La fortuna de los Harrison

Capítulo 5 Desafío a la Desesperación

Jacqueline fue a buscarnos después de que Alex bebiera el vino envenenado. Los primeros en llegar al lugar del crimen fueron Edmund y Emme. Ella salió de la habitación en la que se encontraba y, recorriendo los pasillos, llegó a la zona donde estaban los invitados.
—¡Ayuda, alguien ha envenenado a Alex! —exclamó Jacqueline con una voz cargada de angustia. Sus manos temblorosas buscaban apoyo en la mesa y sus ojos verdes, normalmente llenos de una determinación tranquila, estaban ahora inundados de lágrimas de desesperación. —Una de las copas de vino estaba envenenada y él la tomó sin querer —continuó, su voz quebrándose mientras miraba a su alrededor en busca de una solución.
—¡No, Alex, mi hermanito! —gritó Emmeline, su voz rota por el dolor y la furia. Las lágrimas corrían por su rostro mientras agarraba con fuerza la mano de mi segundo hijo mayor, Edmund. Sin perder tiempo, tiró de él, decidida a dirigirse a la habitación donde estaban Jacqueline y Alex. La desesperación en sus ojos solo era igualada por el sufrimiento en su corazón. —Voy a buscar venganza por él. No puede morir, lo necesito, él me protege —declaró con una voz temblorosa pero firme.
Mientras avanzaba rápidamente por los pasillos, sus pensamientos se entrelazaban con recuerdos de todas las veces que Alex la había defendido y apoyado. Esa protección que él le brindaba era ahora el motor de su rebeldía, la razón por la que no podía quedarse quieta y esperar. La frustración acumulada le recordaba el día en que mi marido, el padre de Emmeline, murió por una enfermedad desconocida entre sus brazos, dejándola traumatizada.
Flashbacks:
—¡Papá, quiero ir a las atracciones! —dijo Emme emocionada. Con solo 16 años, su apego a su padre era evidente, reflejando una inocencia que aún no había sido tocada por las crueldades del mundo.
—Iremos pronto —respondió Leighton, mirándola con cariño antes de abrazarla. Sin embargo, Leighton no se encontraba bien. Llevaba tiempo enfermo de una enfermedad no identificada y parecía estar muy grave. De repente, se desplomó sin vida entre los brazos de Emme.
—¡Padre, papi, despierta! —gritó Emme desesperada, moviéndolo para despertarlo, pero ya no respiraba. Su espíritu rebelde y su negación de la realidad hacían que la escena fuera aún más dolorosa.
🍒👠
Desesperada, Emme me llamó, llevándome al salón donde yacía mi esposo, que acababa de morir. —¡Mamá, papá no despierta! —dijo asustada, apoyándose contra el cuerpo de su padre sin soltarlo, su voz llena de dolor y rebeldía contra la injusticia de la situación.
Al revisar los signos vitales de Leighton, me di cuenta de que ya no había señales de vida. —Hija, creo que hay que despedirse de papá. Él ya no está vivo —dije, mirándola con un tono autoritario mezclado con resignación.
—¡No, dime que no está muerto! —gritó ella, llorando desconsoladamente. Pasó toda la noche en depresión, su personalidad rebelde ahora rota por el dolor y la pérdida.
Volvió al presente al llegar a la habitación donde se encontraba Alexander junto a Jacqueline.
—¡Alex! —exclamó al entrar en la habitación, su voz resonando con una mezcla de angustia y desafío. Su preocupación por el estado de Alex era evidente, al igual que su determinación de hacer algo al respecto y no quedarse de brazos cruzados mientras su hermano sufría.
Edmund Harrison, con su presencia siempre serena y su porte elegante, se acercó a Emmeline con un gesto suave y compasivo. Su voz, calma y firme, reflejaba tanto su empatía como su determinación de apoyar a su hermana en un momento tan difícil.
—Emmeline, necesitas calmarte —dijo, colocando una mano reconfortante sobre el hombro de su hermana—. Alexander ya no está con nosotros. Lo siento mucho, pero no tiene signos vitales presentes.
El tono de Edmund era gentil pero claro, tratando de transmitir la gravedad de la situación sin aumentar la angustia de Emmeline. Su mirada profunda y verde reflejaba tanto la tristeza compartida como la fortaleza que estaba dispuesto a ofrecer a su familia en ese momento trágico.
Edmund la miró con comprensión y tristeza, sabiendo cuán difícil era para Emmeline enfrentar la pérdida.
—Primero papá, Edmund, y ahora Alex —dijo Emmeline con voz quebrada, luchando por mantener la compostura—. Él siempre me protegía. No puedo apegarme a nadie; todos terminan muriendo. No puedo mostrar emociones —sus palabras salieron con un tono desafiante, reflejando su personalidad rebelde y la lucha interna que enfrentaba.
Edmund suspiró, reconociendo la fuerza y vulnerabilidad de su hermana en ese momento. Se acercó un poco más, manteniendo su postura calmada y firme.
—Emme, entiendo tu dolor y frustración —respondió con suavidad—. Pero no puedes encerrarte en ti misma. Alex te protegía porque te quería, y mostrar tus emociones no es una debilidad. No estás sola; todos estamos aquí para ti.
Las palabras de Edmund buscaban equilibrar el consuelo con la importancia de mantener las relaciones familiares a pesar de la pérdida. Sabía que su hermana necesitaba ese apoyo más que nunca, aunque su rebeldía la llevara a tratar de distanciarse de nosotros. Comprendía el dolor que la embargaba, reconociendo que, en momentos como ese, la familia debía permanecer unida para superar las adversidades.
A la mañana siguiente, mis hijos estaban de luto por la pérdida del mayor de la familia. Elsie se despertó. El dolor se había apoderado de la mansión Harrison. En cada rincón, la noticia había sembrado anarquía y angustia entre los presentes. Elsa se movía silenciosa y determinada; sus ojos, que normalmente estaban alegres y llenos de vida, ahora mostraban una intensidad contenida. El duelo por la pérdida de su hermano la afectaba profundamente. La presencia de Lord Lamont Lovelace, su prometido por obligación, era una preocupación constante. En su mente había algo inquietante, y su mirada al contemplar la situación solo profundizaba su inquietud.
James Lovelace, el hermano de Lord Lamont, había llegado poco después de la tragedia. Sus pasos firmes resonaban en los pasillos mientras avanzaba hacia Elsie. Su rostro mostraba una preocupación genuina y una serena dignidad, como si estuviera tratando de encontrar su propio equilibrio en medio del desorden.
La noticia del envenenamiento de Alexander Harrison se extendía rápidamente. El murmullo en Greymoor creció en intensidad. Una edición especial del periódico, escrita por mí, reflejaba la agitación en la alta sociedad. La revista, conocida por su cobertura de eventos sensibles, no tardó en destacar la tragedia que nos había impactado. En su última publicación, el periódico señalaba:
El Murmullo de Greymoor:
Londres, Otoño de 1824
Tragedia y Controversia en la Familia Harrison Por Violet Ashcroft, Reportera de Sociedad Fallecimiento de Alexander Harrison:




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