Las primeras semanas en Eilean Donan transcurrieron en una rutina marcada por la formalidad y el silencio. Aileen ocupaba una pequeña y confortable habitación cerca de los aposentos de Johanna; desde su ventana podía contemplar la confluencia de los lagos bajo el cielo cambiante de Escocia. Los sirvientes eran corteses y eficientes, pero mantenían una distancia respetuosa, siguiendo el ejemplo de su laird
Aileen se esforzaba por adaptarse a las costumbres del clan Mackenzie, observando con atención los rituales de las comidas en el gran salón, la disciplina de los guerreros y la jerarquía silenciosa que gobernaba la vida en el castillo. Malcolm y Evan se acercaban a ella ocasionalmente, ofreciéndole una sonrisa amable o preguntándole si necesitaba algo, pero sus propios deberes para con el clan los mantenían ocupados.
Laird Neilan seguía siendo una figura distante, presente en las comidas y en las reuniones formales, pero sin dirigirle a Aileen más que las palabras estrictamente necesarias. Su rostro austero y sus ojos penetrantes no revelaban ningún indicio de sus pensamientos o sentimientos. Para Aileen, él era la encarnación del laird severo y centrado en el deber que Malcolm y Evan habían descrito.
Sin embargo, a pesar de la relativa seguridad que ofrecían los muros de Eilean Donan, el pasado seguía acechando los sueños de Aileen. Las imágenes de la cabaña, la voz áspera de Colin y la sensación de su fuerza bruta volvían a atormentarla en la oscuridad, dejándola empapada en sudor y con el corazón latiendo con violencia.
Una de esas noches, el insomnio la venció por completo. Después de dar vueltas en su lecho durante horas, sintiéndose atrapada entre las sábanas como lo había estado en la cabaña, Aileen decidió levantarse y dar un paseo silencioso por los pasillos del castillo. La mayoría de los habitantes dormían, y la única luz provenía de las lumbres tenues que iluminaban los puntos clave.
Mientras caminaba sin rumbo fijo por un pasillo menos transitado, cerca de las habitaciones privadas del laird, una sombra en movimiento llamó su atención. Observó con cautela cómo la puerta de la habitación de Laird Neilan se abría silenciosamente y una figura femenina, vestida con la ropa sencilla de una criada, salía a hurtadillas al pasillo. La criada se movió con rapidez, tratando de no hacer ruido, y desapareció por el extremo opuesto del pasillo.
La escena, aunque breve y silenciosa, golpeó a Aileen con una fuerza inesperada. La oscuridad, el secreto, la criada saliendo de la habitación del laird en plena noche... Todo evocó en su mente imágenes perturbadoras de las dinámicas de poder y posibles abusos que había temido y presenciado en el clan McGregor. La figura de Colin, aprovechándose de su posición, se proyectó en su mente con una claridad dolorosa.
A la mañana siguiente, durante el desayuno, Aileen observó con atención a las criadas que servían en el salón. Intentó identificar a la joven que había visto la noche anterior, pero todas parecían mantener una expresión de diligente neutralidad. La punzada de curiosidad y la creciente inquietud la impulsaron a buscar respuestas, aunque de forma discreta.
Más tarde, mientras ayudaba en la cocina, se acercó a una de las cocineras, una mujer mayor de rostro amable llamada Fiona. —¿Cómo es laird Neilan con la gente que trabaja en el castillo, Fiona? —preguntó con una voz que intentaba sonar casual.
Fiona suspiró mientras cortaba verduras. —El Laird es justo, muchacha. Exige que se cumplan las tareas y no tolera la pereza, pero no es de los que abusan de su poder... al menos, no que yo haya visto en mis años aquí. Es un hombre reservado; sus asuntos son suyos. No se mezcla mucho con la gente del servicio.
La respuesta de Fiona, aunque intentaba ser tranquilizadora, no disipó la inquietud de Aileen. La imagen de la criada furtiva seguía presente en su mente, alimentando una creciente desconfianza hacia el laird. ¿Qué secretos ocultaba tras su fachada estoica? ¿Era realmente diferente de los hombres de poder que la habían aterrorizado en el clan McGregor?
En los días siguientes, Aileen se convirtió en una observadora silenciosa. Notaba las miradas nerviosas de algunas de las criadas cuando Laird Neilan estaba cerca, la forma en que evitaban su contacto visual. Intentó discernir alguna señal en el comportamiento del Laird, alguna indicación de crueldad o abuso, pero solo encontraba una frialdad distante y una autoridad innegable.
Internamente, Aileen luchaba con sus propios miedos y recuerdos. La escena nocturna había reabierto heridas que comenzaban a cicatrizar, sembrando dudas sobre la seguridad de su nuevo refugio. La posibilidad de que Laird Neilan pudiera ser otro hombre de poder aprovechándose de su posición la mantenía en vilo, recordándole la vulnerabilidad de su propia situación como una extraña dependiente de su generosidad. La soledad de su secreto se hizo aún más pesada, aislándola en un mar de incertidumbre y temor.
Otro de sus temores eran posiblemente las represalias del laird Keith Cameron. Una tarde que estaba paseando cerca del lago, comentó con Johanna esa inquietud.
—Aileen, no creo que se atrevan a venir. ¿Crees que el laird Cameron va a venir a reclamar por mi secuestro? —Y si viene por lo que hiciste con sus hombres, tranquila, mi hermano te defenderá —le dijo Johanna para tranquilizarla.
Aileen quiso creer a su amiga, pero estaba inquieta ante esa posibilidad, tenía un mal presentimiento y esperaba equivocarse.