Tras la agitación del parto, una calma relativa se instaló en Eilean Donan. Cailean y Leah se adaptaban a su nueva vida como padres. Decidieron quedarse más tiempo en Eilean Donan hasta que Leah se recuperaba. Aileen comenzaba a sentirse menos como una extraña. Malcolm, en particular, agradecía sinceramente la ayuda de Aileen y buscaba su compañía con frecuencia.
Una tarde soleada, mientras paseaban por el jardín de hierbas del castillo, Malcolm preguntó con suavidad: —Aileen, me hablaste de tu madre y de tu amiga Alana. ¿Cómo era la vida en tu clan?
Aileen suspiró, mirando las hojas de lavanda entre sus dedos. —Era dura, pero también tenía su belleza. Mi madre me enseñó a encontrar remedios en cada planta, a escuchar los secretos del viento entre los árboles. Éramos un clan pequeño, muy unido... o al menos, eso creía.
Habló de las tradiciones de su clan, de las celebraciones alrededor de las hogueras y de la libertad que sentía al recorrer las colinas. Evitó cuidadosamente cualquier mención de la creciente tensión, de la ambición del hijo del Laird o del terror que la había obligado a huir.
—Alana y yo solíamos soñar con ver el mar algún día —continuó Aileen con una sonrisa melancólica. Nos imaginábamos barcos con velas blancas y tierras lejanas. Echo mucho de menos sus sueños compartidos.
Malcolm escuchó con atención, su rostro mostrando comprensión. —La pérdida de la comunidad y de los amigos debe ser muy difícil. Espero que aquí, con el tiempo, encuentres algo de esa paz que buscas.
Mientras Aileen y Malcolm compartían estos momentos de conexión tranquila, en otro rincón del castillo, Johanna y Evan encontraban instantes robados para estar juntos. Tras el alivio de su reencuentro, su amor florecía en la relativa seguridad de Eilean Donan.
Una tarde, junto al lago que rodeaba el castillo, Evan tomó la mano de Johanna entre las suyas. —Cada día que pasa, estoy más agradecido de que estés a salvo. Temí lo peor cuando supe de tu secuestro.
Johanna sonrió, sus ojos brillando. —Y yo temí no volver a verte nunca más. Pero Malcolm fue valiente, y Aileen... ella fue nuestra salvación.
Se abrazaron con ternura, el murmullo del agua como único testigo de su afecto. Sus conversaciones estaban llenas de planes para el futuro, de la esperanza de construir una vida juntos una vez que las tensiones entre los clanes se calmaran.
De vuelta en el jardín, Malcolm observó a Aileen con una curiosidad amable. —Tienes un conocimiento profundo de las hierbas. ¿Cómo aprendiste tanto?
—Mi madre decía que la naturaleza nos ofrece todo lo que necesitamos para curarnos —respondió Aileen—. Pasábamos horas buscando plantas, identificando sus propiedades. Era una sabiduría que se transmitía de generación en generación.
—Es un don valioso —comentó Malcolm. Algo que podría ser muy útil aquí en Eilean Donan.
Aileen asintió, sintiendo una punzada de esperanza. Quizás, a través de sus habilidades, podría encontrar un lugar real en esta nueva comunidad.
En otro encuentro furtivo, Evan le susurró palabras de amor a Johanna bajo la luz de la luna. —No importa lo que el futuro nos depare, mi corazón siempre estará contigo.
Johanna apoyó la cabeza en su hombro. —Y el mío contigo, Evan. Este tiempo juntos es un regalo que atesoraré siempre.
Mientras el amor florecía en secreto entre Johanna y Evan, la amistad sincera entre Aileen y Malcolm continuaba creciendo, ofreciéndole a Aileen un respiro de su soledad y un atisbo de pertenencia en su nuevo y aún incierto hogar.
La amistad de Malcolm y Aileen no pasó desapercibida para Neilan y Cailean, que observaban sus reuniones por las tardes cerca del lago. Una tarde, mientras Aileen estaba sentada cerca del lago, se le acercó Cailean.
—Mi señor, ¿está todo bien? ¿El niño o Leah necesitan algo? —dijo Aileen levantándose.
—Muchacha, Leah y mi hijo están bien; he venido para hablar un rato contigo —dijo para tranquilizarla.
—¿Qué es lo que desea hablar, mi señor? —dijo, preocupada.
Cailean la tranquilizó, se sentaron cerca del lago y estuvieron un rato hablando; ella le contó su vida con los McGregor, obviando lo de Colin; esa humillación se lo quería guardar para ella.
—Aileen, no solo te estaré eternamente agradecido por lo de Leah, sino también por lo de mi hermana Johanna; quiero que sepas que en mí tendrás siempre a un amigo —le dijo, agradeciéndole por todo.
Quiso saber cómo estaba en Eilean Donan, le comentó que había observado su relación con Malcolm, pero ella le aclaró que ella no lo veía como algo más; para ella Malcolm era un amigo, como un hermano. Cailean se fue de allí con una sonrisa; esa chica le gustaba, la veía una buena candidata para ser la esposa de su hermano Neilan si algún día decidiera casarse.