Regla número uno de mudarte sola: no hables con extraños.
Regla número dos: si un extraño atractivo te sonríe, recuerda la regla número uno.
Regla número tres: si ese extraño es una celebridad con millones de fans, un ego del tamaño de un estadio y la capacidad de hacerte perder la paciencia en menos de cinco minutos... corre en la dirección opuesta.
Ojalá alguien me lo hubiera advertido antes.
Pero no. Ahí estaba yo, arrastrando una caja de libros demasiado pesada, tratando de encontrar mi departamento, cuando el universo decidió ponerme a prueba. No vi venir el choque. Solo sentí el impacto, el tambaleo y, finalmente, mi celular deslizándose por las escaleras en cámara lenta antes de despedazarse contra el suelo.
—¿En serio? —solté, con la exasperación de alguien que ya veía su cuenta bancaria llorar —. Tuvo que ser en cámara lenta.
—Tienes razón, fue un golpe bastante cinematográfico. —La voz masculina tenía un descarado tono divertido.
Cuando levanté la vista, lo vi. Cabello despeinado con ese aire de "me arreglé sin esfuerzo", ojos azules con una mezcla de arrogancia y diversión, y una sonrisa de medio lado que gritaba "problemas".
Jason Reed.
La estrella juvenil del momento.
Mi nuevo vecino.
El tipo al que, sin que él lo supiera, tenía que espiar para escribir su autobiografía.
Genial. Solo genial.
Si el destino tenía sentido del humor, definitivamente lo odiaba.
Mudarse sola debía sentirse como un nuevo comienzo. Un renacer. Un "ahora sí, Emily, esta es tu oportunidad para demostrar que puedes con todo". Pero a juzgar por mi celular destrozado en las escaleras y el tipo irritantemente atractivo que me miraba con las manos en los bolsillos, mi inicio no estaba yendo según lo planeado.
—Bueno, técnicamente, tú chocaste conmigo —dijo Jason Reed, con esa voz de "soy demasiado famoso para discutir".
—Claro, porque yo soy la que camina por los edificios tirando celulares ajenos por diversión. —Crucé los brazos y lo miré con el ceño fruncido.
Su sonrisa arrogante se amplió.
—No suena tan descabellado.
Conté hasta tres en mi cabeza antes de hacer algo impulsivo, como empujarlo por las escaleras para que sintiera lo mismo que mi pobre celular.
—¿Vas a pagarme por el daño o al menos disculparte? —pregunté, esperando que tuviera una pizca de decencia.
Jason suspiró como si aquello fuera una molestia en su día tan importante.
—Mira, vecina...
—Emily —le corregí con fastidio.
—Mira, Emily, no es mi culpa que no sepas cómo sujetar bien tu teléfono. Pero si tanto te duele perderlo, toma.
Antes de que pudiera responder, sacó su celular del bolsillo y tecleó algo. Un segundo después, mi propio teléfono sonó en el suelo con un tono de notificación. Bueno, más bien vibró en pedazos.
—Ah, cierto, olvidé que está muerto. —Se encogió de hombros y me mostró su pantalla. Un mensaje de transferencia bancaria.
—¿Acabas de... transferirme dinero?
—¿Cuánto cuesta un celular decente? —preguntó, como si la cifra no le importara en lo absoluto.
—¿Eso significa que me pagaste por lo que rompiste? —Apreté los labios.
Jason sonrió.
—No, significa que acabo de darte una compensación por tu torpeza. Consideralo un regalo de bienvenida al edificio.
Abrí la boca, pero él ya se estaba girando para subir las escaleras con toda la confianza de alguien que jamás en su vida ha tenido que pedir perdón por nada.
Quería odiarlo. De verdad, quería hacerlo. Pero el mensaje de la transferencia en mi bandeja de entrada decía que acababa de recibir una cantidad absurda de dinero.
Y lo peor de todo... era que este no sería nuestro último encuentro.
No cuando mi trabajo secreto consistía en escribir sobre su vida sin que él lo supiera.
Bienvenida al caos, Emily.
🖤
Si alguien me hubiera dicho que mi primer trabajo como escritora sería espiar a una celebridad en su propio edificio, me habría reído en su cara. Pero aquí estaba, con un contrato de confidencialidad firmado, una cuenta bancaria un poco más llena gracias al ego de Jason Reed y cero idea de cómo iba a sobrevivir a esto sin que me descubriera.
—Así que... ¿me estás diciendo que tu vecino es Jason Reed? —La voz de Claire, mi mejor amiga y la única persona en quien confiaba, sonó emocionada al otro lado de la línea.
—Sí —susurré, caminando por mi nuevo departamento con el teléfono pegado a la oreja. —Y sí, es igual de insoportable en la vida real.
—¿Ya lo viste sin camisa?
—¡Claire!
—¿Qué? Es una pregunta válida. No es mi culpa que los paparazzis siempre lo capturen con abdominales de revista.
Rodé los ojos y me dejé caer en el sillón.
—Escucha, esto es serio. La editorial quiere que escriba su autobiografía sin que él lo sepa. Tengo acceso a entrevistas, archivos, pero también necesito observarlo en su vida cotidiana.
—Así que básicamente... ¿tienes que acosarlo?
—No es acoso si es por trabajo —me defendí, aunque la idea sonaba cada vez peor.
—Si lo dices tú...
Suspiré y cambié de tema.
—En fin, mi primer objetivo es encontrar la manera de acercarme sin levantar sospechas. Si todo sale bien, podré escribir su historia en un par de meses y olvidarme de que esto alguna vez pasó.
Pero en el fondo, algo me decía que no iba a ser tan sencillo.
Esa tarde, decidí hacer lo más normal del mundo: ir por café. Necesitaba despejarme antes de enfrentarme a mi computadora y empezar a organizar el desastre que era la vida de Jason Reed.
Bajé por las escaleras con auriculares puestos y, para mi mala suerte, justo cuando doblé la esquina para salir del edificio, choqué de frente contra alguien.
Otra vez.
—¿Tienes algún problema con mirar por dónde caminas? —La voz familiar me hizo apretar los dientes.
Me quité los audífonos y levanté la vista.