Capítulo 3 Biblioteca y el Plan Inevitable

El zumbido monótono de los fluorescentes era el único sonido que se atrevía a romper el silencio sagrado de la biblioteca escolar.

O al menos, así era hasta que Leo Ferrara se sentó frente a mí, arrastrando la silla con un chirrido estridente que me hizo contraer una mueca.

Llegó cinco minutos tarde, por supuesto, pero al menos llegó. Había un pequeño milagro en eso.
—Aquí estoy, cerebrito —dijo, estirándose en su silla como un gato perezoso—. ¿Cuál es tu plan maestro para salvar el planeta... y tu promedio?

Le lancé una mirada fulminante antes de deslizar mis carpetas hacia él.

Estaban organizadas por tema, con pestañas de colores y un índice detallado.

—No es un "plan maestro", Ferrara, es una propuesta de proyecto exhaustiva.

Y no es solo para "salvar mi promedio", es sobre una calificación que afectará mi futuro universitario. Lo que, al parecer, a ti te tiene sin cuidado.

Él sonrió, un destello de diversión en sus ojos. —Siempre tan dramática, Rojas. Dime qué es.

—Es el diseño de un sistema de purificación de agua a bajo costo para comunidades rurales, utilizando materiales reciclados y energía solar —expliqué, señalando los diagramas—.

He investigado a fondo los prototipos existentes y creo que podemos optimizarlos con la tecnología de microfiltración más reciente.

Leo se inclinó, observando mis dibujos con una expresión que no pude descifrar.

Esperaba desinterés, pero sus ojos se movían con una curiosidad inesperada.

—¿Y esto lo has hecho todo tú? —preguntó, alzando una ceja.
—Por supuesto. Es mi proyecto, ¿no? —Mi tono era más a la defensiva de lo que pretendía.

Él se rió suavemente. —Bueno, ahora es nuestro proyecto. Y no parece que hayas dejado mucho espacio para mi "total falta de interés".

—Tuve que prepararme para lo peor —admití, sintiendo un rubor en mis mejillas—. Considerando tu... historial.
—Mi historial tiene más matices de los que crees, Rojas —replicó, y por un instante, su sonrisa se borró, reemplazada por una expresión más seria, casi melancólica.

Fue fugaz, pero lo noté.
Luego, se reincorporó, apoyando los codos en la mesa. —Mira, tu sistema de purificación suena genial y súper técnico.

Pero para la feria, también necesitamos algo que sea... visual.

Que llame la atención. ¿Sabes? Como arte.
Fruncí el ceño. —¿Arte? Esto es un proyecto de Física Avanzada, no la clase de Artes Visuales. Se evalúa la viabilidad científica, no la estética.

—Pero la presentación lo es todo —argumentó él, y esta vez su voz tenía un tono que me sorprendió: convicción—. No solo se trata de la ciencia detrás, sino de cómo la vendes.

Si quieres esa beca, necesitas que el proyecto sea inolvidable.

Que la gente lo sienta, no solo lo entienda en un diagrama.

Lo miré, sorprendida. Había una lógica extraña en sus palabras, una que mi mente puramente racional no había considerado.

—¿Y qué propones, exactamente? —pregunté, escéptica pero intrigada.
Leo sonrió de nuevo, pero esta vez era una sonrisa diferente, con un brillo genuino. —Propongo que combine tu cerebro con... mi toque especial.

¿Qué te parece si el prototipo no es solo funcional, sino una instalación artística? Algo que represente la pureza del agua, la sostenibilidad... Podemos usar elementos reciclados de una forma creativa.

La idea era descabellada. Absurdamente descabellada. Pero mientras lo escuchaba, una pequeña parte de mí, esa parte que siempre estaba reprimida bajo capas de números y lógica, sintió una punzada de curiosidad. Un proyecto que fuera una obra de arte.

—Eso es... eso es una locura, Ferrara —dije, pero no pude evitar que una pequeña sonrisa asomara en mis labios.
Él me guiñó un ojo.

—Solo si lo hacemos mal, Rojas. Pero si lo hacemos bien... será inolvidable.

Y tú, Valeria, tendrás tu beca.

Y así, en medio de la silenciosa biblioteca, la improbable alianza entre la lógica y el arte, entre el orden y el caos, comenzaba a tomar forma.