La habilidad de Aileen con las hierbas se había convertido en una bendición para la comunidad de Eilean Donan. Curaba resfriados, aliviaba dolores musculares y preparaba ungüentos para pequeñas heridas. Su amabilidad y su conocimiento la estaban integrando lentamente en la vida del castillo.
Una mañana, mientras ayudaba a una joven con una tos persistente, Johanna se acercó con el rostro sombrío. —Aileen, han llegado noticias de las tierras McGregor. Laird Duncan... está muy enfermo. Su salud ha empeorado repentinamente.
Un escalofrío recorrió a Aileen. El anciano Laird había sido su protector en un momento de desesperación. La noticia la dejó con un nudo en la garganta y los ojos llenos de lágrimas. Su tristeza no pasó desapercibida.
Más tarde, Lair Neilan se acercó a ella en el patio del castillo. Su expresión era más suave de lo habitual, mostrando una rara muestra de consideración. —Aileen, he oído sobre Laird Duncan. Sé que él te ofreció refugio. Si deseas ir a visitarlo, puedo disponer un viaje seguro para ti.
La oferta, aunque bien intencionada, golpeó a Aileen como un latigazo. Su rostro palideció, y sus manos comenzaron a temblar ligeramente. La idea de regresar a las tierras McGregor, a pesar del motivo, la llenó de una angustia casi palpable.
—No... no puedo —respondió Aileen con voz apenas audible, apartando la mirada con nerviosismo. No puedo volver allí.
Su reacción fue tan intensa que tomó a Neilan por sorpresa. —¿No quieres despedirte del hombre que te ayudó? No tienes que quedarte, solo una visita...
—No, Laird —insistió Aileen con más firmeza, aunque su voz aún temblaba. Es... es imposible. No puedo volver.
Malcolm, que se había acercado al escuchar la conversación, observó la angustia de Aileen con creciente confusión. —Aileen, ¿estás bien? ¿Hay algo que no nos estás contando?
Aileen se encogió, abrazándose a sí misma. —Estoy bien... solo... solo recuerdo cosas... cosas malas de allí. No puedo volver, Laird Neilan, se lo ruego, entiéndame.
Neilan y Malcolm intercambiaron miradas perplejas. No comprendían la magnitud del terror que la simple mención de las tierras McGregor provocaba en Aileen. Su reacción parecía desproporcionada para una simple nostalgia o tristeza.
Johanna, que había presenciado la escena en silencio, sintió una punzada de culpa. Ella sabía la verdadera razón detrás del miedo de Aileen. En un momento de vulnerabilidad, Aileen le había confiado el intento de abuso de Colin y el horror que la había impulsado a huir. Ver su angustia y la confusión de los demás la llenó de un peso.
Más tarde, Evan se acercó a Johanna, notando su preocupación. —¿Qué ocurre, amor? Pareces inquieta.
Johanna suspiró. —Es Aileen. Neilan le ofreció ir a ver a Laird Duncan, que está muy enfermo, pero ella reaccionó con mucho miedo. No quiere volver a las tierras de McGregor.
—¿Por qué? ¿Le ocurrió algo allí además de tener que huir? —preguntó Evan, intrigado.
Johanna dudó. Había prometido guardar el secreto de Aileen. —Ella... simplemente tiene malos recuerdos de ese lugar. No se siente segura volviendo.
Evan frunció el ceño, intuyendo que había algo más. Pero respetó la reticencia de Johanna a compartir más detalles.
Mientras tanto, Neilan y Malcolm discutían en privado la extraña reacción de Aileen.
—No entiendo su miedo —dijo Neilan, con el ceño fruncido. Laird Duncan la ayudó. Uno esperaría gratitud, no terror ante la idea de una visita.
—Quizás le ocurrió algo más de lo que sabemos —reflexionó Malcolm. Algo que la asusta de volver a ese lugar.
—Neilan, ¿crees que el hijo de Duncan McGregor le haya hecho algo? —preguntó Malcolm, aparentando los puños, pensando en lo peor.
Ambos hombres quedaron con más preguntas que respuestas, intrigados por el secreto que parecía atormentar a la joven protegida de Neilan. Johanna, por su parte, cargaba con el peso de ese secreto, dividida entre su lealtad a Aileen y su honestidad con Evan. La sombra del pasado de Aileen comenzaba a oscurecer su presente en Eilean Donan, sembrando dudas y misterio entre quienes la habían acogido.