La noche había caído sobre Eilean Donan, envolviendo el castillo en una oscuridad salpicada solo por la luz de las antorchas y las lámparas. Aileen se encontraba en la cama de los aposentos que ahora compartía con Neilan, aunque él aún no había regresado de atender los asuntos del clan que la repentina boda no había detenido. Contemplaba toda la habitación, su superficie misteriosa reflejando la incertidumbre en su propio corazón.
Finalmente, la puerta se abrió y él entró, cerrándola tras de sí con un clic silencioso.
—Aileen
—Laird
Se acercó, deteniéndose a unos pasos de ella.
—¿Te encuentras bien?
—Sí, Laird. Solo... contemplando la habitación.
En los pensamientos de Aileen se le vino la imagen de Isla con su reciente marido en la que ahora era su cama.
—Ahora también es tu habitación. Eres Lady Mackenzie.
—También en las noches eran de Isla —murmuró, sin darse cuenta de que Neilan la escuchaba.
Una sombra cruzó su rostro. No sabía bien qué decir. La miró, consciente de que ella no quería este matrimonio, y que las noches con Isla eran otro de los motivos por los que lo rechazaba.
—La amenaza de Colin es real. —Era la forma más segura de protegerte —dijo, intentando desviar el tema.
—Lo entiendo, Laird. Y agradezco su protección. Pero... —dudó por un momento— este matrimonio... ¿Cuáles son sus expectativas? Más allá de la apariencia que debemos mantener.
Él la observó con atención.
—Mi expectativa es la seguridad de mi clan y tu bienestar. Cumpliré mi promesa de respetarte. No te presionaré a compartir mi lecho hasta que tú lo desees.
Una punzada de sorpresa brilló en sus ojos.
—¿De verdad?
—Mi palabra es mi honor. Pero debes entender que la situación sigue siendo delicada. Colin buscará cualquier debilidad. Un matrimonio no consumado es una debilidad.
—Lo sé. Usted me lo recordó. —Bajó la mirada. Es solo que... necesito tiempo. Lo que viví... me hace difícil confiar.
Un atisbo de comprensión cruzó su rostro.
—Entiendo El tiempo... es un lujo que quizás no tengamos en abundancia. Pero te ofrezco mi paciencia. Y mi protección.
Levantó la mirada, encontrando sus ojos por primera vez con menos aprehensión.
—¿Por qué? ¿Por qué tanta... consideración?
Hubo una pausa antes de responder.
—Eres ahora parte de mi clan. Bajo mi responsabilidad. Y... —una vacilación casi imperceptible— nadie debería vivir con miedo constante. Yo mismo he conocido esa sombra.
—¿Usted?
Su rostro se endureció ligeramente, evitando su mirada.
—Asuntos de antaño. Guerras, pérdidas... no es importante ahora.
—Todos tenemos nuestros fantasmas, Laird. Los míos aún me persiguen. Y su promesa... la aprecio. Pero la confianza no se otorga, se gana.
Se giró hacia la ventana, mirando hacia la oscuridad.
—Lo sé. Y no espero tu confianza fácilmente. Solo pido tu paciencia. Y tu cooperación en mantener las apariencias. Por el bien del clan. Por tu propio bien.
Ella asintió lentamente.
—Cooperaré, Laird, entiendo la necesidad. Pero... ¿Hay alguna posibilidad de que este acuerdo, como usted lo llama, evolucione hacia algo más? ¿Hacia un verdadero matrimonio?
Se volvió lentamente, sus ojos oscuros y profundos escrutando su rostro. Era difícil descifrar sus pensamientos.
—El tiempo dirá, Aileen. El tiempo y nuestras acciones.
Neilan tomó una manta del respaldo de un sillón y, con un gesto inesperado, la extendió sobre Aileen. Su movimiento fue mecánico, casi distraído, pero algo en él se sintió diferente.
Ella lo observó, algo desconcertada.
—Gracias…
Neilan no respondió de inmediato.
—Mañana tendremos que presentarnos ante el clan como Laird y Lady Mackenzie. Una pareja unida.
Las palabras quedaron en el aire, pesadas con una verdad que ninguno de los dos sabía cómo manejar.
Aileen, aún cubierta con la manta que él le había dado, se atrevió a preguntar lo que nunca había considerado decir en voz alta.
—Laird, ¿me besó hoy porque era necesario… o porque lo quiso?
La pregunta lo tomó desprevenido.
Su expresión, siempre medida, se quebró por un instante.
—Fue… necesario.
Su respuesta fue mecánica, fría.
Pero algo en su mirada lo contradecía.
Aileen lo vio.
Vio la verdad que él no se atrevía a decir.
Neilan la había besado porque la quiso.
No porque lo dictara el deber.
Y eso lo aterraba más de lo que él mismo estaba dispuesto a aceptar.
Ella no dijo nada más.
Pero cuando cerró los ojos para dormir, sabía que algo entre ellos había cambiado para siempre.
A la mañana siguiente, Lady Leah buscó a Aileen en los jardines.
—Aileen, bienvenida oficialmente a la familia Mackenzie. Sé que las circunstancias de tu llegada no fueron ideales, pero espero que encuentres paz y seguridad aquí.
—Gracias, Lady Leah. Su amabilidad significa mucho para mí.
—Neilan es un hombre reservado, pero tiene un gran sentido del deber. Dale tiempo, Aileen. A veces, las paredes más altas esconden los corazones más nobles.
Mientras tanto, Cailean abordó a su hermano en el salón principal.
—Neilan, este matrimonio... entiendo la necesidad estratégica, pero ¿cuáles son tus planes a largo plazo? El clan está observando.
—Mi plan es proteger a Aileen y al clan. Mantendremos las apariencias. Más allá de eso... el tiempo dirá.
Lejos de la vista de los laird y las ladies, en los oscuros pasillos de la servidumbre, Isla susurraba con otros sirvientes, su voz llena de veneno.
—¿Vieron la frialdad entre ellos? Este matrimonio no es más que una farsa. Esa intrusa no pertenece aquí. El Laird volverá a mí, lo sé.
Más tarde, mientras Aileen ayudaba en la biblioteca, él entró.
—Aileen, necesito discutir contigo la situación con el clan. Debemos mostrar unidad.
—Estoy a su disposición, Laird. ¿Qué debo hacer?