La flor del clan Mcgregor

Capitulo 1

El primer suspiro del alba tiñó las cumbres escarpadas de un rosa pálido, despertando lentamente el valle del sueño profundo. Una bruma matinal, fina como un velo de seda, se aferraba a las laderas cubiertas de brezo, suavizando los contornos del paisaje agreste. En una pequeña cabaña de piedra, con el humo ascendiendo perezosamente de su tejado de turba, Aileen McGregor se despertaba al canto lejano de un pájaro. Mamá siempre se levantaba antes que yo, preparando el fuego y canturreando melodías suaves.
Sus ojos avellana, grandes y luminosos, se abrieron lentamente a la penumbra. Incluso en la quietud del amanecer, se percibía en su rostro una serenidad innata, una belleza tranquila que parecía florecer en armonía con la naturaleza que la rodeaba. Sus largos cabellos oscuros, con reflejos caoba a la luz incipiente, se desparramaban sobre la tosca almohada de lino. Con una gracia natural, propia de quien está acostumbrada a moverse con agilidad por terrenos difíciles, se incorporó y se vistió con su sencillo kirtle de lana color tierra.

—Buenos días, Morag. ¿Cómo te sientes hoy?—dijo Aileen al entrar en la humilde cabaña de la anciana.

El aire estaba cargado de un ligero olor a humedad y a hierbas secas que colgaban del techo.

—La noche ha sido larga, hija. El frío se me mete en los huesos como si fueran astillas de hielo. —Morag tosió, un sonido áspero que resonó en la pequeña estancia. Estaba acurrucada junto al fuego casi apagado, envuelta en una manta de lana raída.

—Tengo una infusión caliente que te aliviará. He preparado una con tusílago y miel; te ayudará a calmar la garganta y a expulsar la flema. —Aileen se acercó al caldero que aún conservaba algo de calor y vertió la infusión en una taza de madera. El vapor aromático se elevó, llenando el aire con un olor dulce y herbal.

—Gracias, Aileen. Siempre tan atenta. No sé qué haríamos sin ti, ahora que tu madre... —La voz de Morag se quebró ligeramente al mencionar a la difunta curandera.

—Ella me enseñó bien, Morag. —Y siempre estaré aquí para ayudar al clan. —Aileen se arrodilló junto a la anciana y le ofreció la taza.

—Bébela despacio, cerca del fuego. —El calor te reconfortará. —¿Estaré a la altura? ¿Podré honrar su legado?

—Tu madre tenía manos de ángel, hija.

—Y tú las has heredado. —Morag tomó la taza con manos temblorosas.

Mientras Morag bebía la infusión, Aileen salió de la cabaña y se dirigió hacia su jardín secreto. El sendero serpenteaba a través del bosque, y al llegar al claro, vio a Alana esperándola. Ella me enseñó a escuchar a la tierra, a entender susurros en el viento y a reconocer los dones ocultos en cada hoja y raíz.

—Te he estado buscando. Quería saber cómo estaba Morag.

—Está mejor, gracias a la infusión. Ahora voy a recoger árnica para Jamie. Se torció el tobillo ayer.

—Pobre Jamie. ¿Necesitas ayuda?

—Sí, las hojas de árnica más frescas están cerca del arroyo.

Las dos amigas caminaron juntas, recolectando las hojas de color verde intenso.

—¿Cómo te encuentras, Aileen? Sé que la ausencia de tu madre aún es reciente.

—Es difícil, Alana. A veces siento que una parte de mí se ha ido con ella. Pero debo seguir adelante, por el clan.




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