La oscuridad envolvió a Diana. No había horizonte, ni cielo, ni tierra. Mucho menos luz o sombra. Solo una inmensidad vacía que se extendía sin fin a su alrededor. Lo único que podía sentir era agua corriendo bajo sus pies descalzos, agua fría y helada, agua deslizándose en dirección contraria a su paso. En medio del silencio sepulcral, sus piernas se movieron por sí solas, arrastrándola hacia adelante sin un rumbo fijo.
Un escalofrío recorrió su columna al darse cuenta de que no sabía a dónde iba ni por qué caminaba. Su último recuerdo era de cuando descubrió a Rania y Dante besándose, después, ella se encerró en su habitación y se echó en su cama. No sabía cómo había llegado a ese lugar.
Intentó detenerse un par de veces, pero no tenía control sobre su cuerpo. Era como una marioneta, residiendo en un contenedor que no podía manipular a su gusto.
De repente, un sonido sutil la envolvió. Eran cánticos, voces melodiosas de mujeres, palabras en una lengua desconocida para ella. Su corazón latió con fuerza. A pesar de que no entendía el significado de la melodía, sentía que no se avecinaba nada bueno.
Conforme avanzaba, las voces se tornaron más claras y vibrantes, como si sus dueñas estuvieran junto a Diana y ella fuera incapaz de verlas. Entonces, un chapoteo se escuchó detrás de ella. Y luego otro y otro más. Algo se acercaba.
Diana sabía que debía girarse, mirar qué la acechaba, pero no podía. Sus pies seguían avanzando, y las pisadas se acercaban más y más.
Finalmente, algo apareció a su espalda. Ella no lo vio, pero lo sintió. En ese momento el tintineo de una campana se alzó en el aire. Las voces de las mujeres se fueron acallando hasta solo dejar una de ellas. Fuerte y poderosa.
Los pies de Diana se detuvieron y la obligaron a girar sobre sus talones. Fue cuando, al fin, pudo verlo: un ser humanoide, enorme y grotesco. Su cráneo, en lugar de rostro, llevaba cuernos retorcidos, y dos ojos rojos como brasas ardientes brillaban desde las cuencas vacías. No emitía ningún sonido, salvo el crujir de sus huesos al moverse. La bestia la alcanzó en pocos pasos. Su aliento era caliente y sofocante.
El coro de mujeres regresó junto a el tintineo de la campana. Los latidos del corazón de Diana intensificaron su fuerza, dejándola sin aliento.
—Profeta, cuéntame tus secretos… —Las mujeres cantaron—. Ilumina nuestro camino, dime cómo derrotar a aquellos que son aliados de la muerte.
La criatura abrió sus fauces. Diana apretó los puños y la observó sin titubear, a pesar de que su cuerpo era víctima de terribles escalofríos. Entonces, el monstruo se detuvo. Sus ojos rojos la observaron intensamente. De entre gruñidos y el craqueteos, una voz gutural surgió.
—Interesante —dijo la criatura—. No le temes a la muerte.
Diana enterró las uñas en las palmas de sus manos. Quería responderle, pero no encontraba su voz.
—Eso no será suficiente para salvarte. —La criatura río entre dientes.
Diana contuvo la respiración. Un latido de silencio. Y después, una incómoda calidez la envolvió.
«Diana deberá realizar todos los esfuerzos razonables para cumplir con su parte del trato y ayudar a Dante en sus esfuerzos para recuperar el corazón de Rania».
Tienes que realizar todos los esfuerzos razonables, sino, morirás.
Cuando el pensamiento se asentó en su mente, por fin consiguió recuperar el control de su cuerpo. Retrocedió para evitar que la criatura la atrapara y echó a correr. No había lugar a donde ir, ni donde ocultarse, pero sentía que debía mantenerse lejos de la criatura.
—Pequeña ave, incluso si vuelas no podrás esconderte de mí —rugió la criatura con diversión—. Te trajeron de tan lejos para mí. Nunca escaparás.
Diana continuó corriendo, dando zancadas largas e ignorando su agitada respiración y la pesadez que comenzaba a asentarse en sus piernas. Después del shock inicial, se concentró en recordar sucesos similares en la novela, algo que le sirviera para ayudarla a salir de ese lío, pero nada llegó a su mente.
La magia fue un recurso que la autora de «Rosas de oro y lágrimas de vino» utilizó tan a su conveniencia que jamás profundizó a detalle cómo funcionaba en sí. Solo hizo hincapié en aquello que le beneficiaba y dejó lo demás al aire. Tomando en cuenta que los huecos argumentales se llenaron para darle lógica a la trama, eso significaba que se estaba enfrentando a algo que hasta la propia autora desconocía: la magia oscura.
En cierto sentido, era predecible. El oscuro lugar, la criatura casi demoníaca, los cánticos de fondo. Diana no tenía que ser muy lista para deducir que, de algún modo, quedó en medio de algún extraño ritual. La verdadera pregunta era… ¿por qué?
¿Era Rania intentando lastimar a la esposa de Dante desde la distancia? Imposible.
En la novela usó muchos trucos para acercarse a Dante, pero nunca la magia oscura. Ella sabía perfectamente que era una fuerza a la que se le tenía que tener respeto y jamás mostró indicios de tan siquiera considerarla.
Diana se mordió el labio inferior. Sentía a la criatura más cerca de ella, pero no tenía el valor de mirar hacia atrás para comprobar qué tanta ventaja le llevaba. En su lugar, enlistó los personajes que recordaba para intentar averiguar quién la atrajo a ese lugar, pero nadie resaltó.