Tuve que armarme de valor y me tardé al menos media hora en procesarlo, pero al final decidí que lo mejor sería enfrentarlo directamente.
Lo peor que podría pasar es que me dijera que sí tenía una amante, lo único que le pediría sería que mantuviera su intimidad en secreto y sin involucrarme. Una cosa es que aceptara que no éramos nada, pero otra era que me faltara al respeto de esa manera.
Mi primer instinto fue hablar con papá al respecto, pedirle respuestas, pero lo único que lograría sería que se burlara y me dijera que cumpliera mi parte: «El hombre tiene necesidades, las saciará con quien más quiera». Estaba sola en esto, por primera vez, mamá no podría decirme qué hacer. Además, no tenía mi teléfono, lo dejé en el hotel cuando salí corriendo despavorida.
Oh, por dios, estaba incomunicada.
Antes de poder decir algo, llegamos a una gigantesca casa (más linda que la de la amante).
El helicóptero partió justo cuando nosotros íbamos llegando, así que supuse que nuestras cosas ya estarían en el interior.
Todo estaba oscuro, los enormes ventanales daban al muelle, el oscuro mar y la luna brillando en lo alto eran el espectáculo perfecto para una velada romántica que definitivamente nunca tendríamos. Qué desperdicio de casa.
Anuar se quitó el saco y lo dejó sobre un lujoso sillón, procedió a desanudarse la corbata y aventarla en otro sillón para después acercarse a una bonita licorera de vidrio y servirse un trago doble de lo que fuera que hubiese en el interior. Con un suspiro, tomó asiento en un sofá posicionado para ver todo el muelle.
Tragué saliva y di un paso al frente, luego otro y otro hasta que llegué frente a él y me interpuse entre el ventanal y él.
Su mirada me recorrió desde mis piernas hasta mi rostro deteniéndose un segundo de más en el escote del camisón, no se disculpó y solo arqueó una ceja, interrogante. Agradecía a las penumbras por esconder mi sonrojo, ahora solo debía dejar de sentirme intimidada y jugar bien mis cartas.
—¿Quién era ella?
Mi plan era usar una voz segura y un tono acusador, sin embargo, el resultado fue una especie de chillido asustado. Me crucé de brazos para darle un poco más de peso a mi actitud.
Anuar dio un trago largo a su bebida y siguió viendo el gran horizonte, en un par de horas amanecería. Ay, por dios, era una pregunta simple, ¿qué le costaba responderla?
—Te hice una pregunta.
—¿Qué quieres?
—Saber a quién fuiste a ver —conforme más hablaba, más segura me sentía—. ¿Era tu amante?
Me lanzó una mirada aburrida, dio otro trago a la bebida.
—Podría ser.
Este juego no tenía nada de sentido, las cosas son mil veces más fáciles cuando se dice la verdad, tampoco es que vaya a meter una demanda.
—Supongo que entonces el respeto al matrimonio no existe.
—¿Jugaremos a la esposa ofendida y el marido frío? —se terminó la bebida, casi azotó el vaso contra la mesita y se puso de pie—. Ya sabíamos que el matrimonio sería una fachada, si quieres tener amantes, puedes tener diez —se dio la media vuelta, tomó su saco y corbata y se alejó, antes de desaparecer tras un muro, volteó—. Pero ni se te ocurra salir preñada o te arrepentirás.
Algo en el tono de voz de Anuar al decir esa última frase me provocó un miedo profundo. No fue una amenaza derivada de celos, fue una amenaza salida del dolor prometiendo el peor sufrimiento.
En ese momento supe que era peligroso, ayer tuve una primera bandera roja cuando me tomó del hombro y me acorraló contra la pared, pero esto era lo que lo corroboraba. Mi padre me mandó con el mismísimo diablo, ya sabía que no me quería, pero hacerme daño de esta manera es excesivo.
¿Podría zafarme del matrimonio? Lo que me obligó a firmar fue la protección del asesino de mamá y el dinero para mi defensa, pero si terminaré siendo violentada por un tipo agresivo… Realmente no sé qué prefiero.
Recorrí la casa en silencio y oscuridad para familiarizarme con esta y estar preparada en caso de tener que esconderme si mi marido pierde la cabeza y trata de golpearme.
Al llegar a la cocina quedé impactada, era tres veces el tamaño de la del pent-house de Alexander. Y definitivamente mucho más lujosa.
Tomé el cuchillo más grande y filoso que encontré y lo escondí dentro del bolsillo de la chamarra que traía puesta. Durante mi expedición me topé con una apetitosa tarta de moras. No comía desde la boda, hace poco más de veinticuatro horas. Sentía que había pasado demasiado, pero, sin tomar en cuenta el cambio de horario, llevaba casada poco más de un día.
Mi estómago rugió dolorosamente en protesta, ¿Sería prudente comer? Todo en el refrigerador tenía pinta de ser de la mejor calidad y recién comprado, pero ¿qué tal si…? No, no tenía sentido que Anuar quisiera envenenarme, una cosa es que fuera agresivo y otra; un homicida.
Además, no era idiota, mi padre exigiría una investigación para esclarecer mi muerte, la necropsia arrojaría los resultados de envenenamiento y papá, por puro orgullo, no lo dejaría pasar. Santa virgen, ¿de dónde salían tantos pensamientos paranoicos?
Me di un festín con las frutas más jugosas, los quesos más finos y las bebidas más dulces, para cuando terminé, estaba amaneciendo, los primeros rayos de sol asomaban por el horizonte.
Terminé de recorrer la casa: Había dos enormes estudios, una cómoda sala de televisión, el comedor cuya mesa podía albergar hasta veinte personas, un jardín cuyos arbustos recordaban a las viejas fincas de la aristocracia inglesa y una alberca con agua tan cristalina que parecía el cristal más puro.
Cuando subí, me percaté de que no tenía idea de cuál sería mi habitación.
Ya le había dejado en claro a Anuar que no dormiría con él, así que mis cosas debían estar en alguna de las cinco puertas cerradas. La primera y la segunda eran cuartos inhabitados, tenían cama y muebles, pero era obvio que nadie dormía ni dormiría ahí.