De no ser porque un mosquito que paseaba inocentemente por la cocina se posó sobre la nariz de Hellen y le provocó un picor repentino, la muchacha se hubiera quedado dormida encima de la mesa. Los ojos le pesaban, pues anoche apenas había podido descansar un par de horas (en siestas de pocos minutos) y, para colmo, hoy debió madrugar por ese tonto asunto del nuevo miembro que se iba a sumar a la familia. Hellen no estaba de acuerdo con la acelerada decisión que habían tomado sus padres, ya que consideraba que con ella en casa era más que suficiente, pero a ellos les hacía mucha ilusión. Tenían la posibilidad tanto económica como emocional para mantener una tropa si ellos quisieran, pero el sueño de la pareja era tener al menos dos.
Y faltaba uno. Y varón, que era lo más trágico desde su perspectiva.
—Haz vuelto a tener esa pesadilla, ¿cierto? ¿Quién ha sido la pobre víctima esta vez?
Geraldine conocía tan bien a su hija que le bastó con verla somnolienta y llena de ojeras contemplando el café caliente que le había servido, para darse cuenta de que algo iba mal. Hellen no se caracterizaba precisamente por ser una señorita anodina y triste, sin embargo, muchas veces, tales estados de ánimo solían ser el reflejo de la misma pesadilla que se había vuelto recurrente en los últimos años. Terminó de preparar los huevos revueltos que era el plato favorito de Hellen y le sirvió una porción.
—Él... era... diferente —balbuceó la chica desconcertada.
—Todos son diferentes, hasta donde me has contado.
—Me refiero a que él me resultó... más... familiar.
—Un rostro que se te hizo conocido.
—¡Exacto! Y eso no me gusta. Cada vez lo estoy sintiendo más personal.
—Los sueños, o bueno, en tu caso, las pesadillas, son solo eso querida: pesadillas. No son el reflejo de la realidad. Es tu mente divagando. Ya lo hemos establecido así, ¿lo recuerdas?
—Lo sé, mamá, pero tengo la sensación de que hay algo dentro de mí que está intentando decirme algo. Como si esto ya lo hubiera vivido antes. En otra vida, obviamente.
—Hellen, estás empezando a asustarme —añadió Geraldine preocupada entre que preparaba el café y lo servía—. Hay algo que no me estás contando.
—Tampoco me creerías si lo hiciera.
Hellen probó un bocado del desayuno que le preparó su mamá y cerró los ojos, extasiada. A ella le encantaba esa sazón casera que imprimía Geraldine en cada comida y a pesar de que se había obstinado en descubrir su fórmula secreta, no lo había conseguido. Y eso considerando que ambas pasaban mucha parte de su tiempo entreteniéndose en la cocina.
—Sabes que puedes confiar en mí, ¿cierto? ¿Hay acaso algún chico al que le gustas y que rechazaste descaradamente y por ello tu subconsciente te recrimina?
—Esto no es cuestión de amores —respondió Hellen soltando un bufido lleno de frustración—. Si lo quieres oír ahí va. Pero te va a sonar ridículo.
De pronto, todos los libros acerca del tema que Hellen había leído, las notas de revistas, los documentales que había visto, la información que sacó del internet; todo confluyó en una idea sólida.
—Creo que, en otra vida, de la cual obviamente no tengo ni pizca de recuerdos, fui una especie de... no sé cómo decirlo...
—¡SEGADORA!
La chica palideció de golpe.
—¿Cómo...? —preguntó casi sin poder articular más de una palabra.
—No eres la única a la que le gusta el cine o la literatura, Hellen. Vengo de una época anterior al internet y la televisión por satélite, por si no te has fijado. En mi juventud no había mejor forma de entretenerse que escuchar la radio o leer un libro tocho. Además, soy una gran fanática de la fantasía y la ciencia ficción. Y para ser sincera, hay algo que jamás le he contado a nadie...
Entonces se dirigió a la alacena, abrió el último de los compartimentos, y sacó un envase que alguna vez fue un contenedor de galletas de chocolate pero que ahora lo utilizaba para guardar especias. Echó las funditas con los condimentos sobre la mesa y le enseñó a su atónita hija el fondo vacío. Parecía un papel blanco cualquiera, en forma de círculo, sin embargo, le pidió que lo despegara.
Lo que descubrió la joven fue fascinante.
Eran tres fotos de Geraldine cuando era joven. Una de ellas estaba tomada en blanco y negro, era la más antigua, y allí ella parecía tener entre catorce o quince años. La verdad era una chica muy hermosa. Posaba en lo que parecía una fuente. Vestía una simpática blusa estampada en flores y vaqueros oscuros de campana. Sonreía, mientras el cabello le caía por los hombros en una especie de cascada.
—Mis padres celebraron mi cumpleaños número quince llevándome a uno de los parques más icónicos del pueblo en ese entonces, a comer helado. Esa fuente que ves de fondo, era reconocida por “supuestamente” cumplir deseos. Echabas una moneda y al día siguiente obtenías lo que habías pedido. Yo nunca llegué a tomar en serio esas afirmaciones, pero lo intenté.
—¿Se cumplió lo que deseaste?
—A veces pienso que sí, aunque con efecto retardado, por supuesto.
—Bueno, la publicidad decía que sería al día siguiente —bromeó Hellen.
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Editado: 04.03.2025