Durante los días de cautiverio, mientras marchaban bajo la vigilancia constante de sus captores, la mente de Aileen trabajaba sin descanso. Su conocimiento de las plantas del bosque, una herencia silenciosa de su vida en el clan McGregor, se convirtió en su única esperanza. Observó con atención el terreno, identificando la valeriana silvestre, con sus delicadas flores blancas, y las hojas de lechuga silvestre, de un verde intenso, ambas conocidas por sus propiedades sedantes. Una idea audaz, aunque arriesgada, comenzó a tomar forma en su desesperación.
En una de las paradas para descansar, aprovechando un momento de relajación entre los guerreros, Aileen simuló alejarse para aliviar sus necesidades. Con movimientos discretos y rápidos, recogió una cantidad suficiente de valeriana y hojas de lechuga, ocultándolas bajo su harapienta falda. Johanna, intuyendo algo en la mirada de Aileen, la cubrió con su cuerpo mientras regresaba al grupo
Durante la siguiente parada, junto a un pequeño arroyo, Aileen vio su oportunidad. Mientras los guerreros se concentraban en llenar sus cantimploras, ella trituró las hojas con una piedra plana, mezclándolas con el poco agua que compartían. La pasta resultante era verdosa y despedía un olor terroso y fuerte.
Cuando llegó el momento de beber, Aileen se ofreció a servir. —Conozco unas hierbas que nos darán fuerza para el camino —dijo con una voz que intentaba sonar convincente. Son buenas para calmar los músculos cansados.
Los hombres, rudos y sin instrucción en las artes de la herboristería, aceptaron la bebida sin sospechar. Uno incluso palmeó el hombro de Aileen con burda camaradería. Ella se aseguró de que cada uno bebiera una porción generosa, mientras que ella y Johanna solo humedecieron sus labios.
No tardó en que los efectos comenzaran a sentirse. Primero, los movimientos de los guerreros se volvieron más lentos, sus respuestas tardías. Luego, sus párpados comenzaron a temblar y, pronto, los ronquidos pesados llenaron el aire del claro. Uno a uno, cayeron en un sueño profundo y antinatural.
Con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho, Aileen ayudó a Johanna a desatar las cuerdas que oprimían sus muñecas. Sus propias ligaduras cayeron con un alivio casi doloroso. Sin perder un segundo, se alejaron sigilosamente del campamento dormido, corriendo con la desesperación de quienes huyen de la muerte, internándose de nuevo en la espesura protectora del bosque.
Corrieron durante lo que les pareció una eternidad, hasta que sus pulmones ardían y sus piernas flaqueaban. Finalmente, exhaustas, se detuvieron para recuperar el aliento, apoyándose contra los ásperos troncos de los árboles, el miedo a ser descubiertas aún punzando en sus corazones.
Fue entonces cuando lo oyeron: el inconfundible golpear rítmico de cascos de caballos acercándose rápidamente. El pánico las invadió de nuevo. Sin dudarlo, se arrojaron tras una maraña de arbustos espinosos, conteniendo la respiración mientras los jinetes se acercaban a galope.
Para sorpresa y un torrente de alivio inundó a Johanna al distinguir la figura del jinete delantero: era Evan. Su corazón dio un vuelco y, sin poder contener un grito ahogado, salió corriendo de su escondite.
Los jinetes detuvieron bruscamente sus monturas. Un hombre corpulento desmontó con una agilidad sorprendente y corrió hacia Johanna, envolviéndola en un abrazo apretado y protector. Era Malcolm, su hermano. Las lágrimas corrían por el rostro de Johanna mientras lo estrechaba con fuerza.
En un impulso de la emoción del reencuentro, Johanna se giró y abrazó con efusión a Evan, quien también había desmontado y la miraba con una intensidad amorosa que no dejaba lugar a dudas. Malcolm, aunque su mirada se posó brevemente en el abrazo con una ligera sorpresa, pareció dejar de lado cualquier pregunta en ese momento de intenso alivio.
Johanna tomó la mano de Aileen, quien aún permanecía cautelosa entre los arbustos, observando la escena con una mezcla de esperanza y desconfianza, y la acercó al grupo.
—Malcolm, Evan, ella es Aileen. Fue quien me ayudó a escapar de esos hombres. Su valentía y su astucia nos dieron la libertad.
Malcolm miró a Aileen con una gratitud sincera en sus ojos oscuros. —¿Cómo podemos agradecerte lo que has hecho?
—Malcom el laird McGregor le dio instrumentos de que se refugiará en nuestro clan y que nuestro hermano le iba a brindar protección —le comentó Johanna.
—Dime, muchacha, ¿qué os ha pasado para que el laird te haya recomendado a mi hermano, el laird Neilan? —Malcom estaba intrigado ante ese consejo.
Aileen agachó la cabeza debatiendo qué decir. Malcom era un desconocido para contarle la verdad. Levantó la cabeza para decirle algo, pero Johanna se le adelantó.
—Malcom, la razón de que ella busque refugio en nuestro clan es muy dolorosa y contarlo ahora sería mucho peor. Ella necesita ayuda y eso es lo más importante ahora; se lo debemos por su laird y porque gracias a ella estoy aquí —dijo mirando a Evan, que la miraba con amor.
—Muy bien, muchacha, si tu laird te ha aconsejado eso, mi hermano es un hombre de palabra; él te protegerá de lo que estés huyendo. Aparte, te estamos agradecidos por ayudar a nuestra hermana pequeña —le dijo Malcom.
—Bienvenida a nuestro clan, allí vas a estar muy protegida y bien con nosotros —dijo Evan.
Aileen se sintió agradecida; no se imaginaba que la chica que había salvado pertenecía al clan donde estaba buscando refugio.
Por primera vez después de su huida y el secuestro, iba a encontrar la tranquilidad que estaba buscando lejos de Colin.