La Física del Desastre

Capítulo 1: La Ley de la Atracción

El aire en el aula de Física Avanzada parecía más denso de lo habitual, cargado con la tensión palpable de quienes sabían que la Profesora Mendoza podía preguntar sobre cualquier tema en cualquier momento.

Yo, Valeria Rojas, tenía mis apuntes impecables desplegados sobre el pupitre, los diagramas de flujo codificados por colores y las leyes termodinámicas grabadas a fuego en mi mente.

La perfección no era una meta, era un requisito. Mi futuro dependía de ello, de cada calificación, de cada proyecto entregado a tiempo y con excelencia.

El tic-tac del reloj analógico sobre la pizarra resonaba en mis oídos, marcando la cuenta regresiva para el inicio de la clase.

Mis dedos repasaban mentalmente la fórmula de la energía cinética cuando la puerta se abrió con un golpe, irrumpiendo en la tensa calma.

Leo Ferrara.

Su mera presencia parecía desafiar las leyes de la pulcritud del aula.

Su cabello castaño oscuro caía con despreocupación sobre su frente, y su uniforme escolar parecía más una sugerencia que una obligación.

Una mochila descolorida colgaba lánguidamente de un hombro mientras avanzaba con esa sonrisa ladeada que siempre me había parecido irritantemente arrogante.

Llegaba tarde, como de costumbre, y ni siquiera se molestó en

pedir disculpas, simplemente se dejó caer en su asiento al fondo del aula con un suspiro audible.

Mi mandíbula se tensó. ¿Cómo podía alguien tomarse la vida académica tan a la ligera? Él era la antítesis de todo lo que yo representaba: desorden frente a organización, despreocupación frente a diligencia, distracción frente a concentración.

La Profesora Mendoza, una mujer cuya mirada podía congelar un neutrón, entró al aula sin inmutarse por la tardanza de Leo.

Ajustó sus gafas con su característico movimiento y se dirigió a la clase con su tono monocorde habitual.

—Buenos días. Como saben, la Feria de Ciencias Anual se acerca, y este año, el proyecto tendrá un peso significativo en su calificación. —Un murmullo recorrió el aula.

Para algunos, era una oportunidad; para mí, una confirmación de que el camino hacia mi futuro estaría pavimentado con esfuerzo y dedicación.

—El tema de este año es 'Eco-Innovac

ión y Desarrollo Sostenible' —continuó la profesora—.

Y para fomentar la colaboración y simular el ambiente de trabajo real, he decidido asignar las parejas para este proyecto.
Mi corazón dio un vuelco. ¿Parejas? Siempre había preferido trabajar sola. Mi control sobre el resultado era absoluto.

La idea de depender de alguien más... especialmente de alguien como Leo Ferrara... me produjo una punzada de ansiedad en el pecho.

La profesora comenzó a leer la lista, su voz pausada llenando el silencio expectante.

—Ana Pérez con Carlos Gómez... Sofía López con Javier Vargas... —Cada nombre que mencionaba me acercaba más a mi incierto destino.

Respiré hondo, tratando de mantener la calma. Tal vez tendría suerte.

Tal vez me tocaría con alguien tan comprometido como yo, alguien que entendiera la importancia de la excelencia académica.

—...Y Valeria Rojas con Leo Ferrara.

El bolígrafo que sostenía se deslizó de mis dedos y rodó por el pupitre hasta caer al suelo con un pequeño golpe que pareció resonar en toda el aula.

Sentí como si el aire se hubiera evaporado de mis pulmones. ¿Leo Ferrara? ¿Yo? Era una combinación tan improbable como el hielo derritiéndose en el Polo Norte.

Mi cabeza giró involuntariamente hacia el fondo del aula. Leo estaba recostado en su silla, con una media sonrisa en los labios y una mirada que no pude descifrar. ¿Diversión? ¿Indiferencia? ¿O tal vez... lástima?

Una oleada de frustración, mezclada con una pizca de pánico, me invadió.

Esto no podía estar pasando, Mi promedio, La beca, Todo mi arduo trabajo... ¿en manos de alguien que parecía considerar la clase de física como un mero trámite?

Levanté la mano, casi sin darme cuenta del movimiento.

—Profesora Mendoza —dije, mi voz temblaba ligeramente a pesar de mi intento por mantener la compostura—, ¿está segura de que esa es la asignación? ¿No habrá habido... un error?

La profesora me miró por encima de sus gafas, con una expresión que no admitía réplica.

—No, señorita Rojas. Es la asignación definitiva. Considero que trabajar con diferentes perspectivas puede enriquecer el proceso de aprendizaje.

Diferentes perspectivas ella lo llamaba aprendizaje.

Yo lo llamaba sabotaje académico.

Volví a mirar a Leo, quien ahora me sostenía la mirada con una tranquilidad exasperante.

Parecía divertido con mi evidente angustia. Una chispa de ira encendió mi frustración.

Esto no se iba a quedar así.

"Ferrara", pensé, apretando los puños bajo la mesa, "vamos a tener una conversación muy seria sobre la física... y sobre el desastre que nuestra colaboración significará para mi futuro."



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En el texto hay: amor, desepcion

Editado: 29.07.2025

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