La fabricante de sueños

Prólogo

«Pide un deseo».

En el Instituto Ravenbeak se contaban muchas historias.

Relatos, fábulas, cuentos para dormir.

Historias que debían ser relatadas en un susurro y bajo la luz de una vela, porque de lo contrario, cabía la posibilidad de que se volvieran realidad.

Hablaban de seres mágicos que no vivían en lugares lejanos, sino camuflados entre nosotros, aprendiendo la manera de comportarse de los humanos.

Incluso podías llamarlos… si recitabas ciertos conjuros especiales.

«Apresúrate, cariño».

Sin embargo, la más conocida era la de La Fabricante de Sueños.

Una entidad que vivía en el bosque, mimetizada entre las hojas de los árboles y la espesa niebla que se enredaba entre sus ramas. Aparentaba ser una joven mujer de belleza sobrenatural, que lucía un enorme y precioso vestido oscuro que iba arrastrando contra la hierba. Y tenía alas. Como una especie de ángel caído. Con cada paso que daba, el suelo bajo sus pies crujía y sacaba chispas, señal inequívoca del control que poseía incluso sobre la misma naturaleza.

«Última oportunidad».

La Fabricante de Sueños era especialista en cumplir deseos. Desde los más ridículos e inofensivos, hasta los que podían suponer un peligro no solo para el solicitante, sino para personas inocentes. Todos aquellos que habían tenido la fortuna de contemplar su majestuosidad, decían que su poder no tenía límites, que traspasaba cualquier frontera de lo humano y lo divina.

Pero acceder a sus favores tenía un precio.

Y en el caso de La Fabricante de Sueños, tus deseos te valían, literalmente…

El alma.

«Buena chica. Ahora extiende tu índice sobre la línea al final del papel».

Asentí, tragando saliva, y le obedecí, tímidamente.

Entonces una especie de pequeña navaja invisible pinchó sin dolor bajo la carne, formando una gota de sangre que cayó, desbordada de suspenso, en el sedoso y dorado papel. Este ardió al contacto con el espeso líquido, dejando a su paso un remolino de cenizas que se diluyó de a poco con el viento.

«Nos veremos pronto, guapa». Dijo ella exhibiendo la sonrisa más natural y luminosa que haya apreciado en la vida. «Disfrútalo».

Para algunos La Fabricante de Sueños no era más que el diablo disfrazado de mujer. La representación bíblica de que Eva trajo el pecado mortal al mundo al probar la manzana. Tonterías.

Para otros, no era más que el sueño esquizofrénico de unos pocos individuos que habían perdido la cordura e intentaban propagar la leyenda en una especie de pandemia global surrealista.

En mi caso, sinceramente, yo no lo tenía muy claro.

«Y recuerda: a la Fabricante de sueños no se le puede mentir. Peor todavía, intentar romper el pacto. Al menos… no sin sufrir las consecuencias».




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