Neilan se retiró a su estudio, la firmeza de Aileen resonando en sus pensamientos. Había esperado cierta resistencia, pero no tanta convicción. Nunca antes una mujer lo había desafiado de esa manera, rechazando no solo su propuesta, sino también el fundamento de su lógica.
Se dejó caer en el sillón junto a la chimenea, su mirada fija en las llamas danzantes. El castillo estaba en calma, pero en su mente reinaba el caos.
¿Por qué aquella negativa le afectaba más de lo esperado? Su propuesta tenía sentido. Era estratégica. Aileen necesitaba protección, y casarse con él le daría seguridad. Entonces, ¿por qué las palabras de ella se sentían como una afrenta personal?
Sin darse cuenta, pasó una mano sobre su rostro, exhalando lentamente. Fue entonces cuando recordó la mención de Isla. La criada que, hasta ahora, había sido solo una distracción cómoda… un escape en noches donde su deber como Laird pesaba demasiado. Pero Aileen no la veía así. Ella la consideraba una amenaza a su integridad.
La certeza lo golpeó con fuerza. Hasta ese momento, había separado sus deseos personales de sus deberes como líder. Creía que podía mantener ambas cosas sin que una afectara a la otra. Pero Aileen lo estaba obligando a ver que no era tan simple.
Por primera vez en mucho tiempo, se vio a sí mismo a través de los ojos de otra persona. Y la imagen que percibió no fue la de un líder firme e intachable.
Fue la de un hombre que, aunque poderoso, estaba más atrapado en sus propias contradicciones de lo que quería admitir.
Al día siguiente, Neilan volvió a abordar a Aileen. La encontró ayudando en la biblioteca, organizando pergaminos con una concentración tensa.
—Aileen —comenzó, su voz ligeramente más suave que la noche anterior. Entiendo tus reservas. Pero debes comprender la urgencia de la situación. Laird Colin no esperará. Un matrimonio conmigo te ofrecería una protección inmediata e innegable.
—La protección es tentadora, Laird —respondió Aileen sin dejar de mirar los pergaminos. Pero no a costa de mi propia paz. No puedo aceptar unirme a un hombre cuya cama es compartida con otra.
Neilan suspiró, una señal de frustración que rara vez mostraba.
—Mis relaciones personales no afectarán mi deber como tu esposo y protector. El clan Mackenzie siempre ha priorizado la seguridad y la continuidad. Este matrimonio serviría a ambos propósitos.
Mientras tanto, la noticia de la propuesta de matrimonio entre el Laird y la forastera se había extendido como la pólvora por Eilean Donan. Isla, al escuchar los rumores, sintió una punzada de furia y celos. ¿Esta intrusa, llegada de la nada, iba a ocupar su lugar, convertirse en la Laird? No lo permitiría.
Encontró a Aileen sola en un pasillo poco transitado, sus ojos oscuros brillando con resentimiento.
—Así que es verdad —siseó Isla, acercándose con paso felino. La forastera pretende robar el lugar de las que pertenecemos aquí. ¿Crees que el Laird te querrá realmente? Solo busca un escudo contra tu clan.
Aileen se giró, enfrentándola con una calma sorprendente.
—Mi matrimonio con el Laird, si llega a ocurrir, será por mi protección y la del clan. No busco robarle nada a nadie.
—¡Mientes! —espetó Isla, su voz elevándose Crees que puedes engatusarlo con tus ojos inocentes. Pero él siempre vuelve a mí. Tú eres solo una conveniencia.
Aileen inclinó ligeramente la cabeza, como si analizara sus palabras con frialdad.
—Si fuera solo una conveniencia, no estarías tan preocupada.
Las palabras hicieron que Isla diera un paso hacia adelante, acercándose peligrosamente.
—¿Te atreves a desafiarme? —bufó—. No sabes cómo funcionan las cosas aquí. Este castillo tiene sus propias reglas. Y tú, Mackenzie recién nombrada, aún no las conoces.
Aileen levantó el mentón, su voz firme.
—No soy una niña asustadiza, Isla. No huyo de los desafíos. Y si el Laird elige este camino, será por razones que no dependen de ti.
Isla apretó los puños, su furia creciendo. Antes de que pudiera arremeter contra Aileen, la voz autoritaria de Cailean resonó en el pasillo.
—¿Qué sucede aquí?
Ambas mujeres se giraron. Cailean las observó con el ceño fruncido, claramente irritado.
Aileen no dudó en hablar primero.
—Isla me está reclamando por la propuesta de matrimonio de Neilan. Se cree con derecho a desafiarme porque calienta su cama por las noches.
Cailean entrecerró los ojos, dirigiéndose a Isla con una expresión severa.
—Isla, te recuerdo que aquí solo eres una criada. El hecho de que compartas el lecho del Laird no te da derecho a nada.
La criada tembló de rabia, pero no replicó. Después de un último vistazo furioso a Aileen, giró sobre sus talones y desapareció por el pasillo.
Aileen se quedó en el sitio, su corazón latiendo con fuerza. Sabía que aquello no era el final. Isla no se rendiría fácilmente.
Neilan se encontraba revisando informes en su estudio cuando Cailean entró con expresión sombría.
—Tenemos un problema —anunció sin rodeos.
Neilan dejó los papeles a un lado y lo miró con atención.
—¿Qué ha pasado?
Cailean cruzó los brazos, observando a su hermano con gravedad.
—Aileen tuvo un enfrentamiento con Isla. La criada prácticamente la atacó verbalmente, reclamándole tu propuesta de matrimonio.
Neilan sintió un latigazo de irritación. Sabía que Isla era posesiva, pero nunca había creído que llegaría al punto de desafiar abiertamente a Aileen.
—¿Cómo reaccionó Aileen? —preguntó
Cailean esbozó una sonrisa breve, orgulloso.
—No se dejó intimidar. Le dejó claro a Isla que no mendigará afecto y que su decisión dependerá de lo que sea mejor para ella, no de lo que otros piensen.
Neilan exhaló lentamente. Aileen era más fuerte de lo que había anticipado. Su rechazo inicial a su propuesta y su enfrentamiento con Isla demostraban que no se dejaría manipular por estrategias o imposiciones.