La Fea y la Bella

1. BEVERLY

¿Sabes qué? Siempre he sido como el perejil en la ensalada: presente pero nadie le presta atención, le da sabor a la comida, pero ninguno se lo come. Sí, esa soy yo, la eterna compañera de las sombras, la que parece tener un imán invisible que atrae a todos... ¡pero no para mí! ¿Ligar conmigo? ¡Ni en sueños! Siempre llegan como abejas zumbando alrededor de mi hermana, que honestamente es como un panal de miel para los pretendientes.

Y bueno, ¿qué decir de mi relación con los libros? Soy la rara especie que prefiere una buena novela a una noche de fiesta. Y es que mi experiencia con las fiestas no data precisamente de ser la mejor.

Veamos: no caeré en el cliché absurdo de que las chicas que nos gusta leer no salimos de fiesta ni usamos maquillaje, a mí me gustan ambas cosas, pero paso de ellas. Las primeras porque se me da fenomenal el gusto por el efecto que provoca el alcohol o el humo de las especias verdes que se fuman los amigos de mi hermana y lo segundo porque simplemente maquillarme todos los días me da pereza. Y porque lo hago mal. Si ella no me aplica un poco de magia antes de salir de casa en un evento especial, paso de ello, inclusive esa rutina de pintar y despintar cada día antes de salir de casa me parece una pérdida de tiempo valioso que invierto en las mañanas preparando desayuno para las dos o en la noche mientras veo una serie después de la cena en esos bendecidos minutos que tengo para tirarme en el sofá envuelta en una manta relajando y olvidando en partes los problemas laborales del día en los que tengo mi vida concentrada.

Además, no importa cuánto lo intente, debo ser amable y cordial para ganarme el afecto de las personas porque mi aspecto físico quedó en detrimento al lado de ella. Soy un año de diferencia mayor, pero cuando el destino decidió que una de las dos tenga los defectos, los dejó todos para mí, relegando en ella los atributos. A mí me tocó ser la de nariz redonda, la de dientes grandes, la de hombros hundidos y ojos saltones, la que es plana como una tabla y la que tiene una frente de ocho kilómetros que debe cubrir siempre con flequillo.

Ahora, traduce todos esos aspectos en otra chica que podría ser idéntica a mí, pero con nariz respingada, postura firme, mirada profunda, dentadura perfecta y una delantera que sí le hizo justicia al igual que su postura desde atrás. Es que no me lo explico, porque inclusive las dos usamos gafas, ¡pero ella sacó los ojos claros! Se aclaró el pelo y es una suerte de diosa con aspecto intelectual.

No la odio por ser bonita, odio al destino por no darme nada a mí. Así que debo ser yo la estudiosa y la responsable que siempre le salve las papas. De hecho, conseguí una entrevista de trabajo en un lugar donde buscaban cubrir dos vacantes. Quedó ella y un chico, ¡yo no!

Es que no me lo explico, ¡no me explico! Ella se mete en problemas con su trabajo constantemente, ¿y adivina quién siempre está ahí para ayudar cuando a mi hermana se le cae el mundo encima? Exacto, ¡yo! Como si fuera la enciclopedia humana de la casa. Pero claro, cuando se trata de mis propios problemas, parece que soy invisible porque ella no puede ayudarme ya que yo soy la inteligente y la que paga cuentas trabajando freelance online ya que esconderme detrás de la pantalla es más fácil porque no tengo a quién impactar con mis dentadura de conejo.

Y luego está esa situación incómoda cuando intento hablar de cosas íntimas en reuniones de amigos en común, sobre todo con otros hombres presentes. La gente me mira con esos ojos de "¿tú, hablando de eso?" como si fuera una rareza del museo. ¡Ay, amigos! Si tan solo supieran lo interesante que puede ser mi vida detrás de estas gafas y este montón de libros. Bueno, al menos puedo presumir de tener una vida interior más emocionante que la fachada que presento porque muchas de mis historias son solo fantasías o me ando leyendo libros fuertes con tal de tener algún tema de conversación para sacar en las reuniones que mi hermana se lleva toda la atención.

Solo una vez fui el plan A de alguien, de un amigo a quien creía que era gay hasta que en una fiesta ambos nos pasamos de copas y terminamos a los besos. Ahí descubrí que no lo era, mala mía de andar sacando suposiciones. Así que allí estaba yo, la virgen de oro, lista para cruzar el umbral de la adultez a los veintipico. Decidí que era momento de dejar atrás mi estatus de "Santa María" y embarcarme en una aventura de pasión y romance... o al menos eso creía yo en mi burbuja de inocencia como pintaban en las películas que sería una primera vez.

Hice una fiesta de cumpleaños con tal de parecer interesante y que al menos la gente sepa que yo existo. Con luces parpadeantes, bebida y música estruendosa que hacía vibrar hasta el suelo, solo Hikaru parecía pararme la bola. Es asiático, su familia llegó hace unos años ya que su padre es un empresario exitoso y su firma sentó filial en Florida. Entre bromas, tragos y suspiros, compartimos un humor que solo entendíamos nosotros dos.

Ahí estaba él, mi "príncipe azul" de la noche, o al menos así parecía a través del filtro de las cervezas que había tomado. No me preguntes cómo pero en un momento solo sucedió que nos miramos, intercambiamos algunas palabras inteligibles (o eso espero) y ¡bum!, acabamos en un rincón oscuro con el himno latino de "Despacito" sonando de fondo.

Después de una noche que fue más borrachera que romance, me desperté con una resaca del tamaño de un elefante y un vacío existencial en el pecho que ni el mismísimo Freud podría explicar. Y ¿adivina qué? El chico de mis sueños se había esfumado más rápido que un billete de lotería en un sorteo. ¡Vaya fiesta de desapariciones! ¿Era de disfraces y se puso la capa de la invisibilidad?

O de la imbecilidad.

Porque desde entonces ese patán me negó, se apartó de mí y adiós Hikaru. ¿Ya ves por qué te digo que prefiero no meterme en el gran lío de las fiestas? Porque no sé qué será de mí si les termino gustando yo a ellas porque ellas a mí ya me sedujeron y no caeré de nuevo en la tentación del perreo y la cerveza.




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