Me despierto muy cansada todas las mañanas. El insomnio ha empeorado en las últimas noches, el sueño me atrapa un poco más lejos de la madrugada. Paso horas y horas dando vueltas en la cama, revivo en mi memoria aquellos días de felicidad, por aquel entonces, una felicidad que no parecía terminar nunca. Pronto llegó el momento en que todo se acabó. Recuerdo.
Walter solía abrazarme para dormir. Su mano rodeaba mi cadera, tocaba mi vientre y yo, con el pulgar, hacía círculos sobre ella. Cuando podía dormir bien. Bien y tranquila. Al abrir los ojos, él estaba despierto, sobre mí, sonriendo y con una taza de café recién hecho. Extraño eso.
Anoche pensé en todo lo que me ha pasado. El terrible cambio emocional que llegó desde el divorcio se convirtió en un tormento, cuyo final no deja verse ni en un pequeño atisbo, uno que reactivara mi esperanza. El insomnio ha ido de mal en peor. Mi psiquiatra me ha recetado unas pastas para vencerlo; no ha dado resultado hasta ahora. Dice que la ansiedad tampoco ayuda mucho. «Debes relajarte un poco, Sarah, las cosas no mejorarán», dice el doctor Jones, preocupado por mi salud.
No salgo de casa muy seguido. El exterior me genera más ansiedad de la que padezco. Prefiero quedarme en casa, viendo una película o tan solo arreglando las flores de mi jardín. Veo todas las mañanas como las madres del vecindario acompañan a sus hijos al paradero del autobús. Felices. Unificados a una sonrisa casi imborrable. Por momentos, me veo a mí en su papel, igual a una madre ejemplar.
Paso las horas en la computadora. Me gano la vida con ella. Reviso el teléfono móvil cada diez minutos, a la espera de una notificación o mensaje. Tomo tres o cuatro baños, bebo copas llenas de merlot. Y todo se repite al siguiente día. Me despierto muy cansada todas las mañanas.
Al mirarme en el espejo, noto que tengo el cabello hecho un desastre. me coloco el albornoz y salgo de la habitación con paso perezoso. En la cocina, me sirvo una copa de merlot casi hasta tocar el borde. Cuidado riegas el precioso líquido.
Observo por la ventana. En estos días, el otoño se ha mostrado pasivo, muy diferente a los demás, muy diferente a los testigos de mis años felices con Walter. Solíamos pasear por estas fechas, visitar Central Park o tener sexo en la 79. Bebo. Saboreo el merlot, suave como la seda, juguetea con mi lengua de una forma divertida pero atrevida. Observo por la ventana.
Hay un montón de hojas secas sobre el capó de mi auto. Debo salir y limpiar; recuerdo que tengo el cabello terrible y no he tocado la ducha. Espero. Pienso en qué hacer primero. Me sirvo otra copa de merlot.
Enciendo la computadora y de manera inmediata me muestra la foto de esa mujer. Anoche revisaba sus fotos de 2011, cuando apenas era una adolescente. Ahí está, sonriéndome. Una extraña sensación me recorre la espina dorsal.
Cierro la fotografía y reviso mi historial. BORRAR LOS DATOS. No me gusta verlo lleno y más cuando parece ser el historial de una persona del FBI: nombres, direcciones, antecedentes. Eso es lo que he buscado en los últimos cinco meses. Me engaño a mí misma. Supongo que la culpable es la señora ansiedad. A juzgar por lo que piense Walter si revisa mi computadora. Río para mí.
Emily. Así se llama la nueva esposa de mi marido. Digo, exmarido. Hace cinco meses que nos separamos, pero ya habrá tiempo de explicarlo todo.
La he vigilado casi todas las noches, noches que no son capaces de atarme a los brazos de Morfeo, noches interminables. No soporto saber que se acuesta con él mientras yo no puedo dormir. Doy un sorbo. Amargo como el divorcio, semejante a los tiempos difíciles que ahora vivo.
Reviso mi página de trabajo. HOY TIENES 125 ANUNCIOS PARA VISITAR. El negocio va en aumento. Decido que es hora de probar una cerveza. Voy al refrigerador y tomo una. Al abrirla, veo su interior a través de la luz natural, doy un largo sorbo. Ahí está el delicioso sabor de la malta bajando por mi garganta. Walter decía que era una chica mala.
Debo llamarlo. Mentira del día: hay un hombre extraño, quitando las hojas secas que están sobre mi coche. Busco mi teléfono con la mirada, lo encuentro encima de ese libro que no pude terminar de leer. Tomo el móvil y marco. Silencio al otro lado de la línea, luego él, con su voz gélida.
—¿Hola?
—Hola, soy yo, Sarah.
—Lo sé, ¿qué quieres ahora?
Respiro hondo y digo:
—Hay un hombre extraño, quitando las hojas secas que han caído en mi auto —miento. Observo por la ventana para sentir más real la mentira. No hay nada. Imagino.
—¿En serio o bromeas? —interpela incrédulo, puedo sentirlo.
—En serio, Wall.
Editado: 11.07.2018