La fortuna de los Harrison

Capítulo 2 El precio de la fortuna

—Lo cierto es que me fui porque quise —dice Emmeline, su voz vibrando de rabia y desafío que resuena en el aire. Se quita los tacones con brusquedad, como si el simple acto de ponérselos la mantuviera atrapada en un mundo que ni entiende ni desea.

La tomo de la mano, arrastrándola hacia la mansión casi sin quererlo—. Vamos a regresar a la casa, ya.

Emmeline no es de las que siguen órdenes, y su cuerpo lo deja claro al caminar con paso firme y desafiante. Su vestido de terciopelo verde esmeralda, siempre tan elegante, se balancea con un movimiento que no es de gracia, sino de provocación. Los botines de tacón victoriano, hechos de cuero negro, resuenan sobre el suelo de madera, pero no de la forma en que lo haría un paso elegante. Cada uno de sus pasos retumba como una amenaza, como si estuviera pisando sobre algo frágil, como si estuviera desgarrando todo lo que se espera de ella.

—Vamos a esperar a tus hermanos —le digo, tratando de calmarme, pero las palabras me salen venenosas, con un tono que no me gusta—. No seas tan impaciente. Un minuto no te hará daño.

Su respuesta es rápida, cortante, como una bofetada: —Nos vamos todos juntos. Tengo que presentar a tu hermana, a su esposo. Y será su esposo, quiera o no.

Las palabras de Emmeline son frías, pero no tanto como el hielo que recorre mi espalda al escuchar lo que me está pidiendo. Elsie, la hermana que nunca elegimos, va a casarse con Lord Lamont Lovelace, un matrimonio forjado por la necesidad, uno que ninguno de nosotros quiere, pero que todos necesitamos para sobrevivir.

Emmeline ajusta el lazo de su vestido, marcando cada uno de sus movimientos, pero sigue mirando por la ventana. Sus ojos no se centran en lo que hay afuera, sino en lo que está atrapado en su mente. James Lovelace, el primo de Lord Lamont. El chico de quien se habla en susurros, como si fuera un misterio tan seductor como peligroso. Como si fuera la única escapatoria posible de una vida que todos tememos, pero que nadie se atreve a mencionar en voz alta.

—¡Vamos ya! —exclama, su tono repleto de impaciencia, pero hay algo más. Algo más oscuro, que no puedo identificar, pero que se siente en el aire. Es la rabia de alguien que está a punto de estallar—. ¿Por qué todos seguimos atrapados en esas reglas estúpidas? ¿Por qué no podemos simplemente salir de aquí y olvidar todo?

En sus palabras no hay solo enojo. Hay miedo. Miedo de estar atrapada, miedo de que sus sueños se conviertan en una prisión. El miedo de que sus sueños sean solo eso: sueños. Y no hay nada más doloroso que verlos desmoronarse mientras luchas por no despertar.

No le respondo. La observo, esperando que mis ojos puedan descifrar algo de las respuestas que no encuentro en sus palabras. Hay algo helado en mi interior. Algo que me dice que el camino de Emmeline y el mío están predestinados a cruzarse, a chocar. Nuestras vidas se entrelazarán por el peso de las expectativas que nos imponen, un destino que nadie eligió, pero que todos debemos cumplir.

Elsie no puede ser feliz con Lord Lamont. Y lo peor es que ella lo sabe. Se lo dice a todo el mundo, pero nadie la escucha. Nadie escucha lo que realmente quiere. Y yo… yo soy solo una pieza más en este juego, alguien que sigue las reglas sin cuestionarlas, alguien que debería ser fuerte, pero que está empezando a preguntarse si alguna vez seré suficiente para enfrentar lo que se avecina.

Emmeline mira la puerta con una determinación inquebrantable. Su enojo corre por sus venas, y su cuerpo se tensa como una cuerda a punto de romperse. Lo que no dice, lo que no se atreve a decir en voz alta, lo que nos consume a todos, es que no tiene idea de cómo escapar de esta vida, de cómo escapar de lo que está a punto de tragarnos.

No tiene idea de qué hacer, pero su impulso la lleva hacia adelante, como si cada paso fuera una rebelión, como si su voluntad fuera lo único que aún le quedara. Y en el fondo, sé que es lo mismo que siento. El impulso de escapar, de romper con todo, pero la vida no permite escapatorias tan fáciles.

Con una última mirada a la ventana, Emmeline finalmente se da vuelta, y el brillo de sus ojos muestra algo más que solo impaciencia. Hay desesperación. Y cuando habla, su voz es más baja, más grave, como si finalmente hubiera dejado de pelear contra lo que no puede cambiar.

—No me importa lo que pase. Quiero salir de aquí. Y lo haré, aunque tenga que arrastrarme por todo este maldito lugar.

Es entonces cuando me doy cuenta de que no estamos tan diferentes. Ambas atrapadas en un juego del que no podemos escapar. Un juego donde las reglas son invisibles, pero están ahí, marcando cada paso que damos, controlando nuestras vidas. Si no hacemos algo pronto, si no luchamos por nuestra libertad, seremos solo una pieza más en una historia que nunca tendra oportunidad de escribir.

Yo no le digo nada. Solo la observo, y sé que, al final, el destino de todos nosotros será sellado en una lucha que nadie sabe cómo ganar.

—¿Sabías que James Lovelace, el duque de Eldoria, es primo de Lord Lamont? —pregunto, lanzando la información como si fuera una bomba que podría cambiarlo todo.

Emmeline me mira, la desconfianza evidente en sus ojos. Su ceja se arquea mientras cruzamos los brazos, creando una barrera entre nosotras.

—¿Cómo es eso posible? —responde, su voz impregnada de incredulidad—. No me digas que estás jugando con palabras. Necesito saber lo que realmente está en juego.

Elsie, en un rincón, se muerde el labio mientras sus manos tiemblan levemente. En su postura se percibe la inquietud por el matrimonio impuesto, como si cada decisión la atrapa en una red de compromisos ajenos. Su mirada refleja la lucha interna entre el anhelo de libertad y el peso asfixiante de unas expectativas que nunca elige.

—La conexión entre James y Lamont complica las cosas. Lamont está aquí en Londres para asegurar el futuro de su familia a través de su matrimonio con Elsie, pero James tiene un control considerable en Eldoria. Su influencia podría cambiarlo todo —explico, dejando que cada palabra resuene con la gravedad de la situación—. Lo que pase entre ellos no solo afecta a sus naciones, sino también a nuestras vidas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.