Fue fácil convencer a Valeria de que dejaran sus lecciones de lado y salieran a dar un paseo por el centro de la ciudad. Lo que le costó más trabajo a Diana fue obtener el permiso de Leonor, la mujer no estaba convencida de dejarlas salir sin la autorización de Dante —quien había salido desde temprano para atender algunos asuntos privados—, pero después de que Valeria le dijera que se mantendrían en la zona de las boutiques ya no objetó y pidió que les prepararan el carruaje.
Durante el trayecto, Valeria no dejó de hablar sobre sus diseñadores de vestidos favoritos, las joyerías que solía frecuentar o la moda del momento. Diana la escuchó con una sonrisa dibujada en el rostro e internamente se disculpó con ella ya que su plan no era ir a esas tiendas de prestigio.
Diana aún no se sentía lista para enfrentar grandes multitudes por su cuenta, la iniciativa de salir fue solo el resultado de su curiosidad y de un arrebato de energía. Mientras avanzaban tuvo que morderse varias veces la lengua para no pedirle al chófer que regresara. Salir por su cuenta seguía siendo una acción con la que no se sentía del todo cómoda, pero el pensar que existía una pequeña posibilidad de encontrarse con el desconocido de la capilla nublaba su mente.
No estaba segura de por qué ansiaba verlo de nuevo. Curiosidad, quizá. O, tal vez, un simple capricho.
Finalmente, el carruaje se detuvo y la primera en bajar fue Valeria, Diana la siguió con timidez y cuando observó el ajetreado ambiente de la zona comercial casi se va para atrás. Por donde viera había comerciantes ofreciendo sus productos, todo lo que la rodeaba se resumía en vivaces colores y decenas de personas caminando hacia todas las direcciones. En el aire se alzaba una dulce y delicada variedad de fragancias, algunas provenientes de perfumerías, otras de tiendas de maquillaje o tiendas de ropa.
Diana vio a una familia enfrente del escaparate de una juguetería, una niña tirando de la mano de su madre mientras le decía que había un vestido hermoso en la otra cuadra, un hombre de mediana edad ofreciendo granizados de cereza y niños corriendo alegremente entre los locales.
Diana respiró hondo y se aferró a la tela de su vestido.
—¡Vayamos a la avenida principal! —Valeria enganchó su brazo con el de Diana y la jaló hacia adelante—. Escuché que llegó una nueva colección de vestidos esta mañana, si nos damos prisa alcanzaremos algo.
Diana detuvo su andar abruptamente, obligando a Valeria a detenerse.
—Señorita Schwab, me gustaría visitar una librería antes de eso. —Mientras hablaba procuró no lucir ansiosa, comenzaba a sofocarse por la multitud.
Valeria parpadeó lentamente y asintió.
—Oh, de acuerdo. ¿A qué librería le gustaría ir? —Sin soltar el brazo de Diana comenzó a caminar—. Hay una calle repleta de librerías, ¿le gustaría ir a la más grande?
Diana bajó la mirada, concentrandose en sus pies, y se aferró a Valeria.
—¿Hay una taberna literaria?
—¿Taberna literaria? —Valeria miró a ambos lados de la calle antes de cruzar—. En la calle de las librerías no, pero cerca de aquí hay una zona de cantinas. —Frunció los labios—. Aunque nos estaríamos desviando del lugar de donde le dijimos a Leonor que estaríamos.
—No importa. —Diana se apresuró a decir—. Me gustaría ir a ese lugar si no te molesta, una vez consiga el libro que necesito, iremos a donde tú quieras.
Valeria asintió.
—¿Qué clase de libro necesita?
Diana contuvo el aliento.
—Aún no lo sé.
•••
En la siguiente cuadra giraron a la derecha en una esquina, dejando atrás el bullicio de las tiendas de lujo y adentrándose en un laberinto de callejones adoquinados menos concurridos. La atmósfera cambió, el aroma a perfumes exquisitos fue reemplazado por el embriagador aroma del vino y la suave fragancia del pan recién horneado. Al inicio, solo se encontraron con algunas vinaterias de lujo y panaderías que abastecían a los restaurantes del centro, pero poco a poco los locales fueron sustituídos por construcciones de madera de donde se escuchaban animadas conversaciones de varones.
Ambas se sujetaron con fuerza a la otra, orando internamente que ninguno de los comensales las molestaran mientras sentían sus corazones a punto de reventar debido a la emoción. Ninguna de las dos había estado en ese lugar antes.
—Espera. —Diana se detuvo en una pequeña plaza, al centro había una fuente redonda que estaba coronada con la estatua de un pequeño querubín.
La estatua parecía estar mirando un local al otro lado de la calle, a simple vista parecía una modesta casa con enredaderas y macetas con flores junto a la puerta, pero arriba de la entrada había un cartel de madera, tallado con letras elegantes, que decía «Taberna de las Letras».
—Es aquí —musitó Diana mientras se soltaba del agarre de Valeria y caminaba hacia la taberna.
Valeria se apresuró a seguirla.
Al traspasar la puerta, fueron recibidas por la calidez del lugar, decorado con estanterías de madera repletas de libros y mesas adornadas con lámparas de luz tenue. El sonido del murmullo tranquilo de las personas inmersas en lecturas y conversaciones llenó el aire, creando una atmósfera acogedora y llena de cultura.