Aren - Villa Carlos Paz, Córdoba, Argentina.
Se encontraban en un recinto muy acogedor, llamado “La Casa de Tula”, se le hizo a Aren muy raro el nombre, y tan pintoresco como el lugar. Era todo de madera y tenía exuberantes plantas colgadas por doquier.
Estaba allí con Lito y Matthew, haciendo el favor a su amigo Xander de vigilar a la chica de uno de sus vasallos. Pedían unas bebidas para disimular, cuando cuatro jóvenes mujeres ingresaron en el restaurante. Una de ellas llamó su atención, rubia y alta, de cuerpo muy curvilíneo; con un rostro perfectamente armonioso y actitud coqueta.
Las mujeres se sentaron en una mesa cercana a la de ellos, podía oírlas conversar. Una de las recién llegadas, tenía una voz y un aroma que comenzaron a atraerle sobremanera, haciéndole olvidar a su compañera, pero la portadora de dichas características estaba de espaldas a él, su cabello ondeaba oscuro pasando sus hombros, se notaba delgada. No vio su cara al entrar porque la rubia había captado toda su atención al principio.
Intentaba estar atento a lo que hablaban, no obstante, también debía concentrarse en aquello por lo que estaba allí, pues no podía permitirse cometer errores. De todas maneras, parecían conversar de trivialidades. Pensó en acercarse a ellas, pero en ese instante, Camila y Lola, las mujeres que estaban siguiendo, se levantaban para irse. Apresuradamente, pidió a Lito que se acercara a las jóvenes y les dejara una tarjeta con una propuesta de trabajo, mientras salía del lugar.
***
Silveria - San Francisco, Córdoba.
Ya viajando hacia su ciudad natal, era la medianoche y pararon en San Francisco, sus amigas dormían. Silveria, desvelada por todo lo que estaba pasando en su vida, jugaba con la tarjeta que aquellos hombres les dejaron. Era de color azul, en el centro se leía Humanity Works en grandes letras blancas, y por debajo figuraba la dirección web, la cual visitaría apenas llegara a su casa.
Habían mencionado que pagaban bien, y en su situación desesperada, era capaz de hacer cualquier cosa con tal de salvar la casa de la familia.
Silveria vivía con su mamá, Amanda, y su hermana menor, Lorena. Su padre las había dejado cuando Lore estaba recién nacida, después de eso lo veían cada tanto. Aunque la avergonzaba, tenía asumido que él fue siempre un alcohólico sin remedio. Al morir, un año atrás, únicamente les dejó deudas. Lo peor, era una hipoteca sobre la casa donde ellas vivían, que cada vez se les hacía más difícil pagar. Ahora se habían vuelto a atrasar y las intimaciones llegaban constantemente. Su madre empezaba a tener achaques, dolores de distintos tipos, que atribuía a su edad, pero Silveria estaba segura de que era por el estrés que estaban viviendo.
Con los sueldos de las dos, apenas les alcanzaba para pagar los gastos y con la hipoteca a veces no llegaban. Lorena todavía estaba en la secundaria, por lo que nada podía aportar. Ella misma, había trabajado y estudiado siempre, para no darle dificultades a su madre y que Lore pudiera tener una vida más fácil.
Suspiró mirando por la ventanilla las luces de la ciudad desierta.
— ¿Qué hora es? — Preguntó Lucía, su mejor amiga, que viajaba en el asiento de al lado.
— La una y media — le respondió.
— ¿Y por qué paramos?
— No sé.
— Voy a bajar, a lo mejor puedo ir al baño y caminar un poco, ¿querés venir? — Habló Luci poniéndose de pie y buscando su bolso que estaba en el maletero sobre los asientos.
— No, ya me estaba durmiendo.
No dijeron nada más y la chica se bajó.
Llegaron a Frank como a las cuatro, su casa quedaba a dos cuadras de la plaza, por calle Saavedra, así que con Luci, que vivía al lado, fueron caminando, conversando sobre el curso al que asistieran en Carlos Paz. El viaje lo hicieron junto con Florencia y Marcela, que habían estudiado con ellas, pero no vivían en la misma ciudad y por esto se bajaron en Esperanza. Viajaron juntas para poder compartir los gastos de la estadía.
La casa era antigua, había pertenecido a sus abuelos maternos, y antes a sus bisabuelos, siempre había estado en la familia desde que se construyó. Un suspiro apesadumbrado se le escapó de pensar que probablemente iban a tener que dejársela al banco y mudarse a otro lado.
— ¿Estás cansada? — La voz de Lucía la hizo salir de sus pesares.
— Sí, un poco.
— Bueno, descansá. Nos vemos mañana.