Diana tenía muchos motivos para sentirse enfadada —o al menos molesta—, pero su mente la empujó en una dirección completamente diferente y todo lo que pudo sentir fue decepción.
Estaba decepcionada de que un personaje que en un inicio le robó suspiros y sonrojos, haya sido trastornado por su autora al punto de convertirse en una bestia irascible sin una pizca de sentido común.
¿Qué le pasaba por la cabeza a la autora de «Rosas de oro y lágrimas de vino» cuando decidió desdibujar a Dante?
Ahora que estaba conviviendo de primera mano con el personaje pudo comprender el descontento de cientos de lectoras. Era muy evidente que el Dante del arco actual era diferente al del inicio. Antes era caballeroso, un poco retraído, pero amable.
Por culpa de una mala decisión creativa Diana ahora tenía que lidiar con un hombre frívolo, grosero y voluble. Agradecía la segunda oportunidad, pero, ¿por qué ella tenía que pagar con los platos rotos?
Cada vez que convivía con él le quedaba más en claro que debía hacer lo que fuera para salir de ese matrimonio cuanto antes, no quería terminar como el personaje original: desdichada y abandonada en un rincón.
Durante el camino de regreso no le dirigió ni una mirada a su esposo y evitó cualquier interacción posible con él, aunque no había mucho que hacer considerando el tamaño del carruaje. Si o si tenían que soportar sus presencias por más que no se soportaran.
Diana seguía luciendo desalineada, pero no había sido su culpa, el corset era una tortura que no le deseaba ni a su peor enemigo y después de varias horas de pie los zapatos comenzaron a lastimarle. Tampoco pudo hacer mucho con su cabello cuando la lluvia arrasó y el viento revoloteó en su cabeza. Su vestido goteaba y estaba lleno de lodo de la parte inferior. Para rematar, Dante no le dio tiempo de arreglarse y la sacó de la capilla como si fuera un fugitivo. Así que durante una parte del camino estuvo temblando como una hoja al viento. Estaba segura que se enfermaría.
—Ponte esto. —Dante le ofreció su saco.
Diana mantuvo la mirada fija en la ventana, ignorándolo.
—Deja de actuar de forma infantil y ponte esto —recalcó el hombre.
Diana, sin mirarlo, le arrebató la prenda y la colocó sobre sus hombros.
—La próxima vez le pediré a mi «amante» que me deje su abrigo, así te ahorro la molestia.
—Diana —gruñó Dante.
Sabía que estaba pisando terreno peligroso pero había pasado gran parte de su vida en silencio que sentía que ahora no podía parar. Ser el reemplazo de Rania le brindó alguna clase de seguridad con la que no contaba en su vida anterior.
—Eres tan hipócrita —sonrío de lado, aún con la mirada en el lluvioso paisaje—. Te casaste conmigo porque no podías superar a Rania, te ayudo a recuperarla y aún así te atreves a acusarme de adulterio.
Dante exhaló con fuerza.
—Es tu culpa, solo… mírate. ¿Qué otra cosa pensaría al verte así?
Diana apretó las manos contra la tela de su vestido y, finalmente, se dignó a mirarlo a los ojos.
—Solo te pedí una cosa, Dante —habló por lo bajo, obligándose a controlar la reciente furia que crecía en su interior—. Confía en mí. Solo confía en mí si quieres que esto funcione.
—Dame motivos para confiar —replicó Dante con frialdad.
—No me ves como una aliada sino como tu esposa, como una… propiedad. —Diana apretó los labios con fuerza—. Hasta que eso no cambie no hay mucho que pueda hacer por ti.
Dante no dijo nada más el resto del camino.
•••
El lunes por la mañana, después del desayuno, Leonor le presentó quien sería su dama de compañía.
—Valeria Schwab —se presentó la joven. A lo mucho tendría dieciocho años, tenía la cara llena de pequeñas pecas, ojos avellana y una larga melena castaña clara. Lucía inexperta, pero alegre y dedicada. A Diana le agradó.
—Mucho gusto, señorita Schwab.
—Las dejaré a solas para que se vayan familiarizando —anunció Leonor—. Si necesitan algo no duden en llamarme.
Tras la salida de Leonor de la sala, Diana invitó a Valeria a tomar asiento en uno de los cómodos sofás individuales. Frente a ellas había una pequeña mesita con té y unos cuantos platos con variedades de galletas.
—Es más hermosa de lo que imaginé.
Valeria la observó de pies a cabeza. A pesar de que su comentario sonaba un poco ofensivo, Diana no detectó malicia en el tono en que lo dijo. Al contrario, la admiraba como si fuera un pequeño ciervo salvaje.
Diana sonrió. De hecho, con tantos matices de café, Valeria parecía un pequeño y curioso ciervo.
Al notar que sus palabras se podían mal interpretar, Valeria se llevó las manos a la boca y negó repetidas veces.
—¡No es que pensara que no fuera hermos, pero no creí que fuera para tanto! Ay, no, eso sonó peor…
Diana soltó una suave y educada risa.
Seguramente Dante no conocía la personalidad de la señorita Schwab, de haberlo hecho, no la habría enviado a enseñarle. De cierta forma ese pensamiento la reconfortó, estaba cansada de convivir con personas que usaban máscaras sonrientes mientras proclamaban maldiciones por lo bajo.