La flor del clan Mcgregor

Capitulo 3

La presencia de su acosador se había convertido en una opresión constante, una sombra que la seguía a cada rincón del clan. Cada encuentro, cada mirada lasciva, reavivaba el terror del intento de beso y la furia por su traición. La atmósfera se había vuelto irrespirable, cargada de una amenaza latente que solo ella parecía sentir con tanta intensidad

Una noche, al regresar a su cabaña, la encontró forzada. El miedo se apoderó de ella al verlo esperándola en la penumbra, su rostro una máscara de deseo y posesión.

—Aileen, no puedes seguir rechazándome. Estamos destinados a estar juntos. —Su voz era un susurro cargado de una determinación sombría que la heló hasta los huesos.

Intentó retroceder, pero él la agarró con una fuerza brutal. Sus labios se estamparon contra los de ella en un beso forzado y repugnante, mientras sus manos toscas la manoseaban con avidez, desgarrando las telas de su vestido. El terror la invadió, paralizándola por un instante ante la brutalidad de la invasión.

Con una oleada de furia desesperada, luchó, arañando, golpeando, hasta que logró zafarse y huir de la cabaña, pero él la agarró a tiempo tirándola al suelo. Empezó a besarla, a meterle mano bajo la falda, a besar sus pechos. Aileen intentaba defenderse, pero Colin era más fuerte. Entonces vio el mortero donde preparaba sus medicamentos y le dio en la cabeza, no tan fuerte, pero sí lo suficientemente para poder escapar. Corrió dejando a su agresor vociferando maldiciones en la oscuridad. Corrió sin aliento hacia el castillo del líder del clan, suplicando ayuda a golpes desesperados contra la puerta.

El Laird Duncan McGregor abrió los ojos, su rostro curtido por el viento y las preocupaciones del clan mostrando una profunda sorpresa ante su angustia y su aspecto destrozado. Aileen, entre sollozos y palabras entrecortadas, le relató el horror del ataque. La furia del Laird se encendió al escuchar su testimonio.

—Esto es intolerable, Aileen. Le di mi palabra a tu madre en su lecho de muerte: te protegería. Y lo haré. Te ofreceré refugio en Eilean Donan. Laird Neilan Mackenzie, hijo de mi viejo amigo, te recibirá allí.

A pesar de la promesa de seguridad, Aileen sentía que cada segundo en ese lugar era un peligro inminente. La idea de la cercanía de su agresor la aterraba más que la incertidumbre del camino. Esa misma noche, buscó a su amiga Alana. Con la voz temblorosa y el cuerpo aún estremecido, le contó el ataque y su desesperada necesidad de huir.

Alana, con los ojos llenos de horror y compasión, no dudó en ofrecer su ayuda. En secreto, bajo el manto protector de la noche, reunieron algunas provisiones esenciales: pan duro, cecina, hierbas para el camino y la pequeña daga que había pertenecido a su madre. La despedida fue un nudo doloroso en la garganta de ambas, un intercambio silencioso de promesas de recuerdo y un adiós cargado de tristeza.

Con el corazón apesadumbrado, Alana acompañó a Aileen hasta el límite del claro, guiándola hacia la oscuridad del bosque. Se abrazaron con fuerza, un último contacto físico antes de la separación incierta.

—Cuídate, Aileen. —Ojalá encuentres paz donde vayas —susurró Alana, con lágrimas corriendo por sus mejillas.

—Tú también, Alana. —Nunca olvidaré tu valentía —respondió Aileen, la voz quebrándose por la emoción.

Justo cuando Aileen se disponía a adentrarse en la oscuridad, una figura surgió corriendo desde la dirección de su cabaña. Era él. Parecía haberse dado cuenta de su huida.

—¡Aileen! ¡No te escaparás! —gritó, su voz llena de furia y desesperación, intentando alcanzarla.

Alana se interpuso valientemente, dándole a Aileen unos segundos cruciales para internarse en la espesura del bosque. Aileen corrió con el corazón latiéndole salvajemente, oyendo los gritos furiosos de su perseguidor cada vez más lejanos.




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