La esposa que el Ceo abandonó

Sin piedad

Miranda, la novia de papá, se veía contenta como si fuera su propia boda.

Aquella mujer de cuarenta y cuatro años, escaladora y seductora había llegado hace muchos años. Cuando mi padre me la presentó por primera vez, la odié inmediatamente. Era engreída, superflua y criticaba sin parar.

Mamá no la toleraba, si osábamos decir su nombre, enloquecía completamente.

Le dolía saber que mi padre pudo tener una vida romántica normal, mientras que ella era un desastre. Creo que habría preferido que mi padre anduviera con una chica mucho menor que él.

Miranda siempre tenía comentarios hirientes y buscaba inseguridades para explotar, sabía qué heridas dolían más y no dudaba en atacar sin piedad. No sabía la historia de su vida y no me importaba, pero se rumoreaba que era huérfana y que si llegó hasta los altos mandos no fue por ser buena persona.

—Querida, sonríe —su tono venenoso me erizó el vello de los brazos—. Es tu día, una novia debe disfrutar su boda.

Era una víbora asquerosa, mi padre no me dijo, pero yo sabía que Miranda estaba al tanto de todo, no por nada era el brazo derecho de mi padre. Apuesto a que incluso fue ella la que aprobó el guiso con salsa de camote; pues yo soy alérgica al camote. No puedo acusarla de intento de homicidio porque mi padre tuvo que haberle dicho que soy alérgica y tengo por seguro que mi padre no tiene una maldita idea de eso.

—Si pedí explícitamente crème brûlée —me quejo en tono altanero— ¿Por qué dan este horrible pastel?

No era horrible, la presentación era exquisita y las frambuesas se veían frescas y grandes, pero necesitaba desahogar mi ira y el hecho de que no respetaran mis elecciones era la excusa perfecta.

—Eloisa —me ericé ante mi nombre—. Es divino y todos prefieren esto —para mostrar su punto dio un bocado—. Algunas de tus decisiones resultaron… Poco finas, me tomé la libertad de meter un poco mi cuchara.

O de meter toda su cuchara, lo único que respetaron fueron los arreglos.

Miré a mi padre y a mi esposo, ambos me ignoraron durante toda la comida, tuve que soportar a Miranda. Anuar y yo no habíamos intercambiado palabra aún, después de mi metida de pata al equivocarme de apellido, no podía mirarlo a los ojos.

Sus padres no estaban presentes en la boda, no sabía la razón y no preguntaría, pues apenas insinué la duda a Miranda, ella me espetó que me metiera en mis asuntos. En la luna de miel conviviría con su madre, así que tampoco tenía prisa por averiguar el secreto.

Pronto, la comida concluyó, los meseros recogieron platos y cubiertos y llegó uno de los momentos que no recordaba que habría: El vals. Nunca fui buena para bailar, mi coordinación necesitaba reparaciones.

No podía bailar en público con un desconocido.

El animador hizo de las suyas y supe que estaba perdida. Anuar, tan elegante e inexpresivo, me tendió la mano y me vi obligada a aceptar. De nuevo sentí el rostro arder y mis piernas comenzaron a temblar. La calidez de su mano fue algo para lo que no estaba preparada, pronto, un cosquilleo agradable apareció en mi brazo.

El camino hacia la pista se sintió eterno, pero me confortaba saber que alguien más la estaba pasando mal. Podríamos no conocernos, jamás haber hablado y no tenernos una pizca de afecto, pero algo era real y es que éramos cómplices en este momento: Dos seres humanos adoptando un papel, sonriendo falsamente y preguntándose en qué momento se metieron en esta fatídica situación.

Solo nosotros nos entendíamos y nuestras almas eran tan similares, que, efectivamente, se podría decir que éramos uno solo.

Anuar me guiaba, fue fácil dejarme llevar. Sus movimientos eran tensos, pero delicados y en ningún momento me hizo daño. El vestido pesaba, él pudo darse cuenta de lo cansada que estaba apenas dos minutos después de haber comenzado el baile, así que enlenteció el paso. Le agradecí internamente el gesto.

Pronto, me hice consciente de su firme agarre en mi cadera, del calor de su cercanía y de la cuasi perfección en su rostro. Estaba equivocada, sí había un príncipe azul en la boda y estaba frente a mí.

En algún momento, nuestros movimientos se sincronizaron, habíamos encontrado nuestro ritmo. Disfruté cada segundo que nuestros cuerpos se tocaron, me inventé una historia en la mente y me sentía soñada.

Por primera vez desde que firmé el contrato creí que podríamos lograr algo… Decente.

Al concluir, los aplausos y vítores nos rodeaban.

Anuar me tomó más fuerte de la cadera, un calor subiendo por mis piernas hasta mi abdomen y luego a mi pecho, me quedé estática Acercó su rostro al mío como si fuera a besarme, como una idiota cerré los ojos y entreabrí los labios, pero apenas me rozó y susurró a mi oído:

—¿De verdad creíste que podía surgir algo entre nosotros? —inquirió burlonamente—. Eres solo una chiquilla malcriada que no tiene nada, yo lo tengo todo —mi sangre se heló—. Mantente fuera de mi camino y no te hagas ilusiones, un contrato nos respalda, pero en lo que a mí respecta, tú no eres nada.

Acto seguido se separó de mí, su mirada satisfecha me atravesó y su sonrisa maliciosa me hizo enfadar. Saludó a los presentes, de pronto transformándose en el galán de ensueño. Me tomó de la mano y me llevó hasta nuestro lugar en la mesa principal.

Me sentía avergonzada, era una idiota por haber creído que mi vida iría bien de ahora en más. Un hombre como Anuar no se interesaría en mí, seguro él era el típico que se acostaba con una diferente cada noche y no encontraría nada interesante en alguien como yo.

Las mejillas punzaron debido a la vergüenza, las lágrimas clamaban por salir, pero no podía mostrar debilidad frente a él, ni frente a papá, ni frente a todos los desconocidos.

Anuar se separó de mí y fue a saludar a las personas en la mesa, debí suponer que eran conocidos de él. En cuanto a mí… Dos tíos, primos de mi mamá, estaban con sus respectivas esposas disfrutando del baile y la bebida gratis, menos mal que alguien la pasaba bien.




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