La Fea y la Bella

4. BEVERLY

 

Para el final del día, siento que he hecho un buen progreso con mis tareas que deben repartirse entre memorizar caras conocidas, descifrar qué estará pensando Gunter y salvarle los pendientes a mi hermana, admito que estoy mentalmente agotada. Mis neuronas están tan fritas que podrían servirse con una orden de papas y pizza que tan bien me vendría de cenar hoy. Malibu me espera en la entrada del edificio, con su sonrisa radiante y energía interminable, como si acabara de ganar la lotería y descubrir un nuevo sabor de helado al mismo tiempo.

—Entonces, ¿primer día superado?—pregunta, sonriendo de oreja a oreja, sosteniendo sus carpetas en brazos.

—Sí, creo que sí —respondo, sonriendo con la misma energía que una planta marchita—. Fue un día largo, pero productivo. Gracias por recomendarme, creo que tengo futuro y me gusta el lugar.

—Me alegra oír eso. Ahora, vamos a casa. Necesitas descansar—dice Malibu, dándome una palmadita en la espalda que casi me desarma.

Mientras salimos del edificio, no puedo evitar mirar hacia atrás y echar un vistazo al piso con el ventanal donde ha de estar Ridge. Ahí ha de estar aún nuestro jefe, con su camisa perfectamente planchada, el cabello estilo anuncio de champú y una concentración que podría derretir un iceberg. Suspiro, sabiendo que mañana será otro día lleno de trabajo, distracciones y muchas, muchas fantasías inapropiadas.

En el tren de regreso, Malibu no puede contenerse:

—Entonces, hermanita, escuché algo de una feria de librerías que tienen programada.

—Feria del Libro. Sí, será un buen desafío para empezar.

—Justo tu que amas los libros.

—Sí, je.

—¿Sabes a quién también le gustan los libros a raudales? ¡A nuestro jefe!

—¡Oh! Vaya, qué bueno saberlo. —Apostaría que lo pude intuir por la enorme biblioteca moderna y prolija de su oficina.

—¿Cómo te fue realmente con Ridge?—pregunta, con una sonrisa que podría hacer sonrojar a un tomate. Su acentuación con el “realmente” despierta algunos interrogantes en mi interior respecto de la intención de sus palabras.

¿Qué me está queriendo decir?

—¿Qué? ¿Con Ridge? Oh, ya sabes, trabajo, trabajo y más trabajo—respondo, tratando de sonar indiferente mientras me aferro a los barrotes entre estaciones, con la torpeza de un pulpo en patines.

—Mmm.

—No me preguntó por ti de nuevo si es tu duda. De hecho, apenas volvimos a cruzarnos por ahí.

—No me engañas, Beverly. Te vi lanzándole miraditas todo el día. —Malibu se ríe y yo siento cómo me sonrojo hasta las orejas. Si mis mejillas pudieran hablar, estarían gritando "culpable".

—¿Miraditas? ¡Por favor! Solo estaba… prestando atencion. Es importante saber cómo trabaja, ¿verdad? Quiero encajar con sus preferencias—. Me escucho a mí misma y sonaría más convincente tratando de explicar a mamá que el jarrón roto se cayó solo.

—Claro, claro. Y yo soy la reina de Inglaterra —Malibu me lanza una mirada traviesa y yo ruedo los ojos tan fuerte que casi puedo ver mi cerebro—. Las preferencias en la cama de Ridge es lo que tú quieres saber.

Rayos, el tren está abarrotado de gente, ojalá a nadie le interese escuchar esta charla ni que haya alguien aquí que conozca a un tal Ridge Bennet.

—En serio, Malibu. Solo estoy tratando de adaptarme. No hay nada más. —Intento sonar firme, o todo cuanto puedo.

Pero, a quién quiero engañar, incluso un niño de tres años no me creería.

—Ajá, y por eso te pasaste toda la reunión con esa cara de cordero degollado cada vez que él hablaba—. Malibu ríe y yo le doy un ligero empujón. ¿Está queriendo parecer condescendiente para que le confiese que sí, que el jefe me parece un bombón? Respeto que ella lo haya visto primero, no le quitaría nunca el filete de la boca a mi hermanita, por todos los cielos.

—¡No hice tal cosa, cielo santo! Además, fíjate que tú eres la que no puede dejar de hablar de él—. Trato de cambiar de tema antes de que mis oídos se pongan más rojos que un semáforo.

—Bueno, no puedo evitarlo. ¡Es tan guapo! Y ese cuerpo... —Malibu suspira dramáticamente, como si estuviera en una telenovela de los años ochenta. Thalía sentiría envidia de su histrionismo.

—Sí, sí, lo que digas —respondo con una sonrisa forzada, deseando tener una máquina del tiempo para saltar a un momento menos embarazoso que este.

De camino a casa, Malibu no deja de hablar de lo maravilloso que es Ridge, cómo su pelo brilla más que el sol de Florida y cómo su sonrisa podría hacer florecer un desierto. Yo, por otro lado, trato de concentrarme en cualquier cosa que no sea la imagen mental de Ridge sin camisa. Pero es completamente inútil. Apostaría que si mi mente fuera una aplicación gratis de citas, Ridge sería justamente el publicitario que te aparece sin parar y no puedes cerrar. No es que ande explorando apps de citas, me han contado.

—¿Sabes, Beverly?—dice de repente, con una chispa en los ojos que me pone nerviosa—. Creo que a Ridge le gustas.

—¡¿Qué?!—exclamo, casi haciendo que el tren me arroje por la salida apenas para en nuestra estación—. ¡No digas tonterías, Malibu!

—No es tontería. Lo vi en sus ojos. Hay algo ahí. —Ella me mira como si tuviera una bola de cristal en lugar de ojos.

Un momento, no cree que yo le guste a Ridge.

La conozco.

Me está queriendo hacer caer en una suerte de trampa para saber si despierta algún tipo de ilusión en mí.

—Malibu, te estás imaginando cosas—la corto en seco sin más mientras pierdo el aire en las interminables escaleras de salida a la calle—. Él solo estaba siendo profesional. —Intento sonar inquebrantable en mi tono al hablarle, pero la duda en mi voz podría llenar un estadio. Me lo estoy empezando a creer.

—Bueno, ya veremos. Pero, hermanita, si le gustas, tendrás que enfrentarte a mí.

Me vuelvo a ella, no sé si me lo ha dicho en serio.




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