella.

Rania asintió con gratitud, pero en un inicio se mostró renuente de alejarse de Dante. No se separó de él hasta que este preguntó por Diana y la sirvienta le explicó que no la había visto en un largo rato. 

Dante observó el desolado paisaje en busca de una melena oscura con brillantes perlas o de aquel precioso vestido azul, pero no consiguió localizarla. 




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