La flor del clan Mcgregor

Capitulo 31

Las semanas sin Isla, la atmósfera en Eilean Donan se sintió más ligera, pero aún cargada de incertidumbre. La amenaza de Colin McGregor acechaba en la frontera, y aunque el castillo se fortificaba, el peligro nunca estaba demasiado lejos.

Sin embargo, algo entre Neilan y Aileen había cambiado.

No era solo la calma después de la tormenta.

Era una transformación silenciosa.

Una nueva confianza, un entendimiento que había comenzado a florecer entre ellos sin necesidad de palabras.

Una noche, cuando estaban en sus aposentos, Aileen se acercó a Neilan.

—Neilan, quiero intentarlo, sé que no serás igual que Colin —le dijo.

—Aileen, ¿estás segura? —le preguntó.

Ella, a pesar del miedo de su primera vez, asintió con la cabeza. Él se acercó a ella y la besó; sus besos fueron dulces. Lentamente le fue quitando el camisón hasta quedarse completamente desnuda.

—Aileen, eres preciosa —decía mientras la besaba.

La llevó hasta la cama, se quitó la ropa quedando completamente desnudo delante de Aileen; ella se quedó mirando y se sonrojó. Nunca había visto a un hombre desnudo. Neilan se acercó a ella y le levantó la cabeza.

—Aileen, mírame, no tienes por qué sentir vergüenza; soy tu esposo —dijo, acercándose a ella para besarla.

La tumbó en la cama y él se acostó a su lado. Lentamente fue besándole por todo el cuerpo, besaba sus pechos. Aileen, ante ese gesto, gimió de placer. Neilan le preguntó si estaba bien; ella asintió, siguió besándola por todo el cuerpo, hasta ponerse encima de ella. Él notó el nerviosismo de ella.

—Aileen, esto ahora te va a doler; te prometo que seré muy dulce y, si te duele, me dices y me paro —le dijo.

Ella asintió. Neilan fue penetrándola lentamente. Aileen empezó a sentir dolor. Neilan paró, pero Aileen le dijo que siguiera. Cuando ya entró completamente, Aileen pegó un grito de dolor, haciendo que Neilan la besara para callar su grito. Estuvo un rato parado para que Aileen se acostumbrara al huésped. Lentamente fue moviéndose. Aileen empezó a sentir un placer que no tenía comparación con las charlas de Morag cuando le explicaba cómo era la primera vez. Neilan la besaba mientras sus movimientos se iban acelerando, haciendo que los dos terminaran a la vez. Cuando terminaron, Neilan miró a Aileen y la besó.

Aileen se quedó mirándolo por un rato. Neilan le preguntó si estaba bien; ella asintió con la cabeza, le dijo que a pesar del dolor lo había disfrutado. Él la abrazó con cuidado. Aileen, tímidamente, le dijo a Neilan si podían repetir. Él se rió ante esa petición, la besó y volvieron a entregarse a la pasión.

Los días pasaron y, aunque ninguno mencionaba lo ocurrido aquella noche, sus acciones lo decían todo.

Neilan ya no era solo el protector.

Aileen ya no era solo la mujer que buscaba seguridad.

Ahora eran algo más.

Momentos de cercanía comenzaron a surgir naturalmente.

Neilan le preguntaba cómo estaba, pero no como un deber.

Aileen le respondía con más soltura, menos rigidez.

Cuando supervisaban los preparativos para el invierno, sus conversaciones eran más fluidas, sus miradas se cruzaban con una nueva intensidad.

Una tarde, mientras paseaban por el patio, Aileen tropezó ligeramente.

Neilan la sostuvo con rapidez, sus manos cálidas alrededor de su brazo.

Por un instante, no se apartó.

—¿Estás bien? —preguntó con voz baja.

Aileen asintió, pero no se movió de inmediato.

Sentía su contacto.

La seguridad que le transmitía.

Neilan aflojó el agarre lentamente, como si tampoco quisiera soltarla tan rápido.

Era un gesto insignificante.

Pero se sintió diferente.

Las noches en sus aposentos también cambiaron.

Antes, el silencio entre ellos era incómodo, tenso.

Ahora, era un silencio cálido, como si estuvieran aprendiendo a compartir un espacio juntos sin necesidad de palabras.

Aileen ya no evitaba mirarlo.

Neilan ya no desviaba la mirada cuando ella lo hacía.

Había algo en la forma en que se observaban, una curiosidad mutua, un reconocimiento.

Una noche, después de discutir los últimos movimientos en la frontera, sus ojos se encontraron por un momento prolongado.

Neilan inhaló lentamente, como si estuviera debatiéndose algo.

Aileen esperó, sin apartar la mirada.

Y luego, él alzó la mano y retiró suavemente un mechón de cabello del rostro de Aileen.

Fue un roce mínimo.

Una caricia breve.

Pero significó tanto.

Aileen sintió una punzada en el pecho.

No dé miedo.

No dé incertidumbre.

Era algo nuevo.

Algo que no sabía si estaba lista para admitir.

La conexión entre ellos crecía, aunque ninguno se atrevía a nombrarla.

Neilan seguía siendo cauteloso, respetando su espacio.

Pero ya no era frío.

Ya no era solo el laird.

Era un hombre que la miraba con ternura, aunque no dijera nada.

Aileen también había cambiado.

Antes se protegía, se guardaba en su propio mundo.

Ahora, se encontraba esperando sus conversaciones, la intimidad en la cama, buscando su mirada cuando entraba en la habitación.

Un día, mientras supervisaban la llegada de provisiones, Neilan le ofreció su abrigo cuando el viento helado sopló con fuerza.

Aileen lo aceptó sin vacilar, envolviéndose en su calor.

Él se quedó en silencio, observándola con una sonrisa contenida.

No dijeron nada sobre el gesto.

Pero los dos lo sintieron.

La amenaza de Colin no tardó en romper la quietud.

Mientras compartían un desayuno tranquilo, un mensajero llegó apresurado al gran salón.

—Mi Laird —jadeó—. Se han avistado guerreros McGregor cerca de las fronteras. Más de lo habitual.

Neilan se irguió de inmediato.

Aileen contuvo el aliento.

—¿Han atacado? —preguntó Neilan, su voz fría, analítica.

—Todavía no. Pero parecen estar probando nuestras defensas.




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