La relativa paz que había comenzado a asentarse en Eilean Donan se hizo añicos con el estruendo de los cascos de caballos y los gritos resonando desde el puente de piedra.
Desde las torres del castillo, los vigías dieron la alarma. Un grupo de guerreros, con los colores distintivos del clan Cameron ondeando en sus estandartes, se detuvo bruscamente ante las puertas.
Montado en un corcel negro azabache, Laird Cameron avanzó con el rostro lívido de furia.
El aire se cargó de tensión. Los guerreros Mackenzie se agruparon, sus manos firmes en las empuñaduras de sus espadas.
Malcolm y Evan se adelantaron con cautela, sus cuerpos tensos ante la evidente hostilidad de los recién llegados.
—¡Abrid las puertas en nombre de Laird Cameron! —tronó su voz, resonando sobre las aguas del loch. ¡Exigimos hablar con Laird Neilan Mackenzie!
El eco de su demanda se propagó por el castillo como el trueno antes de la tormenta.
La noticia corrió como pólvora.
Aileen, que se encontraba en la torre de los sanadores preparando un ungüento, sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
El nombre de Cameron trajo consigo el recuerdo de Johanna atada, los gritos en la noche, la amenaza que aún pendía sobre ella.
Neilan apareció en el patio principal.
Su rostro, habitualmente estoico, mostraba ahora una fría determinación.
Cailean y Alastair se situaron a su lado, una unidad inquebrantable ante la amenaza que se desplegaba frente a ellos.
Detrás de Evan, Johanna temblaba al reconocer los colores del clan que la había secuestrado.
Neilan habló con voz firme, sin ceder un ápice de terreno.
—Laird Cameron. ¿A qué debo esta inesperada y poco amistosa visita?
Cameron bufó con desprecio antes de rugir:
—¡No te hagas el inocente, Mackenzie! Mis guerreros fueron humillados cerca de mis tierras, por culpa de una de tus protegidas. ¡Les dio algo de beber! ¡Exijo una explicación y compensación por esta afrenta!
Neilan mantuvo la calma, su expresión fría como el acero.
—Tus guerreros cruzaron mis tierras sin permiso y con intenciones hostiles. En cuanto a mi protegida, se quedará en mis tierras. No irá a ninguna parte.
La tensión en el aire se volvió asfixiante. Evan apretó la mano de Johanna, su mandíbula tensa al ver la furia de Cameron.
Neilan notó ese gesto.
La cercanía protectora de Evan hacia su hermana despertó una comprensión silenciosa en la mente del Laird.
Cameron dio un paso hacia adelante, su mirada ardiendo de odio.
—¡No es suficiente! —bramó—. ¡Esa mujer tiene que pagar! Fue la causante de lo que les pasó a mis hombres. ¡Exijo que me la entregues, Mackenzie! ¡Pagará por su insolencia!
Las miradas se dirigieron al patio.
Fue entonces cuando los ojos de Cameron se detuvieron abruptamente en Aileen.
Ella había avanzado con cautela; sin quererlo, captó la atención del enemigo.
Los labios de Cameron se curvaron con desprecio.
—¡Tú! —espetó, señalándola con un dedo acusador. ¡Tú fuiste la que se entrometió! Te reclamo para que recibas el castigo que mereces.
El silencio cayó como un peso sobre todos.
Los guerreros Mackenzie miraron a su Laird.
Neilan dio un paso adelante, colocándose entre Aileen y la mirada furiosa de Cameron.
Su voz, aunque baja, resonó con autoridad implacable.
—Laird Cameron —dijo con frialdad—, Aileen Mackenzie está bajo mi protección y es miembro de mi clan.
No será entregada a nadie.
Cualquier intento de tomarla será considerado un acto de guerra contra el clan Mackenzie.
Las palabras de Neilan golpearon a Cameron como una bofetada.
Su rostro se enrojeció aún más; la vena de su sien latía con furia contenida.
—¿Una Mackenzie? —escupió Cameron con incredulidad. ¿Desde cuándo una cualquiera sin linaje es aceptada en un clan tan honorable como el tuyo, Neilan?
—Aileen Mackenzie tiene mi palabra y la protección de mi clan.
Retracta tus insultos y abandona mis tierras, Cameron.
Antes de que lamentes haber cruzado mi puente.
El puño de Cameron se crispó sobre la empuñadura de su espada. Sus guerreros montados tensaron sus arcos.
Los Mackenzie respondieron al instante, desenvainando sus armas y formando una línea defensiva.
El sonido de las espadas abandonando sus vainas pareció partir el aire en dos.
El silencio se volvió opresivo.
En medio de la amenaza, Johanna se aferró con más fuerza al brazo de Evan.
Neilan observó la clara muestra de afecto y lealtad entre su hermana y su guerrero.
A pesar de la gravedad de la situación, una extraña calma se apoderó de él.
Quizás, en medio de tanto conflicto y deber, un poco de amor genuino no era algo tan terrible.
Cameron lo observó con una expresión oscura.
Su odio se había transformado en algo peor.
Determinación
—Te arrepentirás de esto, Neilan Mackenzie.
Sus palabras se filtraron como veneno en el aire.
—Te arrepentirás de proteger a esta… escoria y de desafiar mi autoridad.
No era una amenaza vacía.
Era una promesa.
Cameron giró su caballo y con un gesto brusco ordenó a sus guerreros que se retiraran.
Pero antes de marcharse, miró directamente a Aileen.
Y sin decir una palabra, sonrió.
Fue una sonrisa que no tenía alegría, solo crueldad.
El peligro inmediato había pasado, pero las palabras de Cameron no se disiparon con el viento.
Eilean Donan había sido marcada.
Neilan tomó una decisión que lo puso en el punto de mira de un enemigo vengativo.
Y ahora, su clan tenía que estar preparado.