Miró el espejo apacible frente a ella, casi sin vida, y aunque supuso que estaba viéndose a si misma no se reconoció en ese reflejo.
Llevaba meses así, con vagos recuerdos de una vida que no parecía suya; no recuerda ni su propio nombre pero sí una sensación anhelante de plenitud, y a una persona. Suenan en su mente los gritos de un desconocido dentro de una casa en llamas, pidiéndole que se vaya, que no mire atrás y se olvide de él, y se reprende a si misma por probablemente haberlo hecho, porque de haberse quedado ahí y salvarlo tal vez esas torturosas imágenes no se repetirían en su mente cada noche, haciéndola despertar entre lágrimas por no haber salvado a alguien que no recuerda, ni sabe si en verdad existió.
La pequeña hada que poco antes la había llamado, ahora la ayuda a peinar su cabello, mientras una ninfa de cabellos celestes le acomoda el pomposo vestido que vestiría frente a su prometido esa noche.
El príncipe Evan fue amable con ella desde su llegada, la ayudó a integrarse rápidamente al Palacio Real y al estilo de vida de los nobles. Era un muchacho de ojos oscuros, bien visto, reservado y muy cortés. Le agradaba tanto que incluso pensaba que podría amarlo tanto como se supone que lo hacía antes de perder la memoria, desgraciadamente, no lo hacía. Esa parte de su corazón capaz de amar quedó atrapada en algún lugar desconocido junto con sus recuerdos, dejándola con una pesada sensación de vacío y un miedo incesante, casi fantasmal.
La futura princesa Lacie, como fue nombrada por el rey, caminó a través de los pasillos del castillo para llegar a encontrarse con el príncipe heredero en su cena. La servidumbre del Palacio compuesta en gran parte por centauros, hadas y faunos, se movía de un lado a otro dentro del gran salón, donde Lacie supuso, ya se encontraban el rey y el príncipe.
Al abrir la puerta se encuentra con la tez pálida y cabello oscuro de su prometido, quien la recibe con una tenue sonrisa como suele hacerlo. El rey en cambio le dirige una mirada fiera, reprendiendola silenciosamente por llegar tarde a la cena y sabe que si Evan no se encontrara presente probablemente tendría un castigo encima de nuevo.
—Como futura princesa deberías ser puntual en todo momento, Lacie— susurra Evan a su lado y aunque está siendo mucho más amable de lo que su padre podría ser con ella no puede evitar apenarse por el regaño.
—Lo siento.
Le da una mirada comprensiva que como siempre logra calmarla y los sirvientes por fin se acercan a servir los platos con la comida, un pequeño fauno con manos temblorosas se acerca con su plato y le dan una mirada extrañada, no parece estar muy bien.
La gente en el Palacio y el reino en general tiene cierto desagrado por las criaturas mágicas y aunque Lacie no está de acuerdo con ellos piensa que un niño fauno no debería estar entre la servidumbre del palacio, parece desorientado.
—¿Estás...?— no termina la oración antes de que el pequeño se sobresalte al escuchar su voz y la comida acabe derramada directamente en su vestido. Evan le ofrece tranquilamente su pañuelo para limpiarlo, sin embargo, la reacción del rey es eufórica.
—Lleven al fauno al calabozo con los sirvientes traidores, más tarde le daré un castigo— ordena a su guardia real con voz severa mientras la expresión de Lacie se torna completamente de horror, busca rápidamente la mirada de su prometido para que ayude al niño pero este se mantiene sereno, como si lo que estaba pasando frente a el fuera completamente normal.
Por primera vez el fauno articula palabra para pedir ayuda cuando es llevado por los guardias fuera del salón, mientras otros de los sirvientes que entraron con el miran con ojos llorosos, sus gritos resuenan en los oídos de Lacie, pero temblorosa, no hace más que quedarse sentada limpiando su vestido.
—Lamentamos las molestias que causó Phil, su Majestad, es sólo un niño— un sátiro de ojos dorados se reverencia ante el rey en un intento de ayudar al fauno pero el rey la mira con malicia antes de responder.
—Si quieres ayudarlo siempre puedes tomar su lugar— ofrece y el lugar queda en completo silencio, el sátiro se retira sin decir palabra.
La cena termina entre pláticas casuales entre el rey y su hijo y Lacie no puede sentirse más enferma mientras recuerda los gritos del pequeño junto a ella, cuyo único error a ojos del rey, fue nacer como criatura mágica. Se dirige sola a su habitación mientras ve por un gran ventanal la entrada al calabozo por el otro lado del castillo, tiembla al pensar todo el peligro que hay ahí dentro y lo que podría pasar si es descubierta tratando de liberar a un preso.
Pero eso no la detiene de cambiarse y correr hacía el antes de que sea demasiado tarde.
Una de sus pocas sirvientas humanas la mira con extrañeza cuando le pide que distraiga al guardia del calabozo, pero no se niega a su petición. Entrar por la puerta de servicio no le resulta tan complicado gracias a su complexión pequeña y tomar las llaves, aunque estuvo cerca de ser descubierta varias veces, resultó un éxito al final. El único obstáculo en su camino hacia el pequeño fauno serían el resto de presos, que ruega por que no la reconozcan.
Cubrió su cabello y gran parte de su cuerpo con la gran capa que traía para evitar ser reconocida, pero eso no evitó que le hicieran temblar las miradas amenazadoras a su al rededor en el pasillo de los calabozos. En el habían más criaturas mágicas que humanos, sin embargo estaba segura que sus crímenes no eran parecidos en absoluto, pues las criaturas mágicas tenían menos derechos y más obligaciones en aquel reino.
Un sollozo ligero casi al final del pasillo la hace girar los ojos y encontrarse con el pequeño que buscaba, le parte el corazón darse cuenta de que a diferencia de su aspecto limpio y elegante en el gran salón, ahora el pobre fauno se encontraba repleto de moretones y magulladuras que estaba segura, no se irían pronto de su piel.