El aire de Eilean Donan estaba cargado de humedad, impregnado con el aroma de la tierra fresca. Aileen movía las manos con destreza entre las hierbas, pero su mente estaba lejos de su tarea. Las palabras que había escuchado días atrás entre Cailean y Neilan resonaban en su cabeza como un eco persistente.
—Necesitas casarte Dar un heredero.
—No tiene sentido.
Entonces alguien más lo hará.
Neilan hablaba del matrimonio con indiferencia, como si fuera solo otro deber que cumplir, como si no tuviera ninguna importancia más allá de la obligación de producir un heredero. Y lo de la criada… Aileen había oído claramente el reclamo de Cailean, y eso solo avivaba más su molestia.
No entendía por qué le afectaba tanto.
Ella no tenía ninguna razón para sentirse así.
Era absurdo. Irracional.
Y, sin embargo, le dolía.
Sumida en pensamientos que no quería explorar demasiado, apenas notó la figura que se acercaba.
—Aileen
La voz profunda de Cailean la hizo levantar la vista. El Laird McDonald estaba ante ella, una sonrisa leve en sus labios.
—Quería agradecerte nuevamente por lo que hiciste por Leah. Gracias a ti y a tus brebajes, mi mujer y mi hijo están mejor.
Aileen respiró hondo, recomponiendo su expresión.
—Fue un placer poder ayudar, Laird. Me alegra que Lady Leah y el niño estén bien.
Cailean asintió con un gesto pensativo.
—Neilan ha hecho bien en traerte aquí. Es un buen hombre, aunque a veces demasiado reservado. Pero tiene un buen corazón.
El nombre de Neilan provocó una reacción inmediata en Aileen. Su pecho se apretó, su mandíbula se tensó.
Mantuvo la vista en las hierbas, como si estuviera demasiado ocupada en su tarea.
—Estoy agradecida por la hospitalidad del Laird —respondió con frialdad.
Desde sus aposentos, Neilan miraba por la ventana, los documentos olvidados en la mesa. Su mirada seguía la conversación en el jardín. Había notado un cambio en Aileen los últimos días; era más esquiva, más cerrada. Y eso, por alguna razón, le molestaba.
No entendía por qué. No debería importarle lo que ella hiciera.
Pero verla allí, más relajada con su hermano, despertaba una inquietud que no podía ignorar.
Cuando Cailean sonrió suavemente ante un comentario de Aileen, Neilan apretó la mandíbula.
—¿Desde cuándo me afecta esto?
Cailean continuó la conversación, observando a Aileen con interés genuino.
—Una mujer con tus habilidades podría ser muy valiosa para nuestro clan —comentó—. La salud de nuestra gente es primordial.
Aileen sintió un ligero rubor ante el elogio, pero mantuvo su postura.
—Solo hago lo que aprendí, Laird.
Cailean sonrió con calma.
—A veces, lo que aprendemos y cómo lo usamos revela mucho sobre nuestro carácter. Y tú, Aileen, pareces tener un carácter fuerte.
La joven sintió una incomodidad que no supo definir. El Laird McDonald la observaba con una evaluación silenciosa, como si estuviera analizándola.
Desde la ventana, Neilan sintió una punzada de irritación al notar la forma en que Cailean miraba a Aileen.
Y sin pensarlo demasiado, soltó los documentos y salió de la habitación.
El sonido de sus pasos firmes resonó en el pasillo hasta el jardín.
Aileen no vio su llegada hasta que sintió una presencia imponente a su espalda.
—Cailean
La voz grave de Neilan cortó la conversación como una hoja afilada. Cailean alzó una ceja, sorprendido por la interrupción.
—Hermano
Neilan no miró a Cailean. Solo miró a Aileen.
Ella, sin entender del todo su propio enojo, le sostuvo la mirada. Había algo en sus ojos, algo que no había visto antes.
—Le estaba agradeciendo a nuestra sanadora por su ayuda —dijo Cailean, tranquilo.
Neilan desvió la mirada hacia él solo por un instante, con un gesto que parecía no querer escuchar explicaciones.
—Johanna te está buscando.
Cailean, aunque desconcertado, entendió el mensaje. Neilan quería que se marchara.
Sonrió con un suspiro leve.
—Nos vemos luego, Aileen.
Ella apenas pudo responder antes de que Cailean se marchara, dejando a Neilan frente a ella, observándola con una tensión palpable.
Por un momento, el silencio fue sofocante.
Hasta que finalmente Aileen decidió hablar.
—¿Sucede algo, Laird?
Neilan la miró con una intensidad que la hizo sentir atrapada.
—Has estado distante.
Aileen frunció el ceño.
—¿Y por qué te importa?
Neilan no tenía respuesta para eso. Su orgullo le decía que no debía contestar, pero su instinto le decía que sí.
Finalmente, murmuró en voz baja:
—No lo sé.
El corazón de Aileen dio un vuelco ante esas palabras.
Neilan, no lo sabía.
Y eso, de alguna forma, le decía más que cualquier otra cosa.