La Familia Dark: Oscuros Secretos (1)

Capítulo 9

Elliot dedicó los próximos dos días a enterrar cadáveres en la parte trasera de la mansión de los Dark, aunque esta vez Logan y Jeremy participaron recogiéndolos y llevándolos a la gran fosa común que el chico inmortal estaba cavando. El abuelo Abraham estaba encantado con el nuevo gran arsenal de armas que los hombres de Mason habían dejado por todo el jardín. Las limpió a conciencia y las guardó bajo llave.

Quinn se salvó por los pelos de una herida realmente grave. Tener a Penélope al lado en ese momento hizo maravillas. Yo, en cambio, sentí que algo había cambiado. Algo en lo profundo de mi ser estaba mal. Había matado a un hombre. Y no por error, un accidente de coche o qué se yo, un mal día en el que le provocas un infarto a un señor mayor al chocar por la calle. Maté a un hombre volándole la cabeza con una escopeta cuyo retroceso me dejó un chicón en la frente que ni siquiera había notado hasta el día después.

Por lo demás supongo que todo iba bien ahora. Ya no había criminales en Necrolis. Al menos, ninguna banda organizada conocida. Pero se cernía sobre nosotros la amenaza de lo que había más allá del mar, en la gran ciudad. Solo podíamos mirar el reloj y esperar, esperar a que algún “superior” de Mason llegara al pueblo y pusiera nuestras vidas patas arriba de nuevo.

Sin embargo, mientras eso no ocurría, quería vivir y sentirme viva. Así que cuando llegó de nuevo el fin de semana me fui a la playa con mamá. Suficientes Dark había aguantado esos últimos días. A Michael, pero, sobre todo, a Winona, quien no se despegaba de mí últimamente. Aunque debo decir que esa chiquilla me había salvado la vida en la mansión durante el ataque, quizá en más de una ocasión.

Estos últimos días mi vida había consistido en entrenar de día junto a Quinn y Penélope en todo tipo de formas de matar o defenderme. Lanzar cuchillos, romper cosas con un bate, disparar a Elliot… incluso un poco de artes marciales básicas. Querían que estuviera un poco más preparada de lo que estaba, que era nada. Sin embargo, al caer la noche me encerraba en la bañera con la cabeza entre las rodillas y lloraba mientras me balanceaba adelante y atrás pensando en que había cruzado una línea irreversible. Era una asesina. Una asesina de asesinos y narcotraficantes, pero una asesina, al fin y al cabo. Una más de la familia Dark.

─ Tengo que pasar por el banco ─ me dijo mi madre ese mediodía, tras la gran paella de arroz que nos habíamos comido en un garito de la playa de Necrolis ─. Tengo que pagar la tintorería de regreso a casa.

─ De acuerdo ─ le respondí y la acompañé al banco, allá donde Madame Dark trabajaba y donde pasaba gran parte de su tiempo.

Madame Dark era una mujer realmente despreocupada en lo que respecta a sus hijos y su casa. Apenas aparecía, la había visto en un par de ocasiones en estas tres semanas. No dormía en la mansión la mayoría de los días. Cuando venía, lo solía hacer acompañada, y toda la casa se enteraba. Cuando se había enterado de la batalla campal que se había dado en su jardín prácticamente no mostró interés. Se limitó a preguntar si habían dejado cabos sueltos, a lo que Elliot respondió que no, pero claro… Estaban los “superiores”. De entre las cosas que Elliot y Winona habían robado de la barraca del cultivo de Mason, habíamos encontrado una agenda de contactos. Entre ellos destacaban nombres como “la duquesa”, “el samurái”, “los gemelos” o “el jefe”. Parecían los más importantes, así que empezamos a investigar, pero no hallamos nada destacado.

Entré en el banco con mi madre y, aunque no lo supe en ese momento, pronto descubrí que alguien de esa lista estaba a punto de entrar por la misma puerta minutos después. El banco daba paso a un ancho pasillo con sillas de espera a ambos lados, algún gran jarrón con plantas y algunas mesas. Al final de todo se encontraba un gran mostrador de atención al cliente, y a su lado unas escaleras hacia las oficinas.

─ ¿A quién tenemos aquí? ─ preguntó Madame Dark al verme entrar. Se encontraba abajo charlando con una clienta en el pasillo central. Se nos acercó ─. ¿Es esta tu madre, niña?

─ Sí ─ respondí ─. Mamá, te presento a Madame Dark.

Me pareció que mi madre se había puesto nerviosa ante la presencia de una mujer como aquella, y no me extrañaba, al fin y al cabo, si yo hacía enfadar a la familia Dark, podrían jodernos la vida. Eran propietarios de medio pueblo. Aunque mi madre no se imaginaba que lo más probable es que nos hicieran desaparecer.

─ Es un honor señora Dark ─ respondió mi madre.

─ Su hija cuida bien de mis pequeños, pocas chicas de su edad habían durado tanto en casa.

Mi madre enarcó una ceja, aunque intentó disimularla rápidamente.

─ Bueno, creo que voy a subir a mi despacho ─ continuó Madame Dark ─. Últimamente me siento un tanto mareada, hacía tiempo que no me sentía así.

─ Descanse Madame Dark ─ contesté con una ligera reverencia.

La mujer se marchó y me senté un tanto cansada por la abundante comida que digería mi cuerpo mientras mi madre hacia sus tramites en el mostrador. Había poca gente, quizá unas diez personas en el banco en ese momento. Entonces se abrió la puerta.

Un hombre y una mujer, quizá de unos treinta años, ambos de pelo negro, entraron apartando cada uno una de las puertas dobles acristaladas del lugar. El hombre era bastante alto, casi como Jeremy, y llevaba un tatuaje en el cuello, un tatuaje de una tarántula gigantesca. La chica, con el mismo tatuaje en el brazo, y bastante más bajita, se me quedó mirando unos instantes. Casi tenía la sensación de que entraban en cámara lenta por el largo pasillo y su cabello se mecía todavía con la corriente de las puertas cerrándose poco a poco. El hombre, sin inmutarse lo más mínimo, sin mostrar expresión alguna, sacó una escopeta recortada, que en realidad había llevado todo ese tiempo en la mano, y la apoyó en su hombro. Luego se detuvieron a escasos metros del mostrador, justo cuando mi madre se plantaba ante mi diciéndome que ya había terminado. Ella no los había visto, yo no había podido reaccionar todavía. El hombre disparó hacia el techo. Un trozo de este se despedazó y una nube de polvo cayó a su alrededor. La gente soltó un grito ahogado y se agacharon al suelo encuanto reaccionaron. Mi madre se había sentado en una silla junto a mi sin siquiera saber como había llegado allí. Abrí lo ojos como platos y intenté respirar hondo y pensar en frío, al fin y al cabo, una semana atrás había participado en un auténtico tiroteo, y ya hacía algo más de dos semanas, una bala me había reventado la clavícula.




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