La fortuna de los Harrison

Capítulo 2 el precio de la fortuna

—Lo cierto es que me fui porque yo quiero —dice Emmeline, mostrando sus tacones mientras recoge el vestido. La cogí de la mano para ir de nuevo a la mansión—. Vamos a volver a la casa ya mismo.
Emmeline se calzaba unos elegantes botines de tacón al estilo victoriano, en perfecta armonía con su vestido de terciopelo verde esmeralda. Los botines, confeccionados en cuero negro fino con tacones esculpidos en madera oscura, alargaban su figura sin sacrificar comodidad. La parte superior, adornada con encajes y cintas de satén en graciosos lazos por sus tobillos, y la puntera ligeramente afilada añadían un toque distintivo. Los pequeños botones de nácar en el lateral completaban el conjunto con exquisita artesanía. Estos botines complementaban el vestido de terciopelo y reflejaban la elegancia y el refinamiento de la época victoriana. Cada paso de Emmeline resonaba en el suelo de madera con firmeza y gracia, acentuando su porte y sofisticado atuendo. La miré de abajo hacia arriba.
—Vamos a esperar a tus hermanos; no seas impaciente. Emmeline, nos vamos a ir todos juntos. Tengo que presentar a tu hermana, a su esposo y será su esposo, quiera o no.
En esta situación, me refiero a la presentación de Elsie Harrison y su futuro esposo, Lord Lamont Lovelace. Lord Lamont es el Príncipe de Thaloria, un país crucial en la historia por su influencia y poder. A pesar de que Elsie no está entusiasmada con el matrimonio arreglado, es esencial para la estabilidad financiera de nuestra familia. Insisto en que el compromiso se llevará a cabo, subrayando la importancia de seguir adelante con los planes familiares.
Emmeline ajustó el lazo de su vestido y echó un vistazo por la ventana, ansiosa por salir. La conversación había dejado un aire de tensión en la casa. Mientras esperaba, sus pensamientos vagaron hacia el enigmático James Lovelace, un nombre que susurraban en los corredores de la alta sociedad.
—¡Vamos ya! —exclamó Emmeline, cruzando los brazos con evidente frustración—. No tengo todo el tiempo del mundo para seguir esperando mientras todos se arrastran por las convenciones sociales. ¿Por qué no podemos simplemente irnos y dejar atrás estas tonterías? Cada minuto que pasamos aquí es otro minuto que no estoy haciendo lo que quiero.
Con mi capucha oculta y una mirada cansada, me dirigí hacia la biblioteca, donde Emmeline hojeaba un libro de historia.
—¿Sabías que James Lovelace, el duque de Eldoria, es primo de Lord Lamont? —pregunté de forma misteriosa—. James no solo es una figura destacada en Eldoria, sino que su influencia también juega un papel crucial en el destino de nuestra familia.
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Emmeline levantó la vista, interesada pero aún preocupada, mientras Elsie mostraba su frustración por el matrimonio no deseado.
—¿Cómo es eso posible? —preguntó Emmeline con escepticismo—. No me basta con explicaciones vagas; ¿me vas a decir lo que realmente está en juego o no?
—La conexión familiar entre James y Lamont añade una capa de complejidad a la situación. Mientras Lamont está aquí en Londres para asegurar el futuro financiero de la familia Harrison a través de su matrimonio con Elsie, James maneja una red de influencias en Eldoria. Su papel afecta no solo a su propio país, sino también a las relaciones entre nuestras naciones y la estabilidad que buscamos.
Emmeline frunció el ceño, asimilando la información.
—Entonces, ¿James podría tener algún impacto en cómo se desarrollan los eventos aquí? —preguntó impaciente—. Porque si es así, me gustaría que me lo dijeran claramente en lugar de andar con rodeos.
—Exactamente —confirmé, acomodando mejor mi capucha, evitando que me vieran—. La política y las alianzas entre estas dos naciones pueden jugar un papel determinante en cómo se resuelven los conflictos familiares y personales. James podría ser un aliado o un obstáculo, dependiendo de cómo se maneje la situación entre él y su primo Lamont.
Emmeline, al borde de la desesperación, cruzó los brazos sobre el pecho y lanzó una mirada de reprobación hacia la puerta del vestidor. Su expresión de desdén combinaba impaciencia contenida y frustración apenas disimulada, y luego giró su mirada hacia mí.
—¿Estamos listos para partir? —preguntó, su voz cargada de impaciencia, que desentonaba con el tono calmado y medido de la alta sociedad victoriana.
Sus dedos tamborileaban sobre el brazo de la silla en un gesto de inquietud. El silencio que la rodeaba amplificaba su incomodidad, y cada minuto de espera se sentía como una eternidad. Su postura rígida y el fruncimiento de su ceño reflejaban un rechazo a las formalidades que tanto valoraba la sociedad en la que vivíamos.
—La hora avanza, y me resulta difícil entender por qué debemos demorarnos tanto en estos preparativos innecesarios —añadió, su tono indicando claramente su deseo de liberarse de las restricciones sociales.
A pesar de su frustración, su forma de hablar seguía siendo formal, pero el deseo de escapar de las reglas y de las demoras era evidente en su actitud desafiante y en la ligera impaciencia que mostraba. Este contraste entre su comportamiento y las normas de la época destacaba su carácter rebelde y su lucha interna con las expectativas sociales, que trataba de meter en la cabeza de mis hijos.
Asentí.

—Sí, pero recuerda que cada movimiento puede tener consecuencias más allá de lo que ves a simple vista. La influencia de James Lovelace y la relación entre él y Lamont podrían ser cruciales en la resolución de esta encrucijada.
Con esa advertencia en mente, Emmeline y yo nos dirigimos hacia la puerta de la sala, preparadas para enfrentar los desafíos de la noche con una nueva comprensión de las intrincadas relaciones que entrelazaban los destinos.
Clara Harrison entró en la sala con una gracia serena. Su vestido de seda azul profundo destacaba bajo la luz, acentuando su figura esbelta con elegancia innata. El escote en forma de corazón estaba adornado con bordados plateados que imitaban motivos florales, y la cintura estaba acentuada con una cinta de satén a juego, anudada en un lazo elegante en la parte trasera. La falda caía en suaves ondas hasta el suelo, con un dobladillo rematado en encaje fino. Las mangas, ligeramente transparentes y extendidas hasta los codos, presentaban detalles bordados que creaban un efecto etéreo. Clara complementaba su vestido con guantes de encaje blanco y un collar de perlas que realzaba su elegancia natural. Su presencia iluminaba el ambiente, atrayendo la mirada de todos, incluida Emmeline. Yo nos volvimos para recibirla con una expresión de curiosidad y admiración.
—¡Te queda increíble! —exclamó Emmeline, con admiración y un toque de desafío—. Aunque, claro, si alguien más intentara llevar algo así, probablemente se vería ridículo. Pero tú, hermana, logras hacer que incluso un vestido de seda parezca un acto de rebeldía.
—Gracias, Emmeline —dijo Clara con una sonrisa serena, inclinándose para ajustar la falda de su vestido—. Tus palabras siempre iluminan cualquier ocasión, incluso en estos tiempos difíciles. Es un alivio saber que mi esfuerzo por mantener la compostura no pasa desapercibido.
A pesar de su tono calmado, Clara apreciaba sinceramente el apoyo de su hermana, mientras su actitud reflexiva y digna se manifestaba en su gesto cuidado.
—Si tus hermanos no aparecen pronto, me veré forzado a partir hacia la fiesta sin ellos —dijo la figura envuelta en sombras, su voz grave resonando con urgencia y desaprobación—. La noche avanza, y no puedo permitir que se pierda más tiempo. El tiempo, después de todo, es un recurso que no podemos derrochar.
Alexander entró con una chaqueta de gala de lana fina en un tono azul marino, con solapas de satén negro. La chaqueta, ajustada a su figura, destacaba su constitución atlética. Bajo la chaqueta, llevaba una camisa blanca de algodón de alta calidad con un cuello de almidón que resaltaba su estilo refinado. Llevaba una corbata de seda negra con un nudo Windsor, combinando con el conjunto y complementando su ropa. Optó por un chaleco a juego con su vestuario, de un tono ligeramente más claro, añadiendo sofisticación. Los pantalones de traje eran del mismo tono que la chaqueta, con un corte recto y ajuste preciso, acabando en el dobladillo justo sobre los zapatos. Mi hijo llevaba unos zapatos oxford de charol negro, pulidos a la perfección, con un diseño clásico con cordones. Un cinturón de cuero negro con




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