La flor del clan Mcgregor

Capitulo 8

La calma en Eilean Donan se rompió con la llegada inesperada de un grupo de jinetes al amanecer. Al frente cabalgaba Laird Cailean McDonald, el hermano mayor de Neilan, su rostro mostrando preocupación y una ceja ligeramente fruncida. Junto a él, con un semblante cansado pero expectante, viajaba Laird Leah McDonald, quien miraba el castillo Mackenzie con una mezcla de alivio y tensión.

Al ser recibidos en el gran salón, el aire se cargó de una formalidad tensa, aunque teñida de una calidez fraternal cuando Cailean abrazó a Neilan.

—Hermano, he oído lo que le ocurrió a Johanna —dijo Cailean, su voz grave resonando en la sala. Quería ver con mis propios ojos que se encuentra bien y ofrecer nuestro apoyo.

Neilan respondió con un gesto de gratitud. —Agradezco tu preocupación, Cailean. Johanna está a salvo aquí.

La conversación fue interrumpida por un grito ahogado. Lady Leah, la esposa de Cailean, palideció y se llevó una mano al vientre abultado.

—Cailean... creo que... creo que ha llegado el momento —dijo con voz entrecortada.

—Mi amor, te aconsejé que te quedaras por tu avanzado estado y mira ahora, estás de parto —dijo Cailean sin saber qué hacer.

—Quería ver con mis propios ojos cómo estaba Johanna, pero tu hijo ha decidido venir semanas antes —decía, gritando de dolor.

El pánico se extendió por la sala. La partera del clan Mackenzie se encontraba a varios días de distancia atendiendo otro parto. La urgencia del momento era palpable.

Johanna recordó entonces a Aileen. —Aileen... ella entiende de hierbas y curaciones. Quizás pueda ayudar.

Todas las miradas se volvieron hacia Aileen, quien hasta ahora había permanecido en un segundo plano, observando la llegada de los Lairds. Dudó por un instante, consciente de que aún no había revelado completamente sus habilidades. Pero la angustia en el rostro de Cailean y el dolor evidente de Lady Leah la impulsaron a actuar.

—Puedo intentar ayudar, Laird McDonald —dijo Aileen con voz firme, acercándose a Leah con determinación.

Cailean la miró con una mezcla de esperanza y desesperación. —Por favor... Cualquier ayuda será agradecida.

Aileen examinó a Leah con cuidado, preguntándole sobre sus síntomas con calma. Su conocimiento de las hierbas y los procesos naturales del cuerpo la guiaron. Mientras los demás observaban con expectación, Aileen preparó una infusión suave con hierbas que encontró en la cocina del castillo, buscando aliviar el dolor de Leah y facilitar el trabajo de parto.

Las horas siguientes estuvieron llenas de tensión y esfuerzo. Aileen trabajó con diligencia, ofreciendo palabras de aliento a Leah y utilizando sus conocimientos para asistirla. Los hermanos Mackenzie observaban en silencio, la preocupación reflejada en sus rostros. Johanna permaneció al lado de su cuñada, ofreciéndole apoyo constante.

Finalmente, después de una larga espera, un llanto débil resonó en la habitación. Un bebé sano había llegado al mundo. El alivio inundó la estancia, reemplazando la tensión anterior.

Cailean abrazó a su esposa y a su hijo con lágrimas en los ojos. Luego se giró hacia Aileen, su rostro lleno de profunda gratitud.

—No sé cómo agradecerte, joven. Nos has traído una bendición.

Laird Cailean se acercó a Aileen, su expresión ahora mostrando respeto. —Has demostrado una habilidad valiosa, muchacha. No olvidaremos tu ayuda a la Casa McDonald.

Neilan asintió con una leve sonrisa hacia Aileen. —Has hecho un gran bien hoy, Aileen. Tu conocimiento ha sido providencial.

En ese momento, Aileen sintió cómo una nueva sensación la invadía. Ya no era solo una refugiada, sino alguien que había ofrecido una ayuda crucial en un momento de necesidad. Su valía había sido reconocida, no por su origen o su pasado, sino por sus propias habilidades. La tormenta del nacimiento había traído consigo una nueva luz para su futuro en las tierras Mackenzie.

A la mañana siguiente, Aileen entró en los aposentos donde descansaba Leah; quería ver cómo estaba ella y el niño.

—Entra Aileen, Cailean se acaba de ir a practicar con sus hermanos —dijo Leah, un poco cansada por el parto.

—¿Has descansado bien? —quiso saber.

—El niño y yo hemos descansado muy bien, gracias, Aileen; si no hubiera sido por ti… —agradeció Leah. —¿Qué edad tienes? —¿Quién te enseñó estas cosas? —le preguntó.

—Tengo diecinueve años, mi madre me enseñó todo lo que sé —le dijo Aileen.

—De nuevo gracias, te estaré eternamente agradecida, tienes aquí a una amiga para siempre —dijo dándole la mano.

Después de estar un rato hablando con Leah, salió de la habitación dejándola descansar, fue a buscar a Johanna, pero la encontró con Evan; se fue dejando a los enamorados sin ser vista.

Quiso ir al lago para estar un rato tranquila. En el camino se encontró con Neilan y Cailean; estaban practicando con las espadas. Se quedó un rato mirando cómo los dos hermanos practicaban; sus destrezas con las espadas eran increíbles, su disciplina y sus tácticas eran muy diferentes a los que ella veía en el clan McGregor.

Siguió su camino al lago sin ser vista o eso creía. Mientras iba caminando al lago, Neilan la observaba atentamente y Cailean no pudo evitar sonreír al creer que su hermano mostraba interés en esa chica.




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